Las mentiras oficiales
(Imagen de una marcha de desplazados en Turbo. 1997)
El relato oficial suele correr rápido por los medios masivos. La confusión entre fuentes oficiales, como fuentes con credibilidad, y fuentes de guerra provoca habitualmente que los comunicados y las declaraciones de los oficiales de las Fuerzas Militares sean consideradas como la verdad. Así ocurrió con Riosucio. Hasta que en marzo y abril de 1997 el diario El Colombiano de Medellín no publicó una serie de reportajes sobre lo que estaba aconteciendo en el municipio del Bajo Atrato, la “verdad” conocida por la opinión pública era realmente distante de la realidad.
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La versión que dio el ahora detenido general (r) Rito Alejo del Río, entonces comandante de la XVII Brigada del Ejército, con sede en Carepa, era que se había producido una operación conjunta de las FARC y el ELN con cientos de guerrilleros que se habían tomado Riosucio. El diario El Tiempo publicaba la versión oficial el mismo 21 de diciembre de 1996, mientras unos 130 paramilitares hacían sitio en el casco urbano a los helicópteros de la Brigada XVII. “Según el comandante del batallón Voltígeros de la Brigada 17, coronel Alejandro Navas, los subversivos llegaron en chalupas y ocuparon durante varias horas la población. El coronel Navas informó que las autoridades locales denunciaron la desaparición de cinco personas y aseguró que cuando llegaron las tropas del Ejército, los guerrilleros habían huido por el río Atrato hacia Quibdó”, se podía leer.
En una demostración de cinismo, ese 21 de diciembre, El Tiempo recogía las declaraciones del entonces gobernador del Chocó, Franklin Mosquera, quien aseguraba que “la policía está resistiendo, pero ya se pidieron refuerzos a Carepa”.
Un día después, el 22 de diciembre, El Tiempo publica unas declaraciones de Mosquera en la que asegura que no eran guerrilleros sino paramilitares los que entraron a Riosucio el día 20 de diciembre, pero mantiene que se enfrentaron a tiros con los 23 agentes de policía que había en el pueblo. es la «pantomima» que denunció en su momento el padre Emilio Gómez y que todas las fuentes confirman.
Unos días después, el 13 de enero, el jefe de la Policía en el Chocó, Rigoberto Ojeda Prieto, señalado por los comandantes paramilitares como el contacto con las fuerza pública en la coordinación de la entrada en Riosucio, aseguraba que el municipio “estaba bajo el control militar y policial”. Sin embargo, se pronunciaba sobre “el bloqueo que la guerrilla ejerce desde hace más de una semana en varios puntos del medio y bajo Atrato (…) el coronel Ojeda informó que ya fueron levantados los retenes que la subversión tenía en Domingodó y Vigía de Curvaradó. Sin embargo, el oficial informó que entre Riosucio y Turbo, cerca a la desembocadura del Atrato, se han presentado nuevos retenes, pero que ayer mismo se enviaron lanchas pirañas para vigilar la zona”.
En el terreno la realidad era la contraria, y fue el padre Emilio Gómez, párroco de Riosucio, el que tuvo que viajar hasta Medellín y pedir ayuda a los periodistas de El Colombiano para que la verdad empezara a contarse. “Cuando vi publicado que Riosucio estaba tomado por paramilitares respiré de alivio”, recuerda Gómez.
El domingo 23 de marzo de 1997 El Colombiano publicaba un despliegue especial sobre El Chocó. La periodista Angélica María Lopera Isaza y el fotorreportero Manuel Saldarriaga, ambos de El Colombiano, publicaron el reportaje: “En Riosucio huyen del fuego cruzado”. En él ya se cuenta de la incursión paramilitar y de los bombardeos del Ejército que en aquella época todavía no tenían nombre (Operación Génesis). También se apuntan los excesos de soldados y paramilitares y el terror que ya en esos días, según los periodistas, había expulsado a 1.000 familias del casco urbano. El reportaje era encabezado por una escalofriante foto de Saldarriaga en la que se ve una pinta en una pared de madera en la que las Autodefensas de Córdoba y Urabá felicitan la navidad. En el mismo especial, Carlos Mario Gómez firma una página titulada: “En el Chocó, negros e indígenas temen etnocidio” y se apunta ya el avance de la guerra en todo el departamento y la relación de la acción armada con los intereses económicos. Una generación de periodistas de El Colombiano marcaron la diferencia en la cobertura del conflicto en Urabá y en el norte del Chocó: Javier Arboleda, Carlos Alberto Giraldo, Manuel Saldarriaga, Jesús Abad Colorado, Juan Carlos Pérez, Juan Gonzalo Betancur, Diana Lozada o los que firmaban las notas de marzo de 1997 hicieron un periodismo de terreno que ahora parece sólo un vago recuerdo.
Las mentiras oficiales sobre lo ocurrido en Urabá y el Bajo Atrato se extendieron por años. Rito Alejo del Río defendió siempre la Operación Génesis y en abril de 1999, en pleno centro de Bogotá, en el Hotel Tequendama, su «trabajo» le valió un homenaje de 1.500 personas que, encabezadas por Álvaro Uribe y Fernando Londoño, ratificaban que el «Pacificador de Urabá» era un «ejemplo», un «héroe» nacional. El acto buscaba compensar con elogios al general destituido por el entonces presidente Andrés Pastrana no por las denuncias de las organizaciones colombianas de derechos humanos y de las asociaciones campesinas, sino ante las denuncias del Gobierno de Estados Unidos que señalaba la relación entre el que fuera responsable de la Brigada XVII y la violación de derechos humanos. Al igual ha ocurrido con otros de los implicados en las operaciones Riosucio y Génesis, como se puede comprobar en este rastreo sobre la impunidad que persiste en estos casos. El olvido queda compensado en la hemeroteca.