Los demás

Uno es “los demás” de los otros. Pero nunca nada es con uno. Siempre son los demás, el que no tiene rostro, “la gente”, “este pueblo que es muy bruto, muy inorante” (sic).

Me refiero a la crítica que hace la filósofa (este, el mes de la mujer, sí, filósofa, que no boba, como creen los demás de los filósofos, esa gente que usa bufanda, lee mucho, toma tinto y tose, pero que no sirve para nada) Hannah Arendt, judía, sí, como los que “mataron a nuestro señor Jesucristo” (sic).

La señora Arendt escribía en su crítica al totalitarismo que éste promovía un individualismo gregario: “Comprimidos los unos contra los otros, cada uno está absolutamente aislado de los demás”.

Esa es la victoria de los justamente odiados políticos colombianos. Que lograron hacernos ver los problemas de todos como los problemas de los demás.

Miro a mi ciudad, que es Medellín, envuelta en su perenne nube de hollín y su alcalde, pelmazo, aunque lindo de cara -cito las críticas de sus admiradoras- sale a prohibirles la entrada al estadio a un grupo de adolescentes. ¡Qué fortaleza de decisión!, comentan los diarios y las radios deportivas.

Pero la ciudad contaminada (su problema más serio desde los años 70 del siglo XX cuando se quedó sin agua) sigue sin solución. Él no es ambientalista, dicen, sino experto en seguridad -y por eso echa a 20 hinchas del Dim del estadio-. Volvemos al hollín: metidos en el trancón diario, a bordo del Chevy Plan que debemos pagar mensualmente, criticamos que haya tanta gente en carro haciendo tacos -pero nosotros, en el taco, no estamos en el taco, son los demás-. Que quiten el pico y placa a ver si puedo andar en mi carro, que paren a los camiones que echan humo, que me dejen andar en mi moto, que la contaminación son los otros, yo no contamino aquí, en el taco, a bordo de mi deuda y camino de mi esclavitud de productividad para poder pagar mi derecho a dormir en el barrio de los ricos, aunque ahí ricos ya no haya.

Los que se creen ricos y andan en otras deudas con el sistema financiero son los demás. Yo y mi deuda y mi fuente de contaminación, no: el problema son los demás.

Mientras tanto, el lujo de alcalde (espacio para poner el nombre del alcalde de tu ciudad) que tenemos se hace el pendejo o el güevón, depende del nivel de bachillerato o universidad que tengas. Él está en lo que tiene que estar: supervisando las licencias de construcción que aprobará, los contratos que adjudicará, los puestos que proveerá. Y sus concejales y el gobernador y sus diputados y el presidente y sus congresistas. Total, a esos ladrones ‘corrutos’ (sic) los eligieron los demás.

Que esto solo lo arregla, sí, sin tilde porque es él solo, el mesías que ya llegó, el “cínico de Llanogrande”, como lo llama un muchacho que se quedó sin trabajo en las pasadas elecciones. Ese sí tiene pulso pa arreglar los problemas de este país, el hollín que se está comiendo los pulmones de la gente en Medellín, la corrupción en todos los niveles, el país entregado al castrochavismo de los narcoterroristas, la ideología de género que obliga a todos los niños a volverse maricas y a las niñas putas que persiguen a gentiles hombres de bien y Dios pa comérselos.

Sigo con la señora Arendt: “Las masas […] carecen de esa clase específica de diferenciación que se expresa en objetivos limitados y obtenibles”. Necesitamos a un hombre que termine con los corruptos y le quite el país al castrochavismo de los narcoterroristas.

Pero así vamos. Los medios tradicionales repiten sin cansancio que los malos son unos pocos (los demás, yo, no), que no hay que generalizar, que las asesinas de Andrés Colmenares no fueron quienes lo mataron sino quienes se quedaron callados y ya todos sabemos que esas hijueputas se merecen la pena de muerte (para los demás, mi niño era tan bueno, no le hacía un mal a nadie), que hay que acabar con los políticos -espere, después de que me ayuden con el contratico o el puesto o la vuelta aquella-.

Entonces vuelvo a la filósofa (fumaba y fumaba y fumaba, con los filósofos y como los judíos que mataron a nuestro señor Jesucristo) en su libro La banalidad del mal. Describe a Adolf Eichmann, el criminal de guerra nazi (sí, nazi pero no de las películas sino de la realidad, como la que estamos a punto de repetir): “Me impresionó la manifiesta superficialidad del acusado, que hacía imposible vincular la incuestionable maldad de sus actos a ningún nivel más profundo de enraizamiento o motivación […] era totalmente corriente, del montón, ni demoniaco ni monstruoso”.

Ese, el político corrupto o el incapaz, el culpable de todo lo que nos pasa, el que no hace nada por aliviar los trancones, ni por mejorar nuestra seguridad, el que se roba la plata de los impuestos, el que viola a las niñas o las mata, es uno más, igual a la masa, a nosotros, a los santurrones que vemos pasar la vida odiándonos por ser los demás.

Octavio Gómez es periodista