Cartagena de Indias:
del escenario a las resistencias

Detrás del escenario idílico que acoge la firma formal del acuerdo de paz entre el Gobierno colombiano y las FARC-EP hay otra realidad: racismo, pobreza, discriminación, turismo sexual… las razones estructurales del conflicto están cerca del ritual de la paz.

Los actos protocolarios arrancarán a las ocho de la mañana y terminarán pasadas las cinco de la tarde. Colombia quiere mostrar al mundo su mejor y más conocido escaparate para formalizar el acuerdo de paz que pone fin a más de medio siglo de conflicto armado con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (FARC-EP). Pero tras ese escenario turístico, que muestra el pasado más colonial del país, hay otra realidad: la de la pobreza, la exclusión, el turismo sexual y, sobre todo, el racismo…

Cuando el presidente Juan Manuel Santos anunció que Cartagena, la ‘Heróica’ como se la conoce, sería el escenario de la histórica firma citó a San Pedro Claver, proclamado como el gran defensor de los Derechos Humanos, para destacar que éstos y las víctimas habían sido el centro de la solución del conflicto. La realidad es que entre 2007 y 2015, 398 personas afrodescendientes fueron asesinadas en Cartagena, según el Observatorio Distrital Antidiscriminación Racial (ODAR).

La realidad también es que los visitantes luego de estar en el “corralito de piedra”, como también es conocida la ciudad colonial, registran en su memoria algunas de sus playas atestadas de vendedores ambulantes. Es la imagen visible de un mercado laboral marcado por el empleo informal. Según el Informe de Calidad de Vida-2015, realizado por el programa ‘Cartagena cómo vamos’ (CCV), el 55,6% de las personas se emplean en la informalidad, sin derechos laborales.

Sólo una parte muy pequeña de la ciudad -Bocagrande y la ciudad vieja- es promocionada para el turismo, con oferta de acceso a playas coralinas, a los relatos de la colonización española, a los sabores de su gastronomía y a las obras arquitectónicas construidas antes de la independencia por personas esclavizadas, africanas y afrodescendientes.

Pero basta con alejarse de la ciudad amurallada para encontrarse con territorios acosados por la pobreza, en donde, según CCV, hay 262.000 ciudadanos y ciudadanas que viven en pobreza extrema y una cifra alarmante de 40.000 personas en indigencia. Esto se agrava cuando se considera que más de la mitad de la población habita viviendas que están en los estratos 1 y 2, más exactamente el 72% de las viviendas cartageneras tienen esa característica. Falta de alcantarillado o acueducto, problemas inseguridad, de conexión eléctrica o deficiencias educativas y sanitarias plagaban las demandas de quince líderes comunitarios de barrios de Cartagena en un especial realizado por El Universal el pasado mes de marzo. Quizá de ahí la obsesión del alcalde de la ciudad, Manuel Vicente Duque, por maquillar Cartagena antes de este 26 de septiembre, por esconder una realidad tan dura que le llevó a hacer unas declaraciones que levantaron una fuerte polémica: “Las mujeres bonitas también se maquillan. Cartagena es linda pero hay que maquillarla también para que la presentemos de la mejor manera a todos los mandatarios que van a venir”

Murallas visibles e invisibles

Las murallas, que en el pasado colonial tuvieron una función de protección de los ataques militares hacia uno de los puertos esclavistas más importante de América, hoy son las fronteras que intentan darle la espalda a la realidad abrumadora de las barriadas. Barriadas en las que habitan poblaciones mayoritariamente negras, mulatas y afrodescendientes. Para llegar a ellas es necesario, traspasar las murallas y adentrarse en barrios como El Pozón, Nelson Mandela, San Francisco (La Boquilla), Olaya Herrera o San Fernando y encontrarse con la Cartagena popular que reclama mayor inversión social y políticas transformadoras que permitan hacerle frente al impacto generado por el racismo estructural.

El 36% de la población de la ciudad se considera negra, afrocolombiana, palenquera o raizal, según el censo del DANE de 2005, una cifra que, para académicos y activistas como Edwin Salcedo, miembro de ODAR, está muy por debajo de la realidad. Él aseguraba hace apenas un año que, de realizarse un nuevo censo en 2016, el nivel de autorreconocimiento llegaría al 50 o 60%. Ya solo atendiendo a las cifras del DANE, Cartagena es la ciudad de Colombia con mayor población afrodescendiente, seguida por Cali (26,4%), Barranquilla (13,2%) y Medellín (5,6%).

La discriminación racial se plasma tanto desde lo institucional -las cifras demuestran que la población negra habita los barrios más pobres o tiene escasas oportunidades de educación- como desde “las formas flagrantes y abiertas de racismo, percibidas como racismo cotidiano en el discurso y en la comunicación”, denuncia la profesora de la Facultada de Ciencias Humanas de la Universidad de Cartagena, Clara Inés Fonseca. Formas cotidianas como que a los afrodescendientes se les prohíba entrar en algunos locales. Johana Acosta denunció en 2004 que le impidieron el acceso a dos discotecas por su color de piel y ello llevó a la Corte Constitucional a sentar un precedente al pedirle al Congreso la creación de una ley antidiscriminación, que existe desde 2011.

