Calle nuestra

En Colombia la calle ha sido apropiada por colectividades y personas que hacen de ella un lugar de memoria, un espacio de recordación para arrebatarle poder al olvido, a la impunidad y a la censura que nos han querido imponer. Al ser un lugar de memoria, la calle es también un lugar de disputa política.

Este 3 de septiembre amaneció rayado un mural que refleja el rostro de Jaime Garzón, realizado recientemente por colectivos artísticos (Dexpierte y el Movimiento Artístico Libre-MAL) en el marco de las huelgas estudiantiles que se vienen desarrollando por la Matrícula Cero en las universidades públicas. Esta vez los protagonistas de la censura no fueron los militares como ocurrió con el mural que denunciaba las ejecuciones extrajudiciales y los mandos militares a cargo de las mismas (¿Quién dio la orden?); ahora son un grupo de ultraderecha que se auto adjudica estas acciones en nombre de la defensa de la patria y el orden natural de la familia.

Si bien es cierto que la imagen de Jaime Garzón siempre ha generado incomodidad en ciertos sectores de poder en Colombia, estas acciones tienen como antesala un proceso de negacionismo sistemático que está pretendiendo eliminar del mapa las versiones del conflicto armado que ponen en el centro la voz de las víctimas, silenciando sus manifestaciones y ocultando las responsabilidades institucionales en la trágica guerra que aún estamos lejos de superar.

Algunos elementos que conforman dicha antesala negacionista están relacionados, por ejemplo, con el giro que ha dado el Centro Nacional de Memoria Histórica, que a cargo de su director Darío Acevedo, viene desconociendo el carácter político de la confrontación armada y relativizando la evidente responsabilidad que han tenido el Ejército y otras instituciones del Estado en diferentes masacres, persecuciones, asesinatos selectivos, etcétera. Sumado a ello, los medios de comunicación han continuado creando eufemismos como el de los ‘Homicidios Colectivos’ para ocultar las masacres y, con ellas, el genocidio que estamos viviendo en contra de las juventudes, quienes defienden los territorios y de las personas que han dado el paso como firmantes de la paz. Todo esto, en el marco de un escenario de pandemia que continúa siendo utilizado para neutralizar la movilización social que venía en crecimiento desde 2019.

Resulta difícil no conectar cada uno de estos elementos, y otros que seguro se nos escapan, para darnos cuenta que son diferentes instancias del poder las que están empecinadas en perpetuar el correlato de la guerra y la exclusión violenta que tanto daño le ha hecho al país, pero que hoy continúa teniendo sus férreos promotores, mientras el resto de la comunidad intenta sobrevivir a la precariedad evidenciada por la pandemia, además de la persecución a quienes defienden la vida digna sin condiciones para todos y todas.

Ante este escenario las calles seguirán siendo un lugar de disputa que no estamos dispuestos a negociar como un escenario institucionalizado, regulado, normativizado por las directrices de la desmemoria. Evocamos el arte popular como expresión comunicativa más allá de las barreras de los medios masivos, y resignificamos la calle como espacio de encuentro, de recuerdo, de lucha incansable para que lo público continúe siendo nuestro, y que lo vivido siga siendo patrimonio de nuestras memorias, para que no se repitan las tragedias, para que nuestro camino sea un homenaje a quienes dejaron su vida defendiendo la vida misma en todas sus formas.