“La iglesia también tiene que hacer el yo pecador”

El arzobispo de Cali, Darío de Jesús Monsalve, habla horas antes de que se instale la mesa de negociación con el ELN por la que tanto ha trabajado. “Quito oxigena el proceso de paz”.

La Iglesia católica se declaró “neutral” durante la campaña del plebiscito sobre los acuerdos de paz entre el Gobierno y las FARC. Bueno… no toda. Alguna diócesis, como la de Quibdó, mostraron su apoyo al ‘Sí’, pero si una voz generó polémica fue la de Darío de Jesús Monsalve, el arzobispo de Cali. Una sola frase suya, en la que planteaba que votar ‘Sí’ era un asunto de honestidad, le valió la furia terrenal del Centro Democrático en la voz incontenida de la senadora vallecaucana Susana Correa, quien le invitó a cambiar la sotana por el traje de camuflaje y lo tildó de filo guerrillero.

La polémica se produjo cuando Monsalve redoblaba sus esfuerzos por mediar entre el Gobierno y la guerrilla del Ejército Nacional de Liberación (ELN) para que ocurriera lo que este jueves 27 de octubre debe acontecer: la instalación de las negociaciones de paz formales entre ambas partes. Las formas, y el porte, de Darío de Jesús Monsalve son las de un príncipe de la Iglesia pero su discurso y sus propuestas son las de alguien que conoce con detalle la realidad del país y las de quien se está implicando al extremo en un proceso de paz que, tal y como repite una y otra vez, no puede ser condicionado por la política tradicional ni puede limitarse a un acuerdo con las guerrillas.

La voz de Monsalve molesta a propios (en el seno de la Iglesia) y a extraños (partidos políticos, élites económicas e, incluso, algunos movimientos sociales) en un país “rarísimo”, como él lo califica, que tiene un “gobierno de derecha con una oposición de ultraderecha y una izquierda política desaparecida”. Pero quizá está pasando los límites de lo habitual en la jerarquía de la Iglesia católica porque está convencido de que Colombia “se está jugando el futuro, no ser una sociedad fallida”. Y ahí no hay medias tintas. El arzobispo de Cali, que coordina la Comisión Episcopal que acompañará los diálogos con el ELN, cree que en el país “todos, absolutamente todos [los sectores], deben pedir perdón” y anima a la Iglesia católica a la autocrítica: “La iglesia también tiene que hacer el ‘yo pecador”. Un proceso, explica Monsalve, “al que no hay que tenerle miedo, así algunos se pongan muy tensos, muy psicorrígidos”.

Este hombre nacido en Valparaíso (Antiquia) hace 68 años y que lleva cinco años como arzobispo en Cali le apuesta a un nuevo país pero la tarea, tal como nos explicó horas antes de viajar a Quito, no es sencilla. También adelanta casi sin querer uno de los hechos simbólicos que reforzará el clima de confianza en la mesa con el ELN. Si todo va bien, en los próximos días las autoridades entregarán los restos del cura Camilo Torres, muerto en combate como miembro del ELN hace 50 años, «para que tengan la sepultura que merece y para que esa memoria de Camilo deje de ser una memoria en caliente».

 

—¿Qué aporta, en este contexto enrarecido, la mesa de negociación con el ELN que se establece este jueves en Quito?

—Pues creo que Quito nos ayuda a salir de esta visión reductiva que le ha impuesto el plebiscito al pueblo colombiano. Hay que salir de la visión encerrada en el ‘Sí’ y el ‘No’, y también muy encerrada en los acuerdos de La Habana, y en el tema partidista. Quito viene a abrir puertas y ventanas como para que se vea que la paz es un horizonte mucho más amplio, más incluyente, que se trata una paz más completa en términos de subversión, porque había quedado el ELN fuera del plebiscito, así como una fracción del EPL (Ejército Popular de Liberación). La paz que hay que construir también debe salirse del contexto meramente agrario y tiene que incursionar en donde está casi el 80% de los colombianos, que es el mundo urbano. Tenemos más de 62 ciudades con más de 100 mil habitantes y en ellas, casi en su totalidad, hay conflictos de violencia, hay pandillaje, hay bandas, y hay un dominio territorial de Bacrim, de organizaciones neoparamilitares, y con un conector común de todas esas violencias urbanas y rurales que es el narcotráfico. Quito es la oportunidad de una mirada más amplia, pero también más profunda.

—¿En qué sentido más profunda?

