Querida primera persona del plural…

Pródiga nuestra Colombia en situaciones enrevesadas, deja poco margen para acunar un pronóstico optimista respecto a la «paz estable y duradera». He sido del grupo de los escépticos y no me he apresurado a brindis eufóricos, respetando de todas formas el legítimo derecho de quienes han creído en un giro milagroso de la realidad colombiana.

Y digo milagroso, porque pareciera que ni el buen Papa Francisco hizo mella en el extenso sentimiento rezandero de la patria consagrada al corazón de Jesús y  aparte del arsenal fotográfico y la avalancha de titulares que han mensajeado un irreversible tránsito hacia una Colombia lavada de horrores e injusticia, no ha habido ninguna otra señal de aliento. Todo lo contrario: mucha buena propaganda, encubriendo mucha mala desgracia.

Para quienes conforman la diáspora colombiana dispersa por el planeta resulta menos que tortuosa la recopilación de noticias acerca del cacareado nuevo país: que la abstención se impuso en el evento de elección más importante para respaldar el acuerdo de La Habana; que poco más de la mitad de la masa votante optó por negarlo; que el triunfo de la negación fué el éxito de una campaña que optimizó la mentira; que buena parte de esa optimización se debió al exorcismo clamado desde los cultos evangelistas que se tradujeron en 2 millones de votos en contra; que el alabado cuerpo castrense se niega a rendir cuentas por sus crímenes ante la jurisdicción especial de paz; que se descubre que las altas cortes ordinarias han sido instrumento vendido a los dineros de las mafias narcoparamilitares; que la implementación de los acuerdos es a día de hoy una chapuza de vergüenza que la propia verificación de la ONU constata y denuncia; que las amenazas y asesinatos selectivos de lideresas y voceros de organizaciones siguen evidenciando la ineptitud del estado para garantizar el ejercicio de los derechos civiles y políticos; que los dineros del fondo para la paz ya han sido manoseados por la rapiña y la codicia de burócratas; que las cosas no mejoran y las fronteras manifiestan el acoso a la vida pacífica de cientos de miles que se siguen sumando a la población expulsada más allá de las lindes.

Aunque el verbo retornar se acune en el íntimo sentimiento de la mayor parte de esa diáspora, la verdad es que las condiciones objetivas no ayudan a la maduración de esa decisión. Es muy incipiente aún el reconocimiento del país nacional a los más de 6 millones que duermen, respiran y sobreviven por fuera del territorio nacional,

Si bien el Foro Internacional de Víctimas celebrado en septiembre del 2014 mediante la interconexión streaming de una veintena de ciudades de distintos países, hizo llegar a la Mesa de La Habana un documento con el diagnóstico de la situación de la colombianidad esparcida por el mundo y  las recomendaciones concretas  para el diseño de políticas efectivas para  el retorno, el texto del acuerdo final solo dedicó a las víctimas en el exterior, incluyendo refugiados y exiliados, un párrafo cargado de intenciones generales para «garantizar un retorno asistido y acompañado» sin que de él se desprendan líneas claras que indiquen una comprensión cabal de las dimensiones del fenómeno, ni mucho menos una efectiva incorporación de sus demandas.

Podíamos suponer entonces que habría que esperar prudencialmente a  que el país asimilara poco a poco la tremenda tarea que implica asumir una nueva vida, una nueva institucionalidad, una nueva mentalidad, una nueva nación y que habría que garantizar que los beneficios de unas FARC sin armas se tradujesen primero, y antes que nada, en un alivio para las comunidades y poblaciones al interior de la fronteras. Que ya habría luego dedicación al desplazamiento trasnacional y a la prole pródiga desperdigada por el mundo.

Pero no. Las noticias no pintan un mejoramiento de fronteras pa´dentro. Entonces…¿que se puede esperar de ilusionante para la gente que tuvo que salir? ¿Tendrá el éxodo que retomar su tarea denunciante de históricas y nuevas  causas expulsoras? Ya se advierte sobre la inminencia de situaciones configuradas como verdaderas crisis humanitarias, lo que es paradójico en un país que estrena la aplicación de un acuerdo de paz dizque modélico en la centralidad de las víctimas.

Sin embargo, hay que reconocer que hay señales estimulantes para los de afuera que ocurren irónicamente en eventos que se dan por fuera. No propiamente porque avisen de puertas que se abren para el regreso, sino porque siguen dando cuenta de la tremenda valentía y el alto nivel que expone el movimiento social para resistir a la maña politiquera y corrupta que, amoldada a los intereses del capital, pretenden hacer de la paz un nuevo vodevil para que nada cambie.

Esos últimos indicios para la esperanza saltaron desde el Foro Internacional por la Paz en Colombia realizado el último mes de febrero en la ciudad extremeña de  Mérida (España) con el auspicio de la Agencia Extremeña de Cooperación Internacional de la Junta de Extremadura y el respaldo de Amnistía Internacional y Brigadas Internacionales de Paz, entre otros.

La declaración final describe el encuentro como una reflexión dialogada entre  organizaciones colombianas y españolas comprometidas en apoyar un tránsito real hacia una paz transformadora que signifique una definitiva desactivación de las estructuras y situaciones generadoras de violencia. Agrega además que «los Paneles de Diálogo evidenciaron la importancia del compromiso internacional en el acompañamiento al movimiento social colombiano como sujeto político activo que siempre ha estado implicado en la construcción de paz».

Allí, con  admirable solvencia y convicción, se escucharon entre otras, las voces representantes de la Corporación Humanas, Corporación Jurídica Libertad, la Fundación para los Derechos Humanos del Centro y Oriente de Colombia, la Corporación Caribe Afirmativo y la Comunidad de Paz de San José de Apartadó. Sus informes e interpretaciones sobre el actual momento se cruzaron con las experiencias prácticas de solidaridad y acompañamiento internacional como el Programa Asturiano de Derechos Humanos, la Coordinación Valenciana por Colombia, el Colectivo de Solidaridad Coliche y la Taula Catalana.

El resultado: un panorama difícil que plantea nuevos retos en la defensa de esta desapacible pero inédita oportunidad de paz, y para responder a ello, el nacimiento de la Plataforma Extremeña de Solidaridad con Colombia, un espacio para el ejercicio de una ciudadanía global en favor de la justicia social y la paz.

Ahora llega esta señal prometedora para que la diáspora migrada y exiliada se desempeñe en su función resonante de esa agenda genuina que, desde dentro de Colombia, clarifica el camino para el establecimiento de nuevos paradigmas de desarrollo y coexistencia en Colombia. La oportunidad para que de lado y lado de las fronteras encarnemos un mismo aliento coral que propenda por un festín de auténticas buenas noticias, la recuperación de la esperanza del retorno y la posibilidad de conjugar la realidad de un nuevo país Nuestro.

Como lo cantara la poeta Mª Ángeles Maeso:

«Querida primera persona del plural:

si hubo una quimera

tendrá que haber sendero»

 

*Cantautor en el exilio