Su lugar moral

“In wartime, truth is so precious that she should always be surrounded by a bodyguard of lies.”

Winston Churchill

Colombia está enfrentando el rompimiento con uno de sus más profundos y arraigados imaginarios: la guerra. Por primera vez en 50 y tantos años tenemos enfrente un país posible sin titulares de bombardeos ni emboscadas como noticia del día junto a los goles y los chismes de la farándula. El 2 de octubre de 2016 el pueblo en votación rechazó el Acuerdo de Paz de La Habana conseguido entre Farc y el Estado tras 4 años de negociación. Contra el entendimiento de casi cualquier observador externo, la opción del NO a los acuerdos ganó ¿por qué ocurrió esto?

Uno de los principales argumentos en los que se ha basado la negativa a la aceptación de los acuerdo se fundamenta en la “impunidad” para “los narcoterroristas de las FARC” [1] , los cuales, a diferencia de lo que esperaban muchos, no pagarán largas penas encerrados en cárceles tradicionales, sino que optarán por –exceptuados los autores de crímenes de guerra y quienes no confiesen la verdad- un modelo de justicia restaurativa, aprobada por la Corte Penal Internacional.

Su disgusto es entendible. Durante el más de medio siglo han –hemos- sido informados por medios de comunicación que, pertenecientes a familias y poderes acomodados y cercanos al poder (cuando no el poder mismo), no han podido dar más que una versión de los hechos, confrontando solo cuando sus intereses se ven tocados o cuando los hechos son inocultables a las verdades oficiales y generando con esto un relato único y hegemónico que no podía ser contradicho. Los partes oficiales, los puntos de vista de la autoridad, las cifras sin contraste fueron la nota predominante en el flujo informativo nacional –nada diferente a la mayor parte del mundo- que daba forma a la llamada “opinión pública”.

El culmen de este relato único en el que las guerrillas se constituían en Colombia como un enemigo absoluto y desalmado –con todos los méritos gracias a sus métodos salvajes e inhumanos- se obtuvo durante la mayor parte del gobierno de Álvaro Uribe, quien logró encarnar la figura de un Mesías fuerte y decidido que, tras el fracaso de las conversaciones del Caguán, consiguió un nuevo relato unificador de país alrededor del “No más FARC” y de los triunfos militares, reales unos y dolorosamente aparentes otros[2], de las Fuerzas Militares.

El gobierno Uribe constituyó en el imaginario popular, apoyado por el sesgo informativo durante la mayor parte de sus dos periodos de gobierno, la sensación de que el Estado y sus Fuerzas Armadas estaban a punto de ganar la guerra contra las guerrillas. Se hablaba entonces de “acabar con la culebra” y de estar en el “fin del fin”, en un discurso triunfalista de gran cobertura mediática, basado en el repliegue de las tropas guerrilleras y en un desastre humanitario que nos costó 6 millones de desplazados, la comisión sistemática de crímenes de guerra y la cooptación de todos los poderes del Estado por parte del narco-paramilitarismo.

Y es ahí, parados en ese imaginario –que no en una realidad- en donde estos colombianos no logran entender por qué si su Presidente Uribe había “prácticamente” derrotado a las FARC, vino después el que fuera el artífice de esta derrota, el entonces ministro de Defensa Santos y designado por el mismo Uribe, a negociar algo con las FARC y para peor, con los gobiernos que Uribe señalaba como “auxiliadores de la FARC”.

No se enteraron nunca estos colombianos –y si se enteraron consideraron que era una mentira o que “no estarían sembrando café[3]”– que sus Fuerzas Militares cometieron la misma gama de atrocidades -y más- que la guerrilla, incluyendo el asesinato, la extorsión, el secuestro, la desaparición, los auto atentados, el tráfico de armas hacia paramilitares, guerrillas o delincuentes comunes, el tráfico de estupefacientes, el peculado y el enriquecimiento ilícito.

La campaña publicitaria[4] y su articulación con los medios, que si bien permanentemente informan de los delitos que se cometen en las Fuerzas Armadas, minimiza su gravedad considerándolas “casos aislados”, consiguió que el lema de las Fuerzas Militares -“Fe en la causa”- se volviera un asunto patriótico, incontrovertible e hizo que cualquier opinión que no fuera un aplauso se considerase que provenía de un “auxiliador de la guerrilla”.