—Por ejemplo, significa que asumir de una forma más clara la participación de la sociedad. La agenda de Quito complementa la de La Habana en cuanto que se pone en primer lugar la participación de la sociedad y el ELN no pretende sustituirla con lo que se pueda hablar en una mesa entre el Gobierno y esa guerrilla. Además, aquí hay que poner muy de presente la paz territorial. La paz territorial significa la población que habita los territorios rurales y urbanos, significa esa democracia local que hay que ir construyendo mediante la construcción de una sociedad civil a través del diálogo, de la coexistencia en medio de las diferencias…

Habrá que entrar a mirar los escollos que se presentan con el ELN para lograr una dejación de la lucha armada y una dejación de las armas, que son dos cosas complejas. Pero con esa paz territorial de la que hablo también se abre un horizonte que es muy importante que es el horizonte ambiental y minero energético, que tampoco estaba contemplado en la agenda de La Habana. Este será uno de los temas de participación social bien fundamentales en este nuevo periodo. Creo que se puede decir que la agenda con el ELN permite la oxigenación del proceso de paz.

Ese debe ser el nuevo énfasis: la gente cuenta. Y la gente cuenta en la medida en que se convierta en sociedad civil.

—El tema minero energético es central en la agenda del ELN pero, en La Habana, el Gobierno dejó claro que el modelo económico no se puede cuestionar. ¿Cómo se puede afrontar esta contradicción?

—Es un tema vital para un país que le ha entregado a las multinacionales de la minería el subsuelo sin miramientos de ninguna índole. Vivimos los contrastes del Chocó y de otras regiones entre la riqueza extraída y la miseria tan aguda en que viven los moradores. Cuando se habla de participación de la sociedad, se requiere que no sólo la guerrilla exprese que es lo que entiende por esto, sino también que el Gobierno, el Estado colombiano, indique un marco de expectativas de cambio. La participación surge cuando hay esa expectativa de cambio si no es así pues… la gente en qué va a participar… se trata de participación en el poder, de empoderar a las comunidades… de participación en el cuidado ambiental pero también de participación en la economía, en la construcción de su convivencia… es la participación política en el marco constitucional actual o en un futuro marco constitucional nuevo. Esta expectativa de cambio en el campo de los modelos económicos y extractivistas y en el modelo del libre mercado no va a ser fácil. Esos modelos económicos vigentes no son intocables… Creo que ha habido un cierto cambio en cuanto a ponerle un límite a esas licencias de minería que ahora no sólo deben ser licencias ambientales otorgadas por el Estado, sino licencias sociales. Y ese debe ser el nuevo énfasis: la gente cuenta. Y la gente cuenta en la medida en que se convierta en sociedad civil. Y la licencia social para extraer las riquezas del subsuelo o para realizar proyectos económicos es fundamental

—Pero una de las primeras peticiones que hizo Álvaro Uribe tras el plebiscito fue eliminar la consulta previa, muy en línea con el vicepresidente, Germán Vargas Lleras, que considera la consulta como una “extorsión”. ¿Se puede eliminar el derecho a la consulta en este proceso político?

—Eso es imposible… hoy en día el enfoque está virando a la valoración de que es la gente lo que da identidad al territorio. Este no es un cambio muy rápido, pero sí se está poniendo un poco más de cuidado en relación a la explotación de los recursos y se tendrá que perder ese miedo a la consulta previa con las poblaciones… y las poblaciones también tendrán que aprender a dar un sí a la minería y a ciertos proyectos económicos que estén bien anclados en el respeto a los derechos de las poblaciones, a los derechos ambientales y que le den una verdadera participación en la riqueza a esas poblaciones. El marco general de participación tiene que hacerse ruta, una ruta muy propia que permita también la participación de las poblaciones urbanas, y es ahí donde va a ser más complejo porque significa pensar en cómo sacarlas de la ilegalidad y de una economía basada en gran parte en el microtráfico, en la ilegalidad.ç

 

En el caso de la negociación con el ELN, usted lo recordaba, la participación social es una clave. ¿Cómo garantizamos que esa participación no esté cooptada, controlada por la propia guerrilla o por otros colectivos?

—Hay que luchar porque la participación social sea nueva, que no esté hipotecada a marcas ni de organizaciones armadas, ni de ONGs, ni de instituciones, ni de credos… es una participación que hay que regenerar… porque los modos de esa participación a través de acciones comunales, o de asociaciones de usuarios, o de comunidades religiosas, o de iglesias… o los modos de participación [tradicionales] a través de plataformas ideológicas de izquierdas o derechas… no es que haya que desecharlos, sino que en una construcción en orden a la paz hay que ir aprendiendo a hacer unas propuestas mucho más abiertas, más incluyentes, más plurales en donde cada quien tiene que ver más allá del tipo de cerramiento que ha construido en torno a si.

