Carta abierta a Leyner Palacios

Querido hermano Leyner,

Es difícil deshacer el nudo que atenaza tu alma, o abrir ventanas para que la esperanza, la alegría y la tranquilidad siembren los minutos de Ana Mercedes o de vuestros tres hijos, pero de alguna manera tenemos que aliarnos las personas que defendemos el buen vivir y la dignidad para que no nos domine el lenguaje del trueno, la bajeza o la renuncia.

Te conozco desde hace años. Éramos más jóvenes y ya acumulabas heridas que yo era incapaz de descifrar. No es justo que una vida como la tuya tenga que estar jalonada por el dolor, las pérdidas y las derrotas. Tampoco es justo que otras tantas vidas como la tuya, las de los cientos de líderes y lideresas sociales de Colombia, deban estar siempre haciendo equilibrios entre lo posible y lo probable, entre los anhelos y las amenazas.

Leer la entrevista a Leyner Palacios: «Antes de amanecer, pienso: ‘Hoy es el día, hoy me van a matar‘»

Sé las horas que has dedicado a tu comunidad, que empezó siendo una comunidad pequeña –la de Pogue-, fue ampliándose hasta cubrir el Medio Atrato y hoy, como mínimo, abarca todo el Pacífico al que esa Colombia centralista, colonial, urbana, racista y violenta no permite vivir en paz. Sé de las decenas de talleres en los que has participado, de los documentos que has leído, de las miles de conversaciones a priori sin futuro que has emprendido para intentar que los alivios humanitarios llegaran a los territorios… Sé también de las inquinas, de las sospechas de los propios, de los resquemores de los ajenos, de las rencillas estériles que provoca vivir en la inequidad, de la frustración de las palabras vacías de los sucesivos gobiernos, del tejido de complicidades que han permitido seguir luchando y defendiendo la vida a pesar de tanto jarro de agua fría, de tantas noches de insomnio, de tantos viajes en la soledad que producen los abismos…

Querido Leyner, es probable que nada de lo que te diga sirva para aliviar el momento, pero debo decirlo. Tu trabajo, tu responsabilidad, tu compromiso con ‘el otro’, el sacrificio cotidiano de lo personal a favor del común es un ejemplo que me permite seguir creyendo en la humanidad. Resistimos en un entorno hostil, violento como pocos… Este siglo XXI está siendo el de la crisis del modelo que conocíamos, un sistema injusto y brutal pero que en el que los sectores estaban más o menos definidos. Ahora, la fragmentación de la maldad hace que la violencia se multiplique y que las actitudes individualistas, violentas, discriminatorias y sin restos de ética sean la norma. Por eso, la gente como tú, y como muchas y muchos de los que te rodean, es un espejo decente en el que mirarnos y reconocernos como especie.

La humanidad sólo tendrá futuro si los Leyner Palacios del Chocó, del Cauca, de Nariño, de Norte de Santander o del Atlántico siguen sembrando dignidad y fortaleza.

Sé que es pediros –pedirte- mucho, pero también sé, porque te conozco, que tú no te vas a rendir a pesar de que tienes todas las razones y todo el derecho de pasar a un segundo plano el día que lo consideres necesario. Ese día te apoyaré igual que hoy. Pero hoy, mientras sigues en la brecha, no quiero que amanezcas pensando que llega el momento de tu muerte. Quiero animarte a que mañana, cuando despiertes, al abrazar a Ana Mercedes o besar a tus hijos sientas que es un nuevo día de vida y de lucha, a que constates que no están solos y que hay aún mil razones para empujar los procesos de autonomía, de dignidad y de futuro de las comunidades.

El resto vamos a estar su lado, dispuestos a ayudar en todo lo preciso, dispuestos a ser abrazo e impulso, bálsamo y acicate.

Mi estimado hermano, estoy seguro de que sus hijos y sus nietos van a recibir la herencia de su lucha, que usted podrá mirarlos a los ojos, dentro de un par de décadas, y sentirá como le dan las gracias por no haberlos decepcionado. Usted ya es el ancestro de la generación que logrará cambios inimaginables para nosotros; usted, como los cientos de líderes y lideresas que recorren las veredas y trochas del país ciego y sordo, están cumpliendo con la “responsabilidad de tener ojos cuando los otros los han perdido” (como escribió José Saramago) y yo sólo tengo palabras emocionadas de agradecimiento y admiración por usted, por tantas y tantos activistas que la vida me ha permitido conocer en Colombia y por esas comunidades que resisten y sueñan a pesar de las políticas de muerte y desprecio que los Gobiernos de Colombia y las élites del país les imponen cada día.

Que la fuerza de tener la razón y el abrazo del sentimiento planetario de la justicia le den la energía para reconocerse poderoso. Que la vida nos permita seguir compartiendo luchas y risas por muchos años.

Desde el respeto y el cariño,

Paco