El Cartuchito pelea contra el estigma

La 'guerra' del alcalde Peñalosa contra el Bronx en Bogotá podría ser la antesala de otros desalojos de zonas habitadas por personas que no importan mucho a sus conciudadanos. Las gentes de El Cartuchito reclaman su lugar en el mundo.

El Paisa se pasea por El Cartuchito como una estrella del rock. Con su figura corpulenta, su barba y su melena, vestido con una amplia camiseta de hockey y un gorro de lana, camina entre los puestos de corotos y todos los vendedores le saludan, le dan la mano y le abrazan: “¿Quiubo profe?”, “¿Cómo le ha ido paisita?”. El Paisa llegó de Medellín a Bogotá hace 17 años y, tras varios bandazos, acabó de reciclador en el sector de El Cartuchito, apenas dos cuadras ubicadas a la sombra del inmenso mercado mayorista de Bogotá, Corabastos. En esta T se ha establecido desde hace dos décadas un mercado callejero de corotos, material de segunda mano recogido de la basura, en el que los coroteros, con sus carros y sus puestos, se mezclan con compradores, habitantes de calle y con el caótico tráfico de la entrada a Corabastos y a las numerosas bodegas de reciclaje de la zona.

“Cuando llegué al Cartuchito había unos 10, 12 o 15 muchachos que reciclaban por acá y en esa calle vendían los productos, la ropa y las cosas que salían de la basura. Ahí me establecí yo. Eso eran toneladas de basura, había hasta mataderos de animales”, relata El Paisa (en la foto principal) junto a su puesto de corotos y su “zorro”, el carro donde trae el material extraído de la basura para darle una segunda vida. Hasta aquí llegan vendedores de mercados de pulgas de toda la región, además de vecinos del barrio que pueden encontrar desde ropa hasta utensilios de cocina por un módico precio. “Cosas que han de ser basura, el reciclador las trae a un punto como este para vendérselas a gente que tiene negocios de segunda, a gente de Corabastos para trabajar, a gente humilde para tirar pinta… Se les da un rehúso a las cosas, que es uno de los llamados principales ahora para ayudar a la recuperación del medioambiente”, explica El Paisa.

El mercado de El Cartuchito tiene un aspecto caótico y sucio hoy día, pero no siempre fue así. Tras un primer intento de desalojo en 2001, El Paisa fundó junto con otros vendedores la Asociación de Coroteros y Recicladores de El Cartuchito (ASOCORE). Mediante una cuota que los cerca de 180 miembros pagaban se mantenía limpia la calle, se pintaban murales y se organizaban eventos deportivos y culturales con la población del barrio. Sin embargo, la oposición de una parte de los vecinos, que relacionaban el mercado de corotos con la delincuencia, y la presión de la Junta de Acción Comunal propició que los coroteros fueran sacados de la calle del Cartuchito mediante otra intervención policial en el año 2011. Sin el control de la asociación, el mercado se extendió por las calles aledañas y la basura, el microtráfico y los hurtos germinaron en la zona.

Salida a la delincuencia

“Mi primera profesión, así hablando vulgarmente, fue el hurto, yo era un ladrón”, cuenta Robinson, otro miembro de ASOCORE. “Si no hiciera esto yo sería un delincuente más en las calles. Porque yo no tengo ninguna otra arte, no sé trabajar en nada más. Esto le permite a uno tener algo y conservar más la vida o la libertad. El día que se acabe esto, créame que vamos a ver más delincuentes en la calle”. Sentado junto al puesto de El Paisa con una pola en la mano, cuenta cómo tras pasar por la cárcel, el reciclaje fue la única salida que le alejó de la delincuencia. Desde 2017, cuando llegó al Cartuchito, viene luchando en la asociación por librar al reciclaje del estigma delincuencial que lleva a cuestas y lograr unas condiciones de vida dignas para los coroteros.