Tenemos un gobierno de derecha y una oposición de ultraderecha que parecieran dominar totalmente el campo político y la izquierda política desapareció

—El problema es que pedimos participación en una sociedad no muy estimulada a esa participación…

—En general, en Colombia hay un estilo, una manera de ser… cómo decirlo… es una población con una gran bondad, pero con una muy precaria participación en la construcción de lo público, en la democracia y en el interés nacional. Eso se refleja en las masas gigantescas de abstencionismo y en la indiferencia de mucha gente frente a lo que está ocurriendo en su entorno. Y no es que la gente sea mala, sino que es el descuido grande que se ha tenido en el sistema educativo y en la cultura en general del país y en la manera de hacer política clientelista, con maquinarias y dinastías políticas, y frentes nacionales… En esa manera de hacer política se ha ido liquidando Dariotodo intento de organización de participación popular, de sindicatos… los sindicatos se han aniquilado… Y la sociedad colombiana se ha polarizado mucho, entre visiones de izquierdas ideologizadas y muy marginales respecto al grueso de la población y visiones de derecha y ultraderecha. Colombia es uno de eso países rarísimos donde hay un gobierno de derecha, que es el de Juan Manuel Santos, y la oposición de izquierda desapareció y lo que hay es una oposición de ultraderecha. Tenemos un gobierno de derecha y una oposición de ultraderecha que parecieran dominar totalmente el campo político y la izquierda política desapareció: o se volvió insignificante o se dejó envolver por la corrupción, como el Polo Democrático en Bogotá… en estos momentos casi se podría decir que el Polo Democrático desapareció en aras del Centro Democrático. Esos fenómenos explican que somos una sociedad donde se ha cultivado muy poco la participación de las bases y la construcción de una democracia de abajo hacia arriba, a eso se le tiene mucho miedo. Y se han liquidado mucho todas las expresiones de organizaciones populares.

—¿Cree que se empieza esta negociación en un marco de confianza? A veces pareciera que el ELN se siente minusvalorado por el Estado…

—Hay algo de complejo en eso. El Gobierno tomó el conflicto muy en torno a las FARC y en un comienzo, y todavía hay mucho de eso, se miraba el diálogo con el ELN como algo residual. Eso es absolutamente equivocado y creo que se está corrigiendo. Pero también hay algo de complejo [dentro de la guerrilla] en eso. El ELN se ha convertido en algo así como el chico difícil, en la organización que ha intentado muchas veces este camino de los diálogos pero casi siempre con unas miras más tácticas que estratégicas y hay que asumir que es necesaria una estrategia que supere la vía armada y que reinterprete el derecho a la rebelión en términos más cercanos a la cultura, a la globalidad, a los fenómenos incluso ambientales, a la evolución que están tomando las sociedades.

En las ciudades habrá que hacer sustitución de ingresos ilegales, así como en el campo se hace sustitución de cultivos

—Usted ha insistido, incluso durante esta entrevista, en la importancia de las guerras urbanas. ¿Cómo se pone freno a la criminalización de la vida en barrios enteros?

—Ese es un hueso muy duro de roer. Desmontar unos microestados [en los barrios] que además generan una dependencia social de ese actor armado concreto… Esa dependencia del actor armado hay que invertirla, hay que conseguir que los actores armados piensen que van a depender de la sociedad civil a la larga y comiencen a abrir ese camino. Es decir, que van a dejar las armas completamente. Hay que pensar en un desarme sostenido gradual pero sostenido y a fondo, en donde realmente el monopolio de la fuerza pase a un estado legítimo. Es duro de roer este hueso porque no sólo se da una dependencia de la población con el actor armado sino que se da una explotación inmisericorde de los más pobres a través de la extorsión y del microtráfico, que regenera otras formas de delincuencia para poder tener le dinero y estar comprando los estupefacientes. Esto todo sumado supone una degradación gigantesca de sectores sociales del pueblo colombiano.

Se requiere una acción más profunda para la paz urbana que para esta paz con las minorías rurales que van quedando en el país. Por eso creo yo que el Estado colombiano y la comunidad internacional tendrán que unir mucho más sus fuerzas para intentar pactar la legalidad con algunas de estas poblaciones, de estos sectores que el Estado abandonó y dejó en manos del narcotráfico. Es como si [el Estado] le hubiera dicho al narcotráfico: “Ahí le quedan las ciudades, los sectores populares de las ciudades”. Ese pacto de la legalidad inicia con el sometimiento de estas estructuras a la ley y a la justicia en Colombia y una cierta conciliación para que estas gentes puedan legalizar sus capitales de alguna manera o verse vinculados a un sistema de justicia ordinaria pero que también les de algunas garantías que les permita cambio de actividad económica… yo no sé los términos que traerá la fiscalía especializada… los juristas tendrán la palabra.

