Reflexión preguntadora sobre el acuerdo entre el Gobierno y el ELN
El 4 de septiembre de 2017 el Gobierno de Colombia y el ELN acordaron un «cese del fuego»[1], de carácter “bilateral y temporal”, a fin de reducir “la intensidad del conflicto armado”; también pactaron el mecanismo cuatripartito previsto para “prevenir e informar [sobre[2]] cualquier incidente”, según se lee en el comunicado conjunto, mediante el cual dieron a conocer al mundo tan buena noticia y cerraron el tercer ciclo de diálogos de Quito (Ecuador). No creo que sea menester abundar en razones que expliquen la bondad del hecho divulgado. A alguien sensato, ¿le puede parecer que es lo contrario?
“La duda es uno de los nombres de la inteligencia”. La afirmación es de J. L. Borges, y tuve la fortuna de volvérmela a topar en tuiter, mucho antes de comenzar este garabateo. Ya hace parte de una tradición de aforismos que pasa, al menos, por Descartes y Voltaire, hasta remontarse al del gran polímata de la antigua Grecia: “El ignorante afirma; el sabio duda y reflexiona”.
Reitero que no dudo del bien que encierra el acuerdo logrado entre el gobierno y la guerrilla elena. Tampoco voy a dudar de los riesgos que representan, para honrar lo pactado, ciertas fisuras que existen al interior de ella y su práctica del secuestro. Entre otros, Reed Hurtado argumentó con acierto sobre éstos, con datos precisos, en su última columna quincenal de El Colombiano[3]. Yo, prefiero reflexionar sobre otra dimensión del asunto: los desafíos que imponen a lo acordado la realidad de dos sitios del Pacífico, apenas como ejemplos, en el marco del reto que implica asumir las lecciones que dejó un acuerdo parecido –pero muy distinto–, suscrito entre las mismas partes –pero en otro tiempo–, hace dieciséis años y medio, largos…
El 6 de junio de 2000, mediante resolución 18, la administración del entonces presidente Andrés Pastrana Arango reconoció al ELN como actor político. El 26 de enero de 2001 ésta y el ELN acordaron los reglamentos de la que denominaron Zona de Encuentro y de la comisión de verificación de ella. Entre ambos hechos, durante el segundo semestre de 2000, hubo otros cuatro destacables: la constitución del Grupo de Amigos y Facilitadores del Proceso de Paz con el ELN; la realización del Encuentro por Consenso Nacional por la Paz para Colombia en Ginebra (Suiza); la celebración, en Costa Rica, de la Conferencia Internacional que convocó la Convergencia Paz Colombia; y la primera ronda de diálogos en Cuba, que arrojó como resultado la liberación de 42 policías, soldados y agentes del célebre Das (hoy, extinto, al menos extinguido su nombre).
¿Qué pasó durante las semanas siguientes a aquel 26 de enero? Aquí, no tengo el espacio suficiente para una reconstrucción minuciosa; quizás, tampoco haga falta. Con la ilustración de un evento, quedo con la impresión de que es suficiente. El 9 de febrero de 2000, en varios municipios del sur de Bolívar, pobladores realizaron bloqueos para manifestar su inconformidad ante la posibilidad de una nueva zona desmilitarizada en el país, una distinta a la del Caguán. El 18 de aquel mes se regó la noticia de que había surgido una nueva organización en esa región: Asociación Cívica para la Paz (Asocipaz). Uno de sus voceros y posterior presidente, Celso de Jesús Martínez Beltrán –quien resultó muerto, en marzo de 2004, luego de que se estallara uno de los neumáticos del vehículo que le había otorgado el Ministerio del Interior para su protección personal[4]–, había sido protagonista de otra movilización. En noviembre de 2000, el diario El Espectador lo entrevistó. Vale la pena transcribir un aparte de las declaraciones del finado:
“Cuando Santa Rosa (Bolívar) se movilizó contra el ELN en el 97 no había autodefensas en el sur de Bolívar. Llegaron en junio de 1998, cuando ya nos habíamos levantado contra el ELN. Las AUC tratan de utilizar el inconformismo de la gente con el argumento de la lucha contra el mismo objetivo. Pero las AUC no conducen a una comunidad autónoma frente a los actores armados desde 1997”[5].