No se enteran estos colombianos que si bien la guerrilla recibió los golpes militares más duros que nunca antes hubieran tenido, después de haber prácticamente derrotado al Ejército durante el gobierno Samper, estaba lejos de ser derrotada y que lo que se consiguió en realidad fue una especie de “tablas” en las que si bien las Fuerzas Militares estaban en una posición de ventaja táctica, consolidar esa victoria militarmente era un imposible económico y estratégico, y que lo más inteligente –si es que cabe el término tras medio siglo de estupidez y soberbia del poder- era sentarse a negociar, no una rendición, como imaginan buena parte de los partidarios del NO, sino un fin del Conflicto. No es un asunto de vencedores y vencidos, sino de dos fuerzas exhaustas de ganar perdiendo siempre que se han convencido de que no hay más salida ya, que la negociación.

Y claro, para ellos, habitantes de una caverna de Platón que han creído lo que les dijo su líder, que esto no era una guerra ni un conflicto armado sino una “amenaza terrorista”, es muy difícil entenderlo. Acostumbrados a ver las sombras de siluetas de cartón creen que la realidad es ilusión, y quién les muestre lo contrario, incluido el mismo Estado y los mismos medios que siempre le han descrito el mundo, es un absoluto y peligroso mentiroso.

Para ellos, colombianos de bien, como gustan de llamarse, la guerrilla no es equiparable a las Fuerzas Militares y decirlo es una especie de sacrilegio, pero, yendo a los hechos, aunque la dimensión de su presupuesto militar y publicitario, su pie de fuerza (20 veces más grande que el guerrillero), su cobertura legal y su motivación ideológica fueran distintas, sus integrantes venían de un mismo lugar y estrato social, el origen de su financiación también se basó en las drogas que combatidas o traficadas hacían parte del mismo negocio, y peor aun, sus actuaciones tuvieron el mismo efecto sobre nosotros, construyéndonos  el desastre moral que hemos conseguido ser como nación.

 

Una sociedad que aprendió a aplaudir la muerte, concibiendo como un logro de gobierno el tener “6.000 neutralizados en un año”, ¡6.000 muertos es el coliseo EL Campín lleno…! Que se alegraba de los muertos guerrilleros y lloraba, entre la tristeza y la necesidad de venganza, la de sus soldados, como si fueran distintas. Que logra imaginarse como “buena” cuando dice, como le dijo un taxista a un amigo mío días antes del plebiscito: “yo votaré por el sí, para que se desarmen y ahí sí matar a esos hijueputas guerrilleros”. Nosotros, los buenos.

Votaron por el NO desde un lugar moral que imaginan prístino, pero su único brillo proviene del reflejo del charco de sangre en que nos hemos regodeado todos estos años. Nos enseñaron que eso era bueno, y ahora que nos quieren cambiar el paradigma, no entendemos, no entienden. Pero como que la Tierra es redonda y no plana, pactar el fin del conflicto es mejor que seguir esta guerra de medio siglo, en la que solo se ha competido por el salvajismo y por la mentira.

Que haya que convencernos de eso ya es muestra del grado de locura que hemos conseguido.

 

*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase.

 

[1] Término acuñado después de la instauración de la lucha contra el terrorismo por parte del gobierno Bush, tras los sucesos del 9/11.

[2] Los “Falsos Positivos” fueron el nombre con el que se conoció una práctica de las Fuerzas Militares de Colombia, desarrollada entre 2006 y 2010, que consistió en presentar cuerpos de civiles como bajas guerrilleras en combate. Aunque la práctica es mucho más antigua y se han encontrado casos posteriores, fue en este periodo en dónde se generalizo su ejecución.

[3] Expresión del entonces presidente Uribe ante las denuncias de ejecuciones extrajudiciales por parte de miembros del Ejército Nacional.

[4] Directo al Corazón es un documental que expone la estrategia publicitaria de las FFMM y sus consecuencias en el imaginario popular.