Néstor Ocampo: “En lugar de construir represas deberíamos preservar la diversidad biológica”

Néstor Ocampo es uno de los padres del ambientalismo en Colombia y tiene algo que decir sobre Hidroituango. Más allá de la catástrofe provocada por EPM y por las omisiones del Estado, Ocampo apunta a los problemas de fondo.

La oposición a las megarepresas es antigua y no comenzó con la catástrofe de Hidroituango. Movimientos ambientalistas en todo el mundo consideran que enormes proyectos como estos “matan” los ríos y aniquilan las formas de vida tradicional de las comunidades aledañas en aras de generar beneficios únicamente para el gran capital. En países como India las megarepresas han desplazado a más de 50 millones de personas, el colapso de la presa de Bentos Rodrigues en Brasil en 2015, que destruyó y contaminó con residuos de la minería todo el río, o el de la presa de Banqiao en China en 1975, que dejó más de 200.000 víctimas fatales, son ejemplos del peligro potencial que tienen dichas estructuras. En Colombia, la primera vez que se habló de los daños nocivos de las represas fue en los años ochenta con la construcción del embalse de La Salvajina, al que los ecologistas de entonces llamaron “La Salvajada”. Conversamos con Néstor Ocampo, ambientalista y activista social, sobre las consecuencias ecológicas y sociales de las megarepresas y los antecedentes en el país de estos conflictos.

—¿Por qué hay tanta oposición a las represas desde los movimientos ambientalistas?

En primer lugar por la gente: inundan áreas en donde vivía gente, por ejemplo en el cañón que inundaron ahora [para la realización de Hidroituango] son 74 kilómetros inundados, no estamos hablando de poca cosa, ahí prácticamente hicieron desaparecer a la comunidad Nutabe, que está asentada allí hace siglos. Los sacan con el argumento de que la empresa sólo negocia con quienes tengan predios formalizados legalmente y esta es gente que tiene una posesión ancestral de estas tierras, no de diez o de veinte años. Los pueblos y caseríos que quedan a orillas del río en esos 74 kilómetros cambian radicalmente sus modos de vida: de ser personas que estaban en el agua viviendo de la pesca y del barequeo de oro, ahora están a la orilla de un lago y no pueden hacerlo, ni siquiera pueden pescar porque esas represas alteran de una manera radical los ciclos biológicos del río, los peces que antes subían ya no pueden subir, se altera totalmente el ecosistema.

Eso aguas arriba, aguas abajo pasa lo que hemos visto en estos días: queda un montón de gente con una amenaza sobre sus cabezas si ocurre cualquier problema en esa represa, no sólo es la posibilidad de que la presa se dañe, como ocurrió en este caso, o incluso de que colapse, como ha estado a punto de ocurrir, sino que en su funcionamiento normal estas personas se ven afectadas cuando sueltan agua por cualquier razón. Estamos hablando de 25 municipios en 4 departamentos que pueden sufrir estas consecuencias. Son seres humanos que no pueden ser sacrificados simplemente por la prepotencia y el afán de enriquecimiento de unos cuantos, en este caso hablamos de Empresas Públicas de Medellín, un grupo económico que se ha convertido en una “multilatina” que vende energía a países de Centroamérica y Suramérica, actualmente está pujando con la Empresa de Energía de Bogotá por llegar hasta Chile, Perú y el Brasil.

—¿También existen daños al medio ambiente?

En segundo lugar está el tema ecológico, allí en ese cañón (del río Cauca) había un ecosistema de bosque tropical seco el cuál desaparece casi en un 80% bajo el agua. Quedan debajo del agua miles de árboles, millones de lombrices, de animales, de insectos, de hormigueros, de plantas pequeñas, es decir, una gran cantidad de biomasa que se va a descomponer de forma anaeróbica generando metano, uno de los gases responsables de efecto invernadero. Ese cuento de que la energía proveniente de hidroeléctricas es energía limpia es un carretazo por múltiples razones. Otro aspecto es cómo se alteran los ecosistemas terrestres y acuáticos. Luego, cuando se generan estas represas hay problemas de salubridad pública relacionados con la presencia de oncosercosis y cirticercosis, una serie de enfermedades que se generan alrededor de estos depósitos de agua por moluscos y caracoles que son vectores.

—Pero ambientalistas y expertos como Manuel Rodríguez Becerra y Brigitte Baptiste han defendido la construcción de represas porque afirman que nuestro país tiene un enorme potencial hidroeléctrico.

Claro, hay gente que tiene conceptos y opiniones porque mama de ese billete. Manuel es uno de los que gana plata siendo asesor en aspectos ambientales para grandes proyectos de infraestructura. Las represas tienen sentido en países con regiones más o menos secas y muy estables geológicamente, lo que garantiza la estabilidad y durabilidad de esas inversiones. No son muy recomendables para países como el nuestro, donde las cordilleras apenas se están levantando y los suelos son muy inestables. Ya sólo por los derrumbes que se han presentado y hemos visto en televisión podemos darnos cuenta como que eso termina convirtiéndose en un depósito de tierra por debajo con un espejo de agua por arriba, no es una forma de generar energía apropiada a las condiciones geológicas, ecológicas, sociales e históricas de países como el nuestro. Sólo se justifican porque grandes grupos económicos internacionales, bancos y demás, que maman de ese billete, pueden exportar sus tecnologías ya vetustas en otras partes y que además nos cobran por hacernos el daño.

Nosotros deberíamos estar preservando la diversidad biológica que hoy en el mundo es un valor, una necesidad de la humanidad, y que además se ha convertido en un atractivo. Nuestro país es uno de los lugares con mayor diversidad biológica del mundo, aquí cualquier cosa que se haga con cemento es un desastre en términos la biósfera. Pero además de eso nosotros somos un país ecuatorial, es decir, donde llega más energía del sol por metro cuadrado, deberíamos estar apostándole a la energía eólica, a la geotermia, a la energía solar.

—Hoy hablamos de Hidroituango por la coyuntura, pero antes había rechazo a otras represas como Hidrosogamoso, El Quimbo, un proyecto planteado sobre el río Samaná… ¿Usted recuerda cuándo fue la primera vez que los ambientalistas cuestionaron la construcción de represas?

Yo recuerdo la represa de La Salvajina, en el río Cauca [municipios de Suárez y Buenos Aires, Cauca] precisamente por lo siguiente: terminaron de construirla en 1985 y antes, en 1983, nosotros habíamos hecho en Pereira el congreso de Ecogente 83, que fue el nacimiento del ambientalismo, un nuevo movimiento social en Colombia. Entonces precisamente por esa época acabamos conociendo lo de La Salvajina, eso fue salvaje también, allí desalojaron a cerca de 14.000 personas y no fue a las buenas, igual que en Hidroituango, El Quimbo, Hidrosogamoso, fue a punta de paramilitarismo que sacaron a la gente, matando a sus dirigentes, desconociendo sus organizaciones. Cuando realizamos Ecogente 83 teníamos el tema de La Salvajina con lo que había detrás: se hablaba de que el propósito regular el cauce del río Cauca para evitar inundaciones en Cali, pero es en función de las ganancias que genera la producción de energía como se suelta o no se suelta el agua, sin importar poco lo que suceda aguas abajo. Hay gente que ha perdido cultivos y ha sido muy afectada cuando sueltan el agua.