Y con la gente habrá que hacer sustitución de ingresos ilegales, así como en el campo se hace sustitución de cultivos, y habrá que hacer un replanteamiento de lo que es la vida en la ciudad, no solo respecto al empleo sino vincular a la gente en la reconstrucción de sus hábitats… y es aquí donde la paz sí realmente se va a volver muy costosa para Colombia.

—Usted plantea algún tipo de negociación con esos grupos, pero en teoría fueron desmovilizados por el ex presidente Uribe. ¿Cómo le explicamos a la sociedad y a la comunidad internacional que unos años después hay que hacerlo de nuevo?

—Pues hay que ser realistas y cribar de nuevo esa realidad para ver qué es lo que tenemos. Porque aquí está en juego salvar a las generaciones nuevas de ser generaciones fallidas y volverse una sociedad fallida porque nos absorbió la mafia, el narcotráfico y el dinero mal habido. Las experiencias de Centroamérica son muy duras y nosotros aquí tenemos ya experiencias muy preocupantes. Es posible lograrlo, más lento, pero es posible ir trazando rutas de salida a este caos urbano que se creó y en el que está involucrado un sector muy grande de la población. Pero eso debe aunar esfuerzos de la empresa, de las iglesias, de las organizaciones sociales, de las academias y de la comunidad internacional, y se tendrá que abrir una línea muy grande de rehabilitación de las personas…

El ambiente del país es anti FARC, anti guerrillas. Esa mentalidad de concentrar el enfoque de la maldad y de las acusaciones en las guerrillas sirvió para aminorar otras responsabilidades

—Pareciera que en el proceso de reconciliación del que tanto se habla sólo deben pedir perdón las guerrillas, los paramilitares y, en algunos casos, el Estado. ¿Quién más debería pedir perdón en este país?

Todos, absolutamente todos tenemos que pedir perdón… la Iglesia no excluye en esto a nadie. La primera palabra que pone en boca de un feligrés es “Yo”: “Yo confieso, yo pecador”. Hay que volver por el “Yo”, hay que volver a construir la autoconciencia y eso no es fácil Y solo quien es capaz de construir la autoconciencia construye la autocrítica. Ahora estamos en la mareada de las acusaciones. Del dedo acusador. Pero tendremos que transitar los caminos del dedo que se acusa a si mismo. El ambiente del país es anti FARC, anti guerrillas. Esa mentalidad de concentrar el enfoque de la maldad y de las acusaciones en las guerrillas sirvió para aminorar la acusación sobre otros sectores: los paramilitares, todos los que estaban en la ley de Justicia y Paz en aquella época, la parapolítica, la corrupción del Estado… todo eso… Hay que superar esa etapa que ha sido impresionantemente explotada, de un coctel de odios donde se meten a las guerrillas, a Cuba, a Venezuela, al mal Gobierno, etcétera… eso es fácil y efectivo pero ahora tenemos que empezar a superarlo y empezar a remar contracorriente para meter a la sociedad colombiana en un camino de moderación y lograr que los sectores pudientes, los que tiene un nivel significativo de bienestar económico, quiten ese inri de terroristas y de exclusión de todos los que han estado participando en este conflicto.

—A usted también le pusieron el inri. Si le hiciera caso a la congresista Susana Correa debería cambiar la sotana por un traje de camuflaje…

—[Sonríe con una mueca de resignación] Bueno… para mi esas cosas no son un problema porque mis únicos dolientes son mis feligreses, y en mi familia… bueno, ahí soy el tío de la familia, así que no me preocupa lo que digan de mi o lo que me hagan. Pero sí es verdad que tenemos que ser muy tolerantes y muy pacientes, sin dejarnos amedrentar. Como decía hace poco el Papa Francisco en una carta dirigida a los obispos latinoamericanos hay que pasar de un enfoque de la vida basado en el miedo a un enfoque de esperanza. Y en este caso… además hay que salir de la rabia a la esperanza.

—No sólo ha molestado a sectores del ‘No’, a algunos grupos de interés del país… sus posiciones escuecen a otros compañeros de la Iglesia católica colombiana. ¿No?