Lejos de los folletos queda también el gran puerto de la ciudad. Un desarrollo industrial tan productivo como el turismo, que contrasta con la economía informal. Un desarrollo que también habla de contaminación ambiental. Cartagena cuenta con uno de los puertos marítimos más importantes de la costa caribe y el sector de la industria petroquímica es de los más importantes del país. La otra cara de esta realidad es el informe de la Controlaría General de la República del pasado mes de junio en el que se reconocía la existencia de mercurio, zinc y cobre en la Bahía, “en concentraciones que se constituyen factores de riesgo para la salud de las comunidades, especialmente de los corregimientos de Bocachica y Caño del Oro”, en la vecina isla de Tierrabomba. Los derrames han sido un problema histórico en aguas cartageneras como denunciaban en esos días la Corporación Inspector Ambiental o la Corporación Autónoma Regional del Dique.

El acuerdo de paz se firmará en la Cartagena declarada por la Unesco Patrimonio Histórico y Cultural de la Humanidad en 1984. Una declaración que en su momento le dio un impulso mayor al desarrollo turístico sin que ello impidiera que la ciudad se viera afectada por el fenómeno del turismo sexual infantil, como denunciaba el estudio ‘Explotación sexual de niños, niñas y adolescentes: modelo de intervención’ publicado en 2013 por la Revista Latinoamericana de Ciencias Sociales, Niñez y Juventud, y que colocaba a Cartagena “en la mira de muchos extranjeros y nacionales que buscan satisfacer sus deseos sexuales con menores de edad, a través de las redes de explotación”. Un turismo sexual tan extendido que el estudio aseguraba que el acceso directo a los niños y niñas en estado de vulnerabilidad es posible sin la mediación de estas redes.

 

La agresión contra las mujeres

Una situación que en el caso de las mujeres se agrava con el machismo y la exposición a todo tipo de violencias por parte de sus padres, familiares, profesores, compañeros, conocidos. Un informe de 2013 de la organización cartagenera Funsarep detalla el aumento de agresiones con ácidos, cuerpos quemados, empalamientos, tortura en los órganos sexuales y explotación sexual comercial de las mujeres y alertaba de que “los nuevos conflictos, dinámicas y actores armados están incrementando y exacerbando la violencia contra las mujeres de todas las edades, pero especialmente jóvenes y niñas en los barrios populares y en las zonas rurales”. Y junto a ello, el aumento de los feminicidios. Hasta el pasado 2 de septiembre cinco mujeres habían muerto en Cartagena a manos de sus parejas o ex parejas. En 2014 fueron asesinadas 32 mujeres, y 13 de esos casos fueron considerados como feminicidios, según un estudios de la Corporación Humanas.

En la misma línea, algunos colectivos sociales alertan sobre la débil atención del Estado frente a la violencia contra las personas de identidades sexuales no heteronormativas, es decir, lesbianas, gays, transgéneros, bisexuales e intersexuales (LGBTI) que son víctimas sistemáticas de la discriminación y de múltiples agresiones. Así lo denunciaba el informe ‘Situación de Derechos Humanos de la población LGBTI en el Caribe colombiano’, realizado en el 2014 por la organización Caribe Afirmativo, en el que se alertaba de “la impunidad manifestada en la falta de respuesta e investigación del Estado y en la cantidad de casos ‘archivados’, que dejan entrever la ausencia de una voluntad institucional de esclarecer la violencia como un vehículo para aniquilar o desaparecer a las personas LGBTI”.

Sin embargo, la ciudad alberga en su pasado historias de resistencia y cimarronaje protagonizado por gentes negras y mulatas, como fue el caso de Pedro Romero, afrodescendiente que lideró en Getsemaní una lucha independentista contra el poderío español en 1811, historias registradas en la memoria de algunos de sus habitantes y en las paredes inertes de las murallas. Como es el caso de los líderes de los barrios y de las asociaciones de mujeres que reclaman en la ciudad mejoras sociales, derechos para sus comunidades, equidad. Eso que se hurta de las guías de turismo o del escaparate de la firma de este lunes. Una parte de la historia de la que poco o nada se encuentra en las narrativas de guías turísticas que repiten relatos sobre lo que construyeron españoles y europeos.

“El Castillo San Felipe de Barajas es una fortaleza militar en la ciudad de Cartagena de Indias construida por los españoles durante la época colonial en lo que hoy es Colombia. Fue la más grande de las fortalezas españolas construidas en el continente Americano”, así es como se presenta en internet la construcción del Castillo de San Felipe por la corporación de turismo Cartagena de Indias World Heritage City. Aquí paradójicamente, las luchas y resistencias protagonizadas por africanos, afrodescendientes e indígenas, parecieran no pertenecer a la consigna de ‘La Heróica’. Este es un ejemplo de los relatos que se callan ante el turismo pero que sí aparece en los libros de investigadores e historiadores como Alfonso Múnera y Aline Helg, en los que se recoge la disputa entre el proyecto de la nación andina, en contraposición al del cimarronaje caribeño.

Cartagena presenciará el simbolismo del cierre de un acuerdo que dará fin a la confrontación armada entre las FARC-EP y el Gobierno Nacional y del que se espera que con el impulso de la transformación de la violencia (estructural, política y simbólica) hacia la paz, se despliegue la justicia social hacia la Cartagena menos conocida y con citas que no solo recuerden a San Pedro Claver, sino que refresquen la memoria histórica con resistencias propias de la región o de las palabras de líderes locales como María Josefa Fernández y Pedro Romero, líderes de la independencia, o la lírica del poeta afrocartagenero Jorge Artel:

Sobre un monstruo de hierro / a la ciudad retorna / los hombres de los muelles / manchado de oro negro. / Arden en la hoguera impúber de la mañana / los mástiles / y las proas cansadas / a donde yacen dormidas las distancias.