La guerra que resuena con la disidencia de las FARC-EP

Hace menos de una semana estuve en el Vaupés, un departamento fronterizo del que poco se habla en las correrías políticas de quienes hacen veeduría, seguimiento y acompañamiento al proceso de paz. Un territorio de la región de la Amazonía, con una población predominantemente indígena y con una demografía que apenas supera los 45 mil habitantes. Estuve en una reunión con liderazgos de comunidades indígenas de los pueblos Kubeo, Yurutí, Tucano y Wanano, entre otros,y  la temática central de este encuentro fue el acuerdo de paz. El enfoque de género y el capítulo étnico, por supuesto, estuvieron en la agenda de forma significativa. En medio de esta reunión pude percibir la inexistente divulgación que el gobierno central ha hecho sobre el acuerdo firmado en el Teatro Colón en esta zona periférica del país. Todavía desde el centralismo burocrático se cree que con tener una página de internet cargada, sobretodo, de información escrita, se cumple con la obligación de divulgar a todos los pueblos de Colombia los resultados de un proceso considerado trascendental, y que ocupa de manera intensa la agenda política de los tres poderes del Estado.

En Mitú solo hay internet en el parque central y, más allá de eso, las comunidades indígenas son tradicionalmente orales y tienen otros idiomas. En estos territorios, no es habitual que las personas vayan al parque a tratar de alcanzar la señal, desalentadoramente débil, de internet para sentarse a leer más de 300 páginas en español.

En medio de la reunión, y en varias ocasiones, uno de los sabios mayores y guía espiritual indígena quebraba la continuidad de la conversación y con ahínco expresaba su profunda preocupación por sentirse en medio del limbo que generó la disidencia del Frente Primero de las FARC – EP al no acogerse a los acuerdos de paz construidos en La Habana.

El próximo 10 de junio se cumplirá un año del comunicado del Frente primero en donde anunciaron públicamente su negativa a dejar las armas y acatar el llamado del Estado Mayor Central de las FARC-EP para someterse al proceso que los llevaría a la reincorporación de la vida política legal del país. El Frente primero es, o era, uno de los más viejos de la guerrilla y se estima que puede tener alrededor de 400 milicianos en sus filas, lo que le permite operar en tres departamentos: Guaviare, Guainía y Vaupés.

También planteaban las hermanas y hermanos indígenas que aún no se tiene preparación para recibir a quienes regresarán a sus comunidades luego de empuñar fusiles en las FARC. Esto complejiza el sueño del alcance de una “paz estable y duradera”, pues, en medio de la tarea rigurosa de pensar en sus propias estrategias de armonización y reconciliación dentro de sus territorios colectivos, también deberán (de manera paralela) hacerle frente a las estrategias de reclutamiento (entre otras) que seguirá ejerciendo el Frente Primero y que desestabiliza aquella armonía comunitaria, territorial y espiritual que sostiene a estas comunidades milenarias. Así, los ruidos violentos de la guerra resuenan en medio de las afanosas decisiones que se toman bajo presión, mientras se está al acecho del modelo extractivista agenciado por el Estado, de la minería ilegal, del paramilitarismo, de latifundistas usurpadores de tierras y hasta del colono blanco-mestizo que de manera descaradamente racista pisotea las prácticas ancestrales del conocimiento indígena y expropia sitios reservados para la conservación del bosque (y sus fuerzas espirituales) o para mantener la soberanía alimentaria que provee el cultivo de las Chagras en estos pueblos.

Las inquietudes se fueron aunando en un ambiente incierto, en donde la única certeza que se tiene es que con un Frente de las FARC armado, la guerra y, por tanto, el despojo continúa. Las comunidades rechazaron el continuo control territorial que sigue ejerciendo este fragmento en disidencia con la misma indignación con que señalaban el abandono sistemático del Estado. La indolencia histórica reafirmada en la implementación de los acuerdos de paz, pues, en medio de la desolación informativa, las comunidades señalan que una vez más, el Vaupés no estaría en las apuestas estatales para construir paz, despejar la verdad y reparar integralmente a las comunidades violentadas (a pesar de la toma de Mitú que las FARC-EP realizó a finales de 1998), estos pueblos tienen claro que esta marginación no es un impacto de tener una disidencia guerrillera en la región. Después de la reunión quedó claro que abunda la falta de información y, por ende, también abundan los mitos y algunas creaciones fantasiosas sobre el proceso de paz, lo que se espera no termine en escepticismo y desidia generalizada.

Los múltiples conflictos del Vaupés, como el de los territorios colectivos de las comunidades indígenas y afrodescendientes del país, violentadas por la opresión, el saqueo y la discriminación sistemática, no resultan relevantes para los debates sobre la paz de Colombia que se hacen en el centro del país, ahí donde no se habla por ejemplo de la resistencia y las propuestas que salen de las mingas interétnicas, como la ocurrida en el Bajo Atrato entre indígenas y afros.

La propuesta democrática que vociferan algunos sectores sociales y los poderes estatales, como el bálsamo que permitirá salir del conflicto armado y traerá la consecución de la paz, esa democracia liberal leguleya que el criollo Francisco de Paula Santander selló en la conciencia de la dirigencia al clamar en el siglo XIX que “las leyes os darán la libertad”, se retoma en el discurso rancio de la clase dominante (llena de hombres blanco-mestizos y heterosexuales), que actualmente presenta ante la sociedad un proyecto de Ley de Tierras para dar cumplimiento al primer punto del acuerdo de paz sobre reforma rural integral, pero que lo contradice profundamente intentando beneficiar al capital privado y empresarial, más que al campesinado rural, afro e indígena. Aquí es necesaria una lectura aguda y radical sobre qué tipo de democracia le abre las puertas a la insurgencia que se desarma. Una democracia en donde todavía las voces de los pueblos rurales de indígenas y afrodescendientes disidentes del oprobio capitalista-racista-patriarcal, se quedan al margen de las resoluciones discursivas que sentencian el devenir de la nación colombiana desde el centro del país y en donde se universaliza la norma que determina cómo construir paz sin los conocimientos, la experiencia y sabiduría de otros flancos disidentes de la historia y la política oficial.

 

*Activista de la Diáspora Africana
Integrante de la Colectiva Matamba, Acción Afrodiaspórica
Comunicadora Social – Especialista en Acción sin Daño y Construcción de Paz