Una flor del jardín de la UP

La Unión Patriótica ha marchado hoy para exigir el #AcuerdoYa y ha convertido la Plaza Bolívar en Bogotá en un "jardín de la Memoria" donde se ha recordado a las víctimas del Genocidio de la UP. Esta es una historia para recordar todas las historias..

Las víctimas de la Unión Patriótica están presentes. Los que sobrevivieron al genocidio orquestado entre paramilitares, narcotraficantes, sectores de la economía y el Estado han marchado hoy por el centro de Bogotá exigiendo que entre en vigor de una vez el Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera firmado entre el Gobierno y las FARC. Los que cayeron en esa agresión sin límite han estado presentes en el llamado como Jardín de la Memoria, una instalación realizada en la Plaza Bolívar con la imagen de decenas de las personas que militaban en la UP y que fueron asesinadas en esa orgía de sangre entre 1985 y 1994.

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Acto de homenaje a las víctimas hoy 20 de octubre en Bogotá.

Esta es la historia de María Mercedes Méndez de García (en la foto principal). Su imagen estaba hoy en la Plaza, su recuerdo es que inmortaliza Nelson Cárdenas.

 

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Poco antes de las 4 de la tarde del 3 de junio de 1992, María Mercedes Méndez de García y sus compañeros, William Ocampo, alcalde electo de El Castillo, Rosa Peña, tesorera, Ernesto Zaralde, coordinador de la UMATA, y Pedro Agudelo, conductor de la alcaldía, iban saliendo de una reunión con el comandante de la VII Brigada del Ejército en Villavicencio, general Eduardo Camelo. Habían ido buscando protección de las fuerzas del Estado, pues las amenazas en su contra habían vuelto a arreciar. Había pasado un año y medio desde el día en que habían conseguido una especie de acuerdo entre la guerrilla, los paramilitares y el Ejército para darle algo de alivio a la profunda violencia que reinaba en El Castillo y toda la región del Alto Ariari (Meta).

Poco más de cuatro años habían durado las muertes, los atentados, las desapariciones, las torturas, las tomas del pueblo. Nada había faltado en el catálogo de terror de los grupos armados legales e ilegales. Sangre y pólvora fueron un abono que abundó en toda Colombia con la irrupción formal del paramilitarismo en medio de las negociaciones de paz con la guerrilla de las FARC y la entrada en escena de los dineros sin fin del negocio del narcotráfico.

Contra todo pronóstico, María Mercedes había conseguido, tras mucho ir y venir, menuda, alegre y franca como era, que todos le dijeran que sí a su idea delirante de parar el fuego. No se sabe mucho de los detalles del proceso, lo cierto es que un domingo a principios de 1991(hay fuentes, sin referencia, que dan como fecha el 29 de agosto de 1991) logró sentar a la mesa a los armados y a las fuerzas vivas de la región para darle forma a unos acuerdos locales de paz. Todo fue fiesta ese día y entre pancartas de campesinos y voladores al cielo, se instaló en el centro del parque un pequeño obelisco llamado Anhelos Infinitos e Irreversibles de Paz, en cuya base de cemento fresco pusieron su firma con una pluma blanca los que respaldaban el acuerdo, María Mercedes entre ellos. “Estamos convencidos de que hemos iniciado un cambio y de que ese cambio es irreversible”, dijo a un reportero.

María Mercedes, una huilense nacida en Garzón, había llegado a los llanos por Yopal, junto con su marido, José Rodrigo García Orozco, quién se la había sonsacado de su vocación de monja por allá en 1978, poco antes de que ella diera sus votos perpetuos. Muchas canas le habrá sacado a Vicenta, su mamá, conservadora de racamandaca. Pero el corazón se puso del lado de los mortales y se salió del convento para casarse al año siguiente. Normalista como era y con una profunda vocación de servicio terminó incorporándose al Partido Comunista y para cuando el proceso de paz de Belisario Betancur con las FARCdio origen en 1985 a la Unión Patriótica (UP), al cual se incorporó el PC, ya eran ella y José Rodrigo dirigentes notables en el Meta.

En 1988, en medio del fuego de paramilitares y fuerzas del Estado que mataban a los militantes de la UP por todo el país, María Mercedes aceptó su designación como alcaldesa de El Castillo, para reemplazar a Manuel Salvador Mazo, quien se había salvado de un atentado contra su vida por parte de un ejército privado de Víctor Carranza, hecho en coordinación con miembros de la fuerza pública, atentado en el que murieron, el 3 de julio de 1988 en Caño Sibao, 17 personas, 8 mujeres y 3 niños entre ellos.

Ese panorama fue el que enfrentó María Mercedes. En todo el país los tiros sonaban día y noche, en el monte y en las ciudades. Y en el Meta aun más. Masacres grandes y chiquitas, desapariciones, secuestros, voladuras y en medio los civiles desarmados, cayendo como patos, ante los ojos fríos -en el mejor de los casos- de “las armas de la República.”

Mucho tuvo que poner de sí María Mercedes con sus 4 hijas a cuestas en medio tanto disparo y explosión. Los pobladores de El Castillo, cuando uno pregunta por ella, señalando el busto de cemento que le hicieron en la plaza, la recuerdan como si la estuvieran viendo: “No paraba, iba, venía, ayudaba, sudaba por esta alcaldía. El despacho siempre estaba abierto para el que tuviera alguna necesidad y no se andaba con dobleces: lo que tenía por decir lo decía con franqueza y de muy buena manera. Antes que una alcaldesa fue una amiga”, me dijo un tendero del pueblo una noche de calor. Unas coplas de escuela veredal la recuerdan así: “En la tardecita/tenía mucha pereza/pero me he reanimado/porque llegó la Alcaldesa / Por la mañanita dijimos / en este día no llueve / y claro, por la tarde/ llegó María Mercedes”.

Tan buena labor hizo en su encargo que para las elecciones regionales de 1990 los pobladores mismos fueron los que la buscaron para que fuera candidata a la alcaldía. Ganó sin dificultad.

Tanta credibilidad tenía, tanto trabajó, tantos espíritus convocó, que un año después conseguía realizar, como ya lo mencionamos, la “Gran Cumbre de la Reconciliación del Alto Ariari”. Pero la paz no era una opción que pudieran escoger unos cuantos por sí mismos cuando los señores de la guerra tienen otros planes sin poner su pellejo en juego. Al igual que pasó en otras regiones del país, la paz era demasiado peligrosa para los intereses que llaman a la guerra.

Casi 18 meses duró el empeño. Las amenazas esporádicas se habían tornado casi diarias y el tono iba subiendo, empeorando estas con las nuevas elecciones que se convocaban para marzo de 1992, que ganó su copartidario William Ocampo.

La posesión del nuevo alcalde había sido el día anterior, el 2 de junio y la primera gestión fue ir a Villavicencio a buscar, por enésima vez, protección del Estado para sus vidas. La respuesta fue la de siempre, la misma que dieron las mismas autoridades posteriormente en los juicios que hicieron en los tribunales “la Fuerza Pública (no tiene) ‘la obligación de estar en todos y cada uno de los rincones de la patria’”.

No se sabe bien por qué cogieron camino tan tarde. Lo cierto es que cerca de las 6, cuando llegaron al mismo Caño Sibao de la masacre de hacía 4 años, su Toyota embarrado reventó a