A Robinson le acompaña Hernando, otro corotero que se desplaza a diario desde la barriada popular de Ciudad Bolívar hasta este mercado situado en la localidad de Kennedy, al occidente de Bogotá. “A nosotros nos toca ir a meter la mano entre las toallas higiénicas, entre los papeles cagados, ¿quién hace eso? Nadie. La gente bota, bota y bota, pero no saben lo que botan. Nosotros aquí le damos un valor agregado a lo que la sociedad bota”, explica Robinson. “Nosotros queremos que nos respeten nuestro espacio porque nosotros a nadie le quitamos, lo único que hacemos es trabajar”.

Estigma e intervención policial

Tras el desalojo en mayo del pasado año del Bronx, las dos cuadras del centro de Bogotá en las que se concentraba la mayor olla del país, el tráfico de drogas y la indigencia se regaron por toda la ciudad. La alcaldía planea ahora una intervención policial en El Cartuchito, que probablemente tendrá lugar en los próximos días y que podría hacer más complicada la ya de por sí precaria situación de los coroteros y recicladores. “Como usted acá ve, no es cierto lo que dice la prensa amarillista de que el Bronx se pasó para el Cartuchito. Si eso pasara, yo, como ciudadano y como miembro de ASOCORE, dejaría de luchar por este territorio”, declara El Paisa. “Aquí no hay ‘ollas’, hay puestos de ropa, hay muchachos jóvenes, hay personas de la tercera edad trabajando. Lo que hay son intereses por degradar ciertos territorios, estrategias de políticos para sacarle provecho a eso en el futuro”, añade el líder de ASOCORE.

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Foto: María Rado

Los intereses de los que habla El Paisa asoman a escasas cuadras de distancia. Cruzando la Avenida de Las Américas, conjuntos residenciales de nueva construcción marcan el modelo expansivo de una ciudad que crece vertiginosamente en dirección al río Bogotá. Los intereses de los coroteros, que aspiran simplemente a tener un espacio en la zona para poder vender su mercancía, chocan con los de entes mucho más poderosos, como el propio mercado de Corabastos, dueño de buena parte de los terrenos aledaños, o el del multimillonario negocio de las bodegas de reciclaje. En medio, los vecinos del barrio popular de María Paz, que denuncian la acumulación de basura y el aumento de la delincuencia en el sector.

“La delincuencia se debe a la misma falta de seguridad. Nosotros cumplimos con nuestra labor que es reciclar y reutilizar. La seguridad es cuestión de la policía y ¿dónde están? Aquí no se les ve, no se les nota”, declara Hernando. “Como en cualquier otra calle, aquí hay gente que consume vicio, ¿si lo consumen los grandes por qué no lo van a consumir los de abajo? Lo que hace falta es que nos organicen y nos colaboren, que nos den un escaloncito más, que en vez de hundirnos nos saquen para arribita. Aquí si somos mil, es porque esos mil no queremos hacerle daño a la sociedad, lo contrario, queremos que la sociedad esté bien”, añade el reciclador.

El futuro del coroto

Hoy ha sido un día bueno para el negocio de El Paisa. Es un domingo soleado y el mercado está repleto. Son pasadas las 11 de la mañana y todos los puestos empiezan a recoger y a vaciar la calle. Tras 17 años dedicado a luchar por la supervivencia de este mercado, El Paisa necesita un descanso. Tiene previsto viajar a Estados Unidos por unos meses, donde tiene familia y un lugar donde descansar, “como me pongan a trabajar me vuelvo corriendo”, dice entre risas. Después regresará y le tocará continuar con lo mismo, luchar por la dignidad de una profesión que dice criminalizada e infravalorada por la mayor parte de la sociedad.

¿Qué futuro tiene el coroto? El Paisa es optimista. “Tenemos todo, la materia prima, que es la mercancía, y la base social. El coroto ya está posicionado, lo que hace falta es que empecemos a darle forma, que de pronto tengamos nuestro centro comercial de corotos, ¿por qué no?”. Entre tanto, el mercado de El Cartuchito sigue su vida aquí, en las calles repletas de basura a la sombra de Corabastos, casi en la última esquina de la inmensa ciudad de Bogotá.