Pues bien, el 18 de enero de 2012 la Corte Suprema de Justicia condenó al exsenador Luis Alberto Gil Castillo y al exrepresentante Alfonso Riaño Castillo a la pena de noventa meses de prisión, en calidad de responsables, por la comisión del delito de concierto para delinquir, bajo la modalidad específica de promoción de grupos armados al margen. En cuatro apartes de la providencia se hace referencia a Asocipaz y al movimiento No al Despeje. Me resulta imposible no transcribirlos completos:
“Para el año 2006, la población civil que se hallaba inerme frente al modelo de expansión paramilitar, comenzó a diseminar en las oficinas del Alto Gobierno y autoridades del orden nacional y regional, una serie de documentos periodísticos y escritos con autor conocido y subrepticios, denunciando el surgimiento de movimientos políticos y el inusitado ascenso a cargos de elección popular de candidatos sin antecedentes ni soporte electoral, y de otros venidos a menos en el trasegar político del departamento de Santander, que utilizaron como trampolín incestuosos vínculos con reconocidos miembros de autodefensa, a partir de las campañas electorales que se suscitaron con posterioridad a la multitudinaria movilización de campesinos, ganaderos y comerciantes de los municipios del sur de Bolívar y el oriente de Santander, bajo el nombre de ‘Movimiento No al Despeje’ en las postrimerías del año 2000.
“Entre los mensajes que más se destacan, se encuentra uno que fue remitido a la Corte Suprema de Justicia desde la ciudad de Montreal Canadá el 16 de marzo de 2007, por el señor Carlos Alirio Atuesta Ardila, en el que atribuye estrechos vínculos entre miembros del Bloque Central Bolívar (BCB) con su excuñado Alfonso Riaño Castillo, Oscar Reyes, Hugo Aguilar Naranjo, Luis Alberto Gil Castillo, Carlos Arturo Clavijo, José Manuel Herrera Cely y Alexánder Ariza Puentes, entre otros, a la par con otras misivas que invitaban a que se compararan los resultados electorales de los años 2002 y 2006 obtenidos por algunos de ellos en los municipios de Barrancabermeja, Santa Elena, San Vicente, Florián, Cimitarra, Puerto Parra, Puerto Wilches, El Carmen, San Benito, Guepsa y Molagavita. […]
“Una de las primeras circunstancias que se pudo comprobar fue que merced al éxito obtenido por el movimiento no al despeje, sobre todo por haber persuadido al gobierno de turno de la inconveniencia de la propuesta de desalojo de territorios, los cabecillas de las AUC se bifurcaron y dieron vida a la Organización Civil para la Paz –ASOCIPAZ– y el denominado Partido Convergencia Popular Cívica, en cuyo seno se inscribieron y postularon candidatos ajenos a la clase política tradicional, para las elecciones legislativas del año 2002. Esa coyuntura dio origen a muchos otros movimientos que entraron a jugar en el panorama político como Convergencia Ciudadana, Alas Equipo Colombia, etc.
“En este mismo sentido, [el exparamilitar] Edward Cobos Téllez, alias ‘Diego Vecino’, en declaración que rindió en septiembre de 2009 dentro del radicado 26.625, sostuvo que en la Finca La 21, en una Conferencia Nacional de comandantes de las autodefensas que se celebró a mediados del año 2001, se acordó llevar al Congreso de la República únicamente a representantes del movimiento no al despeje. Entre los asistentes a esa cumbre estuvieron [los exparamilitares] ‘Ernesto Báez’ y ‘Julián Bolívar’, quienes propusieron como proyecto del BCB que fuera una lista única Nacional, encabezada por Carlos Arturo Clavijo Vargas, pero que al ser derrotados se acordó la elaboración de cuadros regionales, en el entendido [de] que cada bloque apoyaría a sus candidatos en la respectiva zona de influencia”[6].
Hay momentos de la vida en que sólo el silencio es la alternativa más elocuente. Tal vez sólo convenga agregar otros dos elementos de contexto, con el propósito de recuperar viejas preguntas de Silvio Rodríguez acerca del destino:
¿Adónde van las palabras que no se quedaron?
¿Adónde van las miradas que un día partieron?
¿Acaso flotan eternas,
como prisioneras de un ventarrón,
o se acurrucan, entre las hendijas,
buscando calor?
¿Acaso ruedan sobre los cristales,
cual gotas de lluvia que quieren pasar?
¿Acaso nunca vuelven a ser algo?
¿Acaso se van?
¿Y a dónde van…?
¿Adónde van?[7]
El primero: con sus propuestas de Zona de Encuentro y Convención Nacional, el ELN quería recuperar terreno respecto a un área que históricamente había hecho parte, aunque de manera parcial, de su retaguardia estratégica. Unas palabras de Nicolás Rodríguez Bautista, alias Gabino, que datan de septiembre de 2000, fueron significativas y lo siguen siendo para la historia, al mismo tiempo que evocan la imagen de la hamaca de la que se valió Carlos Castaño en uno de sus discursos por entonces ya televisados:
“La serranía de San Lucas está enclavada en un área geopolíticamente muy importante. Prácticamente está atravesada en lo que son los dos grandes proyectos paramilitares del país, el que baja por el río Magdalena desde Puerto Boyacá-Puerto Berrío-Yondó y el que viene desde el norte de Córdoba y Urabá buscando empalmarse con el primero. Para esta ultraderecha extravagante, enemiga acérrima del proceso de paz, la de San Lucas y la fuerza del ELN ancladas aquí, son una espina. Sí, son una espina atravesada en su garganta. El problema para ellos es que se encuentran con una fuerza fuerte de la insurgencia en el pegue de sus proyectos, y lógico ellos en su actitud guerrerista no pueden aceptar que allí pueda darse un proceso de salida política y pueda desarrollarse la Convención Nacional en este territorio.
“Nadie desconoce que en la serranía de San Lucas, en sus caudales de agua, en sus cordilleras, se producen las dos terceras partes del oro que se explota en Colombia. Geográficamente la serranía de San Lucas está ubicada en el corazón del país, muy cercana a Barrancabermeja y colindante con el río Magdalena. Es rica en yacimientos petroleros. Además lo que debe entender la mayoría de los colombianos, es que es una zona ideal por la facilidad de acceso que tiene para los eventos de diálogo previstos”[8].
Quien todavía es mejor conocido por el remoquete de Pablo Beltrán, en diciembre de 1999, ya se había referido a aquel asunto en respuesta las declaraciones públicas del entonces gobernador de Bolívar, Miguel Raad, y del entonces gobernador de Antioquia, Alberto Builes, en contra del despeje militar de Morales, Santa Rosa del Sur, Símiti y San Pablo:
“En síntesis, en el caso del sur de Bolívar se entrecruzan los problemas críticos de la guerra en Colombia, a saber: 1) construcción de ejércitos privados para acrecentar los privilegios de las elites, 2) financiamiento de estas bandas con el narcotráfico y 3) alianza de ultraderecha para aniquilar la oposición al sistema. Por eso es mejor abordarlos de frente, aquí y ahora, y no buscar una sitio diferente para desarrollar la Zona de Encuentro, porque a nuestro juicio es mejor «tomar el toro por los cachos’, en vez de buscar capote y burladero para esquivarlo.
“Dentro de este espíritu esperamos que el gobierno aborde pronto y con decisión la definición sobre el sur de Bolívar como sede de los diálogos con el ELN y vista la evolución que han tomado los hechos en el presente año descartamos que dichos diálogos los vayamos a abordar en una zona diferente a ésta. La convocatoria del Quinto Encuentro entre el gobierno y nosotros sigue quedando en sus manos y acudiremos a él cuando el presidente Pastrana haya tomado la decisión de instalar los diálogos con el ELN en el Sur de Bolívar.
“A esta conclusión hemos llegado en el Comando Central y en la Dirección Nacional de mi Organización, y se las planteamos con franqueza al gobierno porque consideramos que es nuestra mejor contribución a la búsqueda de la paz para los colombianos”[9].
El segundo lo aportó, en marzo de 2001, la periodista Glenda Martínez Osorio (sí, la misma que publicó, en 2004, el libro Salvatore Mancuso, su vida [subtítulo: “Es como si hubiera vivido cien años”], con quien –aclaro de una buena vez– no me ata ningún vínculo familiar):
“[…] mientras las tropas del general Carreño [quien comandó la operación Bolívar[10]] presionaban la zona [aproximadamente seis mil quilómetros cuadrados de territorio], en las capitales del Magdalena medio avanzaba el bloqueo vial, liderado por Asocipaz y el comité ‘No al despeje’. El general, por su parte, ajeno a las decisiones políticas de Bogotá en relación cono los acuerdos del comisionado de Paz, Camilo Gómez, con el ELN, no ha hecho otra cosa que seguir al pie de la letra su libreto”[11].
El escritor estadounidense Philip Roth (Newark, 1933) varias veces ha sido candidato a obtener el nobel de literatura. En Los hechos (subtítulo: Autobiografía de un novelista), las primeras palabras que dirige a Zuckerman –inolvidable personaje de varias novelas suyas– son las siguientes: “En el pasado, como bien sabes, los hechos siempre han sido anotaciones rápidas en un cuaderno, manera de colarme en la ficción. Para mí, como para la mayor parte de los novelistas, todo suceso auténticamente imaginario empieza por abajo, en los hechos, en lo específico, no en lo filosófico, ni en lo ideológico, ni en lo abstracto”[12]. A partir de aquellos que he traído de vuelta, me asaltan algunas preguntas, y éstas son la forma más libre de reflexionar, digo yo, porque abren de par en par las puertas de lo posible y, también, de lo imposible, esas hendijas de las que habla Rodríguez en el fragmento antes citado de su canción.
Si en Chocó y en Tumaco el contexto es cómo lo ha descrito, desde hace tiempo, la Defensoría Delegada para la Prevención de Riesgos y Sistema de Alertas Tempranas, a cargo de Mauricio Redondo Valencia, ¿no constituye un riesgo para el cumplimiento del acuerdo entre gobierno y elenos la presión armada y otras formas de coerción que ejerzan facciones neoparamilitares y otros grupos de crimen organizado –en especial, los asociados a negocios como el narcotráfico y la minería ilegal– sobre estructuras armadas del ELN y, por encima de todo, sobre la población civil de estas regiones tan alejadas de la capital del país?
Bajo esas formas de intimidación, ¿no será factible que se agazapen una vez más los enemigos de la paz –ésos a los que se refirió Otto Morales Benítez, por allá lejos, el 31 de mayo de 1983, cuando le pasó su carta de renuncia al entonces presidente Belisario Betancur Cuartas–, justo ahora, cuando todo parece indicar que la persistencia del alzamiento en armas de los elenos es la mejor excusa que tienen para seguir arrastrando sus huestes al ritmo de ese tambor que tan bien conocen quienes han pasado por una guerra –nos dice Doris Lessing–, “un tambor casi inaudible que redobla continuamente; en el aire flota una emoción terrible, ilícita, violenta, luego ese júbilo se vuelve demasiado poderoso para poder pasarlo por alto; entonces todos quedan poseídos por él”[13]?