—Sí, sí. Hay dificultades… hay gente que aún cree en la neutralidad de la iglesia en estos asuntos [la Conferencia Episcopal se declaró neutral ante el plebiscito]. Hay que entender que ese famoso coctel de los odios también arrastra a las expresiones religiosas. Aquí se desataron las furias con la famosa ideología de género, entre otras cosas, y esos son aspectos en los que la iglesia tiene que auto examinarse. El presidente de la Conferencia Episcopal [Luis Augusto Castro] es de los que sufre más las furias intra eclesiales. Él proponía que la Iglesia hiciera una acto de arrepentimiento sobre siete aspectos que ni tan siquiera se los dejamos decir. La iglesia en Colombia también tiene que hacer el “yo pecador” en algún momento. Yo había propuesto empezar con el de Camilo Torres [risas]. Y a esto [la autocrítica] no hay que tenerle miedo, así algunos se pongan muy tensos, muy psicorrígidos. Este es un asunto de una conversión, como dice el Papa, de una conversión pastoral, una conversión de la Iglesia como al evangelio ¿no? Esa es siempre la tensión en que se da la fe, eso nunca se va a llegar a ser tan nítidamente seguidores de Jesucristo que nos volvamos no violentos pasivos y no violentos activos.. eso va a ser difícil que lo logremos, pero no es imposible y se va a avanzando.

—¿Qué habría que pedirles a las élites económicas del país?

—¡Qué no pedirles! La elite económica en Colombia es fuerte, es poderosa, pero son pocas personas, y pocos grupos y familias que detentan demasiado poder. Yo no diría que están cerrados y trancados a todo cambio, pero tienen ese riesgo. Lo que hay que hacer es generar procesos de autoabastecimiento en la gente, recuperar soberanía alimentarias, soberanía en el trabajo así el empleo vaya disminuyendo, incluso por la robotización. Hay que generar la soberanía popular en cosas concretas, como los procesos educativos, en la vivienda… las cosas fundamentales del pueblo. A uno le asusta cuando la satisfacción de las necesidades básicas desaparecen de la visión que tienen las empresas dominadas completamente por el ánimo de lucro. Empresas que se vuelven sinónimo de lucro y un lucro que se vuelve incesante: hoy hay que ganar más que ayer y mañana más que hoy.

Ojalá fuera, como dice en Magníficat del Evangelio fuera que unos van bajando y otros van subiendo, que hubiera un equilibrio, un encuentro. No se trata de voltear la torta: pasen los de abajo para arriba y los de arriba para abajo. Uno va a Cuba y le parece interesante que la gente no tenga que pagar arriendo o que tengan asegurada la educación o la salud, pero también le preocupa ese nivel tan pobre, tan precario… Los extremos en esto son malos. Lo más importante es ir generando una sostenibilidad social.

—Esas élites políticas y económicas son las que están negociando con el Gobierno en esta etapa postconflicto…

Hay que ir más allá de eso, del tema de los partidos. Indudablemente, el ‘Sí’ y el ‘No’ generaron esas coaliciones, esas confluencias, sobre todo el ‘No’, porque el ‘Sí’ fue un poquito de montonera. Pero son confluencias en donde se trata de salvaguardar intereses muy diversos. Digamos que más que negociadores estamos ante negociantes de sus propios asuntos, de sus propios intereses. Hay mucha diferencia entre el negociador y el negociante. Pero no debemos identificar el proceso de paz ni dejar que sea absorbido por ese otro proceso de pactos políticos. Los pactos políticos nos pueden llevar a un nuevo Frente Nacional revestido de otros nombres: uribismo, santismo… lo que sea… puede llevar a una cierta conciliación de los partidos o sencillamente o a utilizar la paz para efectos electorales, pero realmente el proceso de paz ya tiene una vida más propia. Cuando se ha implicado a la comunidad internacional, cuando se han llegado a acuerdos, cuando se abre el proceso de implementación, cuando el ELN logre sentarse a una mesa y no levantarse hasta que no haya un acuerdo… se plantea también lo de la fracción del EPL que queda en el Catatumbo y estamos intentando que de alguna manera entre en este proceso… también hay que pensar en otro espacio muy distinto a este relacionado con la subversión… un espacio de paz urbana que está más relacionado, con las Bacrim, con el Clan del Golfo, con los Urabeños, con La Oficina de Medellín, los Rastrojos… algunos de ellos miran de manera positiva los acuerdos de La Habana y, aunque no hablen abiertamente de sometimiento a la justicia, creo que allí se van a terminar ubicando.

Hay que generar una dinámica de movimiento social y de confluencia política hacia la paz. Creo que tendremos que enseñarnos a que las discusiones políticas sobre los acuerdos de La Habana podrán demorarse más de lo que pensamos -y ese es el interés de algunos que están en eso-, pero eso no deberá afectar al proceso de paz.