La Casa del Viento y la paz ausente de los barrios de Bogotá
La señora María Inés llegó a San Cristóbal, una localidad al suroriente de Bogotá, hace 34 años procedente de su Boyacá natal. Miles de personas como ella se asentaron en los cerros orientales de Bogotá desde los años 50, desplazadas por la guerra en el campo. En el barrio de San Vicente, María Inés crio a siete hijos, que milagrosamente lograron escapar de la vorágine de drogadicción y violencia que asolaba, y sigue asolando, a los jóvenes de la zona. “En el parque donde construyeron la biblioteca se juntaban muchos niños cuando nacieron mis hijos, pero ahora casi todos han muerto. Es raro que los jóvenes pasen de los 25 o 30 años por aquí”, cuenta sentada en un banco de madera en la cocina de su casa, mientras su nieto Daniel agarra y se enreda en su poncho.
Los siete hijos de María Inés pasaron por los talleres que se impartían en la biblioteca comunitaria Simón El Bolívar, ubicada a escasos metros de la entrada de su casa y, cuando crecieron, siguieron ligados al proyecto impartiéndolos ellos mismos. Para María Inés, esa fue la clave para que sus hijos no acabaran “atrapados por las drogas y la delincuencia” y que ahora le hayan dado siete nietos y un bisnieto.
Establecida en 1996 en un antiguo almacén de combustible para cocinar y ampliado sobre un pequeño parqueadero, la biblioteca ha sido el centro de la comunidad local desde entonces y cientos de niños y adultos han pasado por sus talleres de lectura, alfabetización, teatro o fabricación de cometas. Por ese motivo, la estupefacción se extendió entre los vecinos cuando en la mañana del lunes supieron que unos desconocidos habían prendido fuego al edificio. “Hay que ser muy bruto para hacer eso a un edificio que ha salvado a tantos niños, pero aquí hay gente muy bruta”, se lamenta María Inés.
Una oposición constante
José Lino Albino es un veterano del trabajo comunitario en el barrio de San Vicente. En 1984, distintos colectivos artísticos de la localidad de San Cristóbal decidieron asociarse en la Corporación Cultural Zuro Riente, que doce años después fundaría la biblioteca comunitaria. En 2011 el proyecto se amplió con la construcción de La Casa del Viento, un nuevo espacio en el piso superior que se utilizaba como local de ensayo de grupos musicales y lugar de reuniones y actividades de distintos proyectos culturales. La Casa del Viento se llevó la peor parte en el incendio del lunes.
En palabras de Albino, desde la creación de la biblioteca, “la oposición fue muy constante” por parte de diversos sectores de la comunidad, desde la alcaldía y la Junta de Acción Comunal a los vendedores de cerveza y los responsables locales del micro-tráfico. “El parque donde está la biblioteca es uno de los principales centros de distribución de sustancias psicoactivas de la zona”, explica Albino. “Nosotros no le decimos a los pelaos que no chupen, no fumen o que no hagan, pero, por ejemplo, para el taller de zancos, si quieren subirse deben dejar de consumir o si hacemos un taller de cuentos, el jíbaro no puede llegar ahí a distribuir. Al final, los que venden droga nos ven como un enemigo”.
En el año 2010 la oposición se convirtió por primera vez en amenaza a través de una llamada telefónica anónima a Anadelina Amado, una trabajadora social que lleva una década dedicando altruistamente su tiempo libre para gestionar los talleres de la biblioteca. Amado llegó a encerrarse en el pequeño edificio de la biblioteca cuando la alcaldía amenazó con dinamitarla para construir unas mejores instalaciones, y fue precursora del método de lectura de texto-contexto que se practica en muchos de los talleres de la corporación. “Después de haber leído en los talleres de lectura ya todos los cuentos de la biblioteca, decidimos empezar a analizar el contexto con los niños”, explica Amado dentro de la propia biblioteca, un pequeño espacio repleto de libros, pinturas, y pósteres de actividades pasadas. En sus talleres, que a última hora acaban reuniendo a vecinos de todas las edades, Amado analiza con los niños por qué Simón el Bobito, un personaje de un poema de Rafael Pombo, tenía que buscar en sus bolsillos vacíos para comprar comida y por qué el gato bandido Michín, otro de los personajes creados por el autor clásico bogotano, se dedicaba a robar y matar gente. “Se trata de traer las historias a los contextos de los niños para que así puedan analizar su realidad”, relata Amado.
Construyendo paz desde las localidades
Aparte de los talleres culturales y puramente formativos para niños y adultos, para Amado, la biblioteca ha venido realizado una función de “sala de barrio”, y una zona de encuentro comunitaria en una localidad compuesta por miles de familias provenientes de las partes más diversas del país. “La paz no es una firma ni dejar los fusiles, la paz se construye desde las localidades”, opina su compañero en la corporación Zuro Riente, José Lino Albino. La calcinada fachada de la Casa del Viento atestigua que esa paz aún está por construir en el barrio bogotano de San Vicente y ninguna delegación internacional acompañará ese proceso.
“Sabemos que existen violencias latentes en este tipo de espacios y los procesos no se arman de la noche a la mañana, son procesos largos”, comenta Albino bajando por una de las empinadas calles del barrio. “Si uno radicaliza eso, se vuelve batalla campal, y a eso no le apostamos”, añade. Albino llega finalmente a la puerta de la casa de María Inés, que le recibe con su nieto asomado por el umbral de la puerta. “Y ahora, ¿qué van a hacer?”, pregunta María Inés mirando hacia la biblioteca. José Lino sonríe y responde: “Ahora toca reconstruir y mejorar la biblioteca para que nadie la pueda tumbar”.