La frontera permeable

Hay dos fronteras entre Colombia y Venezuela en el río Arauca. La oficial y la permeable, aquella por la que pasan personas y, ante todo, contrabando. Un foto relato desde las turbulentas aguas que separan lo inseparable. Una colaboración especial de Thomas Wagner.

Son las seis de la mañana. El reflejo del sol luce en la superficie del río Arauca en la frontera entre Colombia y Venezuela. Los canoeros llevan dos horas transportando personas y mercancía legal e ilegal de una orilla a la otra. Una canoa desembarca en la playa colombiana, con tres hombres y una mujer a bordo. Los cuatro saltan a la arena y corren 20 metros hacía una línea de árboles para esconderse en sus sombras. La razón por su apuro se acerca por el medio del río: un buque de la armada venezolana. La embarcación apaga sus motores y queda frente la orilla bamboleando en la corriente.

Los canoeros no pueden salir al agua mientras la fuerza pública esté bloqueando su camino. Aun así se ven despreocupados. Están acostumbrados a estas pausas forzadas. Aprovechan para tomar un café que un anciano les prepara en una olla frente a su rancho. “Jugamos al gato y ratón“, dice uno de ellos. Después de media hora el buque por fin se aleja. El grupo que había huido hacia los árboles vuelve al bote para sacar varias bolsas negras que en el afán habían dejado. Llevan gallinas y peces empacados en películas plásticas y papel de periódico que van a vender en el mercado negro de la ciudad de Arauca.

El Río Arauca, con una extensión de 100 metros, es la frontera natural entre los dos países y, aunque marca una división política, no evita que exista un tráfico y comercio informal permanente. Constituye una frontera permeable. Venezolanos y colombianos la atraviesan a diario para trabajar y hacer comercio; incluso, residen en el país vecino. El único paso de frontera oficial es el Puente Internacional José Antonio Páez que queda a 500 metros del punto dónde están los canoeros.

Aunque sea ilegal, muchos residentes prefieren cruzar la frontera en canoa. Las razones difieren; porque sus ancestros ya lo hacían, porque llegan después de las ocho de la noche cuando cierre del puente y, en parte, porque sobreviven gracias al contrabando.

Esta práctica ha existido desde que nacieron las dos naciones hermanas. No obstante, cuando el gobierno socialista asumió el poder en Caracas, los contrabandistas descubrieron que si compraban los alimentos subsidiados por el estado venezolano y los vendían en Colombia obtenían unas fantásticas márgenes de ganancia. Según un oficial de la armada colombiana, los productos más traficados desde Venezuela a Colombia por el río Arauca hoy en día son el pescado y la carne, después de la gasolina.

Aunque suene paradójico, los alimentos se mueven en ambas direcciones. Desesperados por la escasez, los venezolanos compran legalmente en Arauca todo lo que no consiguen en los supermercados de su país, desde azúcar hasta pañales. Cientos de ellos caminan por el puente, cargando las dos bolsas de compras que les permiten las autoridades venezolanas. Los que compran en mayores cantidades deben recurrir a los servicios de los canoeros.

La armada colombiana sale todos los días para controlar las embarcaciones e incautar la mercancía ilegal. Basta observar el tráfico en el río unos 30 minutos para darse cuenta que los controles no dan abasto. En una conversación, un Infante de Marina dice exactamente la misma frase que usó el canoero: “Jugamos a gato y ratón”.

Ante la falta de empleos y la crisis económica en Venezuela, las comunidades a lo largo del río Arauca dependen del contrabando.

A las 5 y media de la mañana abre el Puente Internacional que conecta la ciudad de Arauca con el pueblo venezolano El Amparo. Los que cruzan la frontera por aquí solo pueden cargar alimentos y mercancía para sus necesidades personales.

La Infantería de Marina colombiana sale a diario a impedir que las canoas crucen la frontera. Es una tarea difícil. Los contrabandistas sencillamente esperan en la orilla hasta que los buques de la armada hayan pasado.

Este canoero lleva dos bultos de harina de trigo de 50 kilogramos cada uno hacia Venezuela – un tesoro donde hay problemas de abastecimiento.

Algunos canoeros afirman que tienen que pagar lo equivalente a 20.000 pesos colombianos a cada guardia venezolano para que los deje pasar.

Contrabandistas con gallinas en sus bolsas plásticas huyen de la playa para esconderse de una patrulla.

Los Infantes de Marina colombianos están controlando si este colombiano tiene sus papeles y un chaleco consigo, y también que no lleve mercancía ilegal.

En Venezuela, por cada gallina se paga lo equivalente a 4.000 pesos colombianos. En el mercado negro de Arauca se vende después por 7.000 pesos colombianos.

¿El bulto contiene mercancía legal o ilegal? Los límites entre las actividades lícitas e ilícitas en el río Arauca son tan borrosos como lo es la frontera.

Son las 6 y media de la noche y estas venezolanas no han podido cruzar el río porque una embarcación de la armada venezolana patrulla frente la orilla. En sus bolsas cargan aceite, pañales y otros productos que son escasos en su país.

Un infante de Marina colombiano controlando el río Arauca.

“¿Quién es usted? ¿Usted trabaja para el gobierno?“ Cuando cae la noche y el contrabando se intensifica, los espectadores no son bienvenidos.