¿Qué responsabilidad preventiva le cabe al supremo comandante de las Fuerzas Militares de Colombia, presidente Juan Manuel Santos Calderón, a fin de asegurar la adopción de las medidas más idóneas a favor de la protección de la población inerme de esas dos regiones, y de muchas otros lugares del país, para que no continúe siendo blanco de los planes criminales de esos grupos? ¿Qué medidas adoptará el Comando General de las Fuerzas Militares para garantizar un gran espectro de protección de las gentes civiles y un enorme manto de salvaguarda del acuerdo temporal, cuya otra índole es ser bilateral y, en consecuencia, no implicaría tan sólo el cumplimiento de obligaciones negativas (de no hacer), sino también positivas (de hacer)? Y las agencias estatales civiles, ¿se harán presentes en esas regiones, empobrecidas desde hace tanto, tan empobrecidas que parece que todas las generaciones de sus habitantes hubieran sido condenadas no a cien, sino a mil años de soledad, bajo la mirada indiferente de millones de gentes de otros lugares del país, si es que alguna vez tuvieron ojos para ellos, o si tuvieron unos distintos a los de la mirada belicosa de sangre y ambiciosa de recursos de los conquistadores de antaño?
Durante aquel 2001, en los mentideros de los analistas del conflicto armado era vox populi que los farianos acusaban a los elenos de cobardes, en el mejor de los casos, y de favorecer el paramilitarismo, en el peor, cuando no de propiamente paramilitares[14]. Es decir, nada, nada en absoluto, favorecía la iniciativa del ELN de abrirse a la posibilidad de dialogar con el gobierno, mucho menos negociar, así fuera con el único propósito de obtener réditos políticos. ¡Parecía ser la mejor propaganda político-militar del banco Davivienda! Esta especie de mala suerte, en esta ocasión, ¿se tornará fatalidad que persigue al ELN, como si su sino fuera siempre estar en el lugar equivocado, a la hora menos propicia, con el espíritu salado?
Para finalizar este examen de los asuntos allende la responsabilidad exigible al ELN de respeto a lo pactado, una anotación sobre el inicio de una nueva versión de la Semana por la Paz, muchas décadas después de los primeros esfuerzos de la sociedad civil en torno a la aspiración de lograr la solución política y negociada del conflicto armado. A propósito de esa jornada, hace unos días, en la sede del Centro Nacional de Memoria Histórica, se realizó un acto de reconciliación entre excombatientes farianos (representados en Jesús Santrich) y paracos (Fredy Rendón Herrera), y la representante de familiares de las víctimas del atentado contra el Club El Nogal. Tengo la sospecha de que el espíritu que anima a cada una y todas las partes representadas en ese evento está hecho de soplos de sinceridad genuina. Y esto podría contribuir –quién lo iba a creer en el pasado– a que sea exitoso lo acordado entre el Gobierno de Colombia y el ELN. Si el nuevo partido Farc y algunos excomandantes paramilitares, como quien se hizo famoso con el sobrenombre del Alemán –nada gratuito, créanme, entre los otros cinco o seis que tuvo–, contribuyen de manera eficaz, a rodear el nuevo acuerdo parcial, en lo que objetivamente está a su alcance, eso sí, renunciando por siempre a considerar a los elenos como guerrilla de segunda categoría, como un actor apenas de reparto… y si el ELN se decide a reconocer el estatus que tiene el Acuerdo final suscrito entre el Gobierno de Colombia y las Farc, sobre la base de superar el trauma histórico que le supuso a su dirigencia haber sido considerada cobarde, y hace gala del capital político que acumuló durante décadas… me doy licencia para imaginar que se reduciría con creces el margen de posibilidad de que este gobierno y el próximo incumplan la implementación de éste y la aplicación de aquél, al mismo tiempo que se acrecentaría el margen de maniobra de la comunidad internacional para exigir el cumplimiento cabal de ambos, y todos aquellos otros que puedan venir…
… Ahí les dejo ese trompo bailando en la punta de la uña a manera de provocación cosquillosa, de invitación al debate reflexivo y crítico, lejos de cualquier forma de fundamentalismo político-religioso.
