Petro y Duque: entre hechos y supuestos

Vamos a suponer que, en efecto, Gustavo Petro es un mal gerente. Que su paso por la Alcaldía de Bogotá no logró una buena gobernabilidad porque estuvo marcado por la improvisación. Supongamos que esa tradición de evaluar el desarrollo urbano como “metros lineales construidos” le quedó grande y aquello puso en evidencia su incapacidad como ejecutor. Vamos a imaginar que décadas de ajustes estructurales impuestos desde Washington a América Latina no instauraron la idea de que lo social es un gasto, una carga inútil, un derroche que nuestros gobernantes no se pueden permitir, a menos que se sometan a agresivas fórmulas fiscales y de endeudamiento público.

Supongamos que un “no heterosexual” pobre goza de tantas libertades como uno rico, pero eso nada tiene que ver con la política pública, ni con el Estado de derecho. Supongamos que una niña pasa hambre los primeros cinco años de su vida, cuando su cerebro demanda nutrientes para el desarrollo cognitivo, y que veinte años después los profesionales de algún programa social la visitan y la maldicen cuando encuentran un enorme equipo de sonido en medio de su miserable casa. Supongamos que eso tampoco es un asunto público con implicaciones económicas para todos. Que no es un tema de interés para un buen gerente. Aceptemos que Petro es improvisador, puesto que prefiere fijarse en este tipo de cosas, en las que casi nadie tiene experiencia.

Ahora miremos a Iván Duque, un tipo joven, ambicioso, cuyo entusiasmo por fingir que será presidente de Colombia ha logrado contagiar a más de uno. Vamos a imaginar que los crímenes de corrupción de Agro Ingreso Seguro, el escándalo de las chuzadas del DAS a magistrados de la Corte Suprema de Justicia, los miles de millones perdidos con la Refinería de Cartagena, fueron sólo efectos colaterales de las dos presidencias de su jefe. Errar es de humanos, sobre todo si esos humanos tienen amigos con poder.

Supongamos que de verdad los soldados y paramilitares al mando del general Rito Alejo del Río están arrepentidos por haber jugado futbol con la cabeza del campesino Marino López, como lo atestiguó Freddy Rendón Herrera, alias el Alemán. Vamos a imaginar que esas 1.500 personas que escucharon y aplaudieron a Álvaro Uribe Vélez en el Hotel Tequendama cuando condecoró a Rito Alejo, gran ejemplo del patriotismo, todavía no tienen ni idea de que Marino López era cualquier cosa menos guerrillero. También vamos a suponer que ninguno de ellos, ni Uribe, ni Rito Alejo, ni el “Alemán”, ni los que aplaudían a rabiar, tienen algo que ver con las casi cien mil hectáreas de tierras despojadas a las comunidades negras, tierras que cambiaron ilegalmente de dueño a partir de entonces en el Urabá y el río Atrato.

Ahora imaginemos que Rito Alejo del Río es aceptado para comparecer con su versión de estos hechos ante la Jurisdicción Especial para la Paz. Sí Iván Duque llega a ser presidente esa versión tal vez no la escucharemos nunca.

Mirémonos. En una esquina está “el improvisador” que no sabe ejecutar. En la otra un “carismático” al que no le importa ser el candidato de los que jugaban futbol con la cabeza de los campesinos. El voto en blanco se sustenta con la idea de que ambos candidatos son igual de malos pues sea cual sea el resultado se avecina un desastre para Colombia. Pero el desastre ya ocurrió. En la vida hay que decidir y la memoria de los muertos no acepta suposiciones.