Un réquiem al tañer de los fusiles

Asistimos con esperanza a un momento excitante de nuestra historia reciente. Después de más de cinco décadas se avizora por fin un acuerdo definitivo entre el Estado colombiano y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Acuerdo frente al cual se podrán tener múltiples miradas y tejer múltiples interpretaciones, pero acuerdo al fin y al cabo. Con él, se pone fin a una guerra fratricida que hizo de los civiles sus víctimas predilectas y que sirvió como pretexto para el crecimiento de ejércitos privados en defensa de espurios intereses de oscuros señores de la guerra. Facilitó igualmente el inusitado gasto militar y el crecimiento de la Fuerza Pública hasta convertirse en la más grande de Latinoamérica. En fin, la excusa del conflicto sirvió como justificación a los crímenes de Estado y del paraestado, y para instalar en la conciencia de la gente la naturalización del atropello y del abuso, lo mismo que para militarizar la vida, el cuerpo y los territorios, sometidos entonces a la decisión del estamento.

Seguramente con muchas dudas y temores nos asomamos a este nuevo contexto para dejar atrás el empate de la muerte, para avanzar en la reconstrucción de escenarios de civilidad, en donde las comunidades puedan superar sus miserias y violencias.

Las FARC se enfrentan a la decisión más importante en sus 52 años de existencia: ni más ni menos que decidir dejar de ser lo que siempre han sido, para poder seguir siendo lo que han dicho y dicen que son

Con todo, las FARC anuncian la realización de su X Conferencia, la que estará destinada a dejar atrás la utilización de las armas como forma de accionar político y dar el paso necesario hacia convertirse en un partido o movimiento político. Esta sin duda es la decisión más importante que tendrá que tomar esta guerrilla en sus 52 años de existencia. Es ni más ni menos que decidir dejar de ser lo que siempre han sido, para poder seguir siendo lo que han dicho y dicen que son.

En efecto, la dimensión de la decisión se mide en que es más de medio siglo de lucha en post de unos ideales que por esta vía no alcanzaron, por lo que habrá que reconocer su valentía y determinación para tomar esta decisión. Su desafío es inmenso, sobre todo si se tiene en cuenta que llegan a un contexto que les muestra como nunca antes, cifras muy adversas de aceptabilidad. También llegan a un ambiente cooptado por un establecimiento político que construye escenarios en el que puede ser posición y oposición al mismo tiempo, generando la oclusión de cualquier forma de oposición real, sin tomar en cuenta que la corrupción sigue siendo la determinante para el acceso al poder político, en donde los electores votan pero no eligen, votan mal y luego reclaman buenos gobiernos.

Los sucedáneos de la participación genuina del pueblo han hecho que Colombia se mantenga en un profundo atraso y en la premodernidad de la política.

Pero el desafío no es sólo para las FARC, también lo es para la sociedad colombiana, pues es finalmente ella la que garantizará el cumplimiento de los acuerdos y la aceptación en su seno de nuevos discursos políticos y posicionamientos ideológicos. Esos otros discursos deben ser incluidos, respetados y reconocidos. Esto también demanda un cambio de actitud de todos, para entender que las armas no son las ideas y que el adiós a las armas no significa un adiós a las convicciones ideológicas y políticas. Es sólo un cambio de método que implica la renuncia definitiva a la utilización de las armas como forma de hacer política. Es un salto de centuria que por fin pone a Colombia en el camino de la “civilización” política, para ver si somos capaces de constituirnos como sociedad, con un proyecto común que de frente al futuro forje consensos básicos como pueblo y de contera, avance hacia el logro del pacto político que supere la corrupción, la violencia y el clientelismo; dispositivos premodernos que han impedido la expresión auténtica de la democracia. Estos sucedáneos de la participación genuina del pueblo han hecho que Colombia se mantenga en un profundo atraso y en la premodernidad de la política.

La euforia de la paz podría ser el acto inaugural de la nueva vieja violencia y de la profunda crisis de derechos humanos que siempre ha seguido a cada proceso de paz con la insurgencia

No es ni mucho menos fácil, sobre todo si se toma en cuenta la crisis de los valores sobre las que se han construido los modelos demoliberales. Las promesas incumplidas de la democracia ocasionan expresiones extremas de facto y construcciones discursivas que niegan en los hechos las virtudes de las teorías. Pero, aun así, la sociedad colombiana debe intentarlo y por ello mismo, la X Conferencia de las FARC se revela también como parte del acto fundacional e histórico que como pueblo debemos darnos, si es que de verdad queremos construir la paz estable y duradera que tanto anhelamos, superando por fin la violencia estructural y la exclusión.

Pero claro, este será el comienzo de un esfuerzo que nos compete a todos como pueblo y como proyecto histórico de frente a una mirada compartida de futuro. Y es apenas el comienzo, pues el esfuerzo habrá que completarlo necesariamente con sendos procesos con las demás guerrillas que hacen presencia en el territorio nacional. De lo contrario, la euforia de la paz podría ser el acto inaugural de la nueva vieja violencia y de la profunda crisis de derechos humanos que siempre ha seguido a cada proceso de paz con la insurgencia.

 

*Abogado defensor de Derechos Humanos y miembro de la Corporación de Apoyo a Comunidades Populares (CODACOP).