*Escritor, investigador social y consultor
[1] El ingeniero eléctrico Sófocles, autor de la columna Gazapera que es publicada todos los lunes en el diario El Espectador, está aburrido de repetir que no se dice “cese al fuego”, ni “cese el fuego”, sino “cese del fuego”. Casi nadie le ha hecho caso. Yo, sí; porque cada lunes espero con ansias los llamados de atención sobre el uso del lenguaje que hace el sucesor de Roberto Cadavid Misas (1914-1989), quien firmaba como Argos –y qué casualidad–, también ingeniero, aunque civil. Ahí les dejo alborotada la curiosidad: ja, ja, ja (no “jajaja”, ni “jejeje”, etc.).
[2] En esta caso se trata de una notoria omisión gramatical. Espero que respecto a lo sustancial entre las dos partes, haya menos omisiones políticas y técnicas.
[3] Michael Reed H., “Desconexión y brutalidad”, diario El Colombiano, Medellín, 4 de septiembre de 2017 (disponible en: www.elcolombiano.com/opinion/columnistas/desconexion-y-brutalidad-CE7226343).
[4] Véase “Murió presidente de Asocipaz”, diario El Tiempo, Bogotá, 22 de marzo de 2004, 5:00 a. m. (disponible en: www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-1509084).
[5] “Nos volvieron valientes” (entrevista con Celso Martínez), diario El Espectador, Bogotá, 19 de noviembre de 2000, pág. 5A (recorte de edición impresa) .
[6] Sala de Casación Penal, Corte Suprema de Justicia, Sentencia de única instancia contra Luis Alberto Gil Castillo y Alfonso Riaño, Bogotá, radicado n.º 32.764, 18 de enero de 2012, M. P. Javier de Jesús Zapata Ortiz, pp. 46-49 (negrita en el original; omito reproducción de dos notas al pie en éste; y por tratarse de yun documento legal, preferí una reproducción que incluyera yerros lingüísticos).
[7] Silvio Rodríguez, canción ¿Adónde van?, álbum Mujeres de 1975.
[8] “Habla el comandante del ELN, Nicolás Rodríguez B..”, portal Sinpal, Serranía de San Lucas, septiembre de 2000. p. 2.
[9] Carta del comandante Pablo Beltrán al comisionado Víctor G. Ricardo, Caracas, 15 de enero del 2000, en Revista La Unidad, Conclusiones del Quinto Pleno de la Dirección Nacional: “De Simacota a Convención 36 años de revolución”, www.eln-voces.com, septiembre de 2000, p. 2.
[10] Se trató de uno de los grandes operativos de fumigación de cultivos de coca en el norte del país, actividad prevista en el marco del entonces recién adoptado Plan Colombia.
[11] Glenda Martínez O., “General Martín Carreño: el hombre del cerco al ELN”, en La Revista de El Espectador, n.º. 35, Bogotá, 18 de marzo de 2001, p. 25.
[12] Philip Roth, Los hechos (Autobiografía de un novelista), Barcelona, Ed. Seix Barral, 2008 (1ª edición en español; 1988, 1ª edición en inglés), traductor: Ramón Buenaventura, p. 11.
[13] Doris Lessing, Las cárceles elegidas, México, FCE, 2007 (2ª edición en español; 1986, 1ª edición en ingles), traducción de Ma. Antonia Neira y Juan C. Rodríguez, p. 24.
[14] El 6 de febrero de 2000 el editorialista de El Tiempo se refirió a esa coyuntura de manera general, pero harto diciente: “La situación ha llegado hoy a un punto muy crucial, a un verdadero cuello de botella, que sólo puede superarse mediante una acción política muy audaz pero posiblemente para el ELN, como sería establecer un diálogo directo con Carlos Castaño”. “Y del ELN, ¿qué?” (editorial), diario El Tiempo, Bogotá, 6 de febrero 2000, p. 2A (recorte de edición impresa). Asimismo, dos días antes, el analista León Valencia había reparado en la oportunidad que estaba perdiendo el gobierno de Andrés Pastrana Arango por empeñarse con negligencia en obtener grandes concesiones de los elenos, antes de comenzar los diálogos, bajo la proyección de que con ellos la negociación sería muy barata para el establecimiento. Véase León Valencia, “Grave error: tratar al ELN como una guerrilla de segunda