Todo

La incertidumbre o la alegría que anunció su engendramiento, los sentimientos cruzados de los papás de su mamá, de su papá y de su mamá. El suspiro de ella cuando lo tuvo en la barriga, cada nombre revisado para escogerle el que finalmente la convenció. Las camisetas que vieron sus papás en la vitrina para que no tuviera frío. La fuente que se rompió, el susto en la madrugada, el berrido alborozado que anunció su venida al mundo. La barriga que se desinfló, la leche de la teta que lo amamantó. Sus males de barriga, sus primeras miradas descubriendo el mundo. La piel tibia y suave que fue su piel de bebé. El aliento de su boca recién comida, los dientes que le brotaron despacito, como una nube ligera en sus encías.

Las noches en vela y la primera noche que durmió entera. Sus primeros gestos, su primer sentada, los baños en la tina, su primera erguida agarrado de la pata de una silla. Sus primeros pasos con el calor del cemento asoleado, sus primeras caídas con merthiolate, las primeras palabras. Todas las cosas que se llevó a la boca, las papillas de comida de sal, los remedios que le hicieron para el hipo, para la fiebre, para su culito quemado.

Los paseos de la mano, las subidas al columpio, los pájaros que sonaron en sus oídos, la brisa y el sol de la tarde que tanto le gustaba en la cara. Los charcos que le gustaba saltar después de la lluvia. El llanto de su primer día sin mamá, la escuela que odió, el recreo que amó, el olor a sudor y borrador de sus cuadernos, la pelota de trapo, el arco mundialista hecho entre dos piedras, las guayabas que se comió, las tareas que no hizo, lo que sufrió por aprenderse las tablas de multiplicar, las trompadas que se dio con el grandulón de la clase, la primera vuelta en la cicla del vecino o las gallinas que alimentó en el patio. Los dientes de leche, el corte de pelo que lo avergonzó, el pantalón que se le rompió. Sus idas a escondidas a la quebrada, la vez que vio a su mamá empelota siendo amada, sus perversiones, el barro entre sus manos, la fragancia de las mandarinas, los caballos en las nubes que imaginó, sus sueños de superhéroe rescatando vecinas que se enamoraban de él, las veces que odió ser niño, su primer beso, la primera vez que encontró su sexo.

Su graduación de la primaria, o de la secundaria, sus acné, sus inciertos, los goles del equipo de su alma, el alcohol primero que le repugnó y el cigarro que lo hizo toser, pero que lo graduó de adolescente. Sus penas de amor y sus vueltas a enamorar. La canción que le movía la cadera y le cerraba los ojos. Los sueños que tenía, las tortas de sus cumpleaños, el verde y el azul que vieron su cuerpo. Los abrazos, los besos y los golpes que la vida le dio o le quedó por dar. Su perro, su gato, su pájaro, su mar, su tierra, su reloj, el hambre o la sed, el goce y el pesar que hayan pasado por su cabeza y por su ser.

Todo su universo, todo lo que el mundo le dio, todo lo que le haya brotado por sus poros, cada cosa que fue semilla a punto de florecer, destruido en cada colombiano que muere sin tener que morir. Por un odio, por un trapo tricolor o por un señor de barba y mirada de destino. Por una política económica, por un equipo de fútbol, por un miserable pedazo de plástico y metal con baterías o por unos papeles impresos llamados dinero. Una estrella que desaparece, una civilización entera que se consume, en cada vida que se desperdicia.

*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase.