La frontera permeable
Son las seis de la mañana. El reflejo del sol luce en la superficie del río Arauca en la frontera entre Colombia y Venezuela. Los canoeros llevan dos horas transportando personas y mercancía legal e ilegal de una orilla a la otra. Una canoa desembarca en la playa colombiana, con tres hombres y una mujer a bordo. Los cuatro saltan a la arena y corren 20 metros hacía una línea de árboles para esconderse en sus sombras. La razón por su apuro se acerca por el medio del río: un buque de la armada venezolana. La embarcación apaga sus motores y queda frente la orilla bamboleando en la corriente.
Los canoeros no pueden salir al agua mientras la fuerza pública esté bloqueando su camino. Aun así se ven despreocupados. Están acostumbrados a estas pausas forzadas. Aprovechan para tomar un café que un anciano les prepara en una olla frente a su rancho. “Jugamos al gato y ratón“, dice uno de ellos. Después de media hora el buque por fin se aleja. El grupo que había huido hacia los árboles vuelve al bote para sacar varias bolsas negras que en el afán habían dejado. Llevan gallinas y peces empacados en películas plásticas y papel de periódico que van a vender en el mercado negro de la ciudad de Arauca.
El Río Arauca, con una extensión de 100 metros, es la frontera natural entre los dos países y, aunque marca una división política, no evita que exista un tráfico y comercio informal permanente. Constituye una frontera permeable. Venezolanos y colombianos la atraviesan a diario para trabajar y hacer comercio; incluso, residen en el país vecino. El único paso de frontera oficial es el Puente Internacional José Antonio Páez que queda a 500 metros del punto dónde están los canoeros.
Aunque sea ilegal, muchos residentes prefieren cruzar la frontera en canoa. Las razones difieren; porque sus ancestros ya lo hacían, porque llegan después de las ocho de la noche cuando cierre del puente y, en parte, porque sobreviven gracias al contrabando.
Esta práctica ha existido desde que nacieron las dos naciones hermanas. No obstante, cuando el gobierno socialista asumió el poder en Caracas, los contrabandistas descubrieron que si compraban los alimentos subsidiados por el estado venezolano y los vendían en Colombia obtenían unas fantásticas márgenes de ganancia. Según un oficial de la armada colombiana, los productos más traficados desde Venezuela a Colombia por el río Arauca hoy en día son el pescado y la carne, después de la gasolina.
Aunque suene paradójico, los alimentos se mueven en ambas direcciones. Desesperados por la escasez, los venezolanos compran legalmente en Arauca todo lo que no consiguen en los supermercados de su país, desde azúcar hasta pañales. Cientos de ellos caminan por el puente, cargando las dos bolsas de compras que les permiten las autoridades venezolanas. Los que compran en mayores cantidades deben recurrir a los servicios de los canoeros.
La armada colombiana sale todos los días para controlar las embarcaciones e incautar la mercancía ilegal. Basta observar el tráfico en el río unos 30 minutos para darse cuenta que los controles no dan abasto. En una conversación, un Infante de Marina dice exactamente la misma frase que usó el canoero: “Jugamos a gato y ratón”.