La irracional venganza

El atentado con carro bomba en la Escuela de Policía de Bogotá, este jueves 17 de enero, sigue estremeciendo a Colombia y el entorno de su conflicto interno.

Estremecidos están las victimas, cadetes estudiantes, que viven la tragedia de vidas asaltadas y truncadas, sueños que se volvieron pesadilla mortal. Algunos aún heridos y en grave riesgo, otros asustados y perplejos en sus casas, con los suyos, asistiendo a los funerales de sus compañeros, víctimas fatales, que apenas van siendo reconocidos, cotejando su ADN.

Se estremecen sus familias y vecindarios, su institución: la Policía Nacional. Pero también están viviendo el “tsunami” del bombazo el débil y apenas naciente proceso de paz, iniciado por el anterior gobierno y proscrito por el actual y sus partidarios de origen.

La onda explosiva llega hasta Cuba, sede también de la Mesa de diálogos con el ELN, luego de que Ecuador desistiera de serlo. La emblemática Isla, pasaría de ser un ejemplo de cooperación en los procesos de paz con las FARC y el ELN, a cargar con el estigma y el acoso, nada diplomático, del gobierno de [Iván] Duque, calificándola de “refugio de terroristas”.

Es claro que la beligerancia de quienes cobran los réditos sangrientos del atroz atentado, tiene entre Ceja y Ceja a Cuba y Venezuela, más a este fronterizo vecino del oriente colombiano, “patria común” de emigrantes y refugiados de ambas naciones y, por supuesto, del ELN que sigue en su guerra y “resistencia”, en su letal camino de valerse de situaciones y medios, de “negocios” y espacios en una inmensa y compleja frontera.

Las resonancias del estallido y sus efectos dantescos, llega a los países de la comunidad internacional y al mismo Vaticano, que acompañan los procesos de paz en Colombia, muchos de ellos países garantes, amigos y aportantes para hacerlo posible, oferentes, incluso, como la España de [Pedro] Sánchez, para “continuar allí la mesa de diálogos con el ELN”. Ahora los líos diplomáticos de Cuba por el atentado y levantamiento de la mesa de diálogos, se vuelven líos políticos y jurídicos para estos países que persisten en acompañar la gesta de una solución negociada al eterno y desastroso conflicto interno de Colombia.

Menudo problema se genera también para sectores civiles e Instituciones como la Iglesia Católica, que vienen actuando como gestores y facilitadores en asuntos humanitarios, en procesos con las dolidas y desesperadas poblaciones de los territorios donde opera el ELN, en la exploración, agenda y desarrollo de los diálogos, por cerca de cuatro años. Por fortuna, se cuenta con una amplia experiencia y con el tesoro que significa el aliento y apoyo constante del Papa Francisco, ahora con un nuevo y más incisivo Nuncio Apostólico, apostándole a la continuidad y consolidación del proceso de paz, al Acuerdo del Estado Colombiano con las FARC.

Escuchar y encontrar luces

Es apenas comprensible que estos días serán aún de duelo y de manifestaciones de solidaridad, ahora en las regiones de donde provienen los cadetes. Y desde ellos, desde sus familias, empieza el país a escuchar y ver luces para afrontar el hecho. Porque son siempre las víctimas, los que “ponen los muertos que la guerra y el terrorismo matan”, quienes también inspiran la esperanza de otros caminos, distintos a los del genocidio y la venganza.

Aunque un carro-bomba contra una sede juvenil de estudios y doctrina militar pueda parecer “objetivo estratégico” para quienes no calculan medios a usar ni daños por causar; aunque se pretenda herir el alma institucional y hacer sentir el peso de la venganza por los bombardeos a los campamentos del ELN en Navidad y en cese unilateral, la siembra del odio en jóvenes, aún adolescentes, ajenos a la guerra misma, parece un objetivo aún más dañino.

Instalar la maquinaria del odio en los afectados, avivando el “odio al enemigo” o quizás al Estado que no garantizó su protección, o a la doctrina militar que se les imparte, podría estar en los considerandos ilegibles de la agenda terrorífica. Sumir al país en el cruce de “odios contra” las FARC y ahora el ELN, buscando la “unidad de la Nación” por vía de reacción, reencauchando la, ahora desvencijada, maquinaria del Estado colombiano, y el partidismo polarizado y enredado en la corrupción, como rostro político del poder narcotraficante, que penetra la sociedad y al Estado mismo con su “teoría” del dinero fácil, es la respuesta política de los actuales detentores del poder.

Pero, de entre las víctimas se levantan voces iluminadoras, como la del señor Diego Pérez, padre del cadete Diego Fernando Pérez, muerto en la masacre: “Yo habló con la razón y no con el corazón. Creo que lo mejor es hacer un acercamiento con este grupo subversivo, porque debe haber un medio para evitar tanto derramamiento de sangre. Espero que la sangre de los jóvenes no se siga derramando. Solo deseo que las personas que ordenaron este atentado tengan ellas paz en su corazón. No hay rencor por parte de nosotros. Sé que mi hijo, desde el Cielo, los va a estar protegiendo, así tengan un corazón renegrido. Esperamos que recapaciten y así tengamos una verdadera paz en el país”.

Será este camino de construcción sostenida de la convivencia sin maniqueísmos entre buenos y malos, de reconciliación a largo plazo y perdón personal inmediato, de generar esos “medios” que le pongan torniquete social y político, estatal, al desangre, de propiciar un camino, nada fácil, para que la gente salga de la criminalidad e ilegalidad al trabajo productivo, al ingreso limpio y legal, al acceso a las oportunidades, lo qué hay qué generar, sostener, ampliar y consolidar.

Mientras no se defina una política ciudadana y de Estado, con soporte internacional, como hoja de ruta para Colombia, en orden a una paz completa, justa, incluyente e integral, no se contará con más horizontes que cuatrienios como el actual, en los que no se sabe quién gobierna, pero si se siente cómo: con la provocación como política que se toma el continente (EEUU, Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina, etcétera). Estos niveles de provocación tensionan las sociedades y nos vuelven a los escenarios de “la guerra fría”, de bloques y aliados, que ponen en la mira los Líbano, Afganistán, Irak, Siria y tantos otros escenarios de la hecatombe.

Por ahora, rezamos con y por todas las víctimas: cadetes, líderes sociales, soldados, guerrilleros, secuestrados, niños y niñas, los muertos matados cada día. Convocados para este sábado 26 de enero a la Catedral de Cali, a las 10am, las familias de los caídos que viven en El Valle del Cauca y Cali, la institucionalidad de la Policía, los fieles y ciudadanos, los medios de comunicación y autoridades, estamos siendo invitados a encontrarnos alrededor de la Víctima Inmolada que traza rutas a la vida, aún en el peor de los escenarios : Cristo Jesús.

 

*Darío de Jesús Monsalve Mejía, arzobispo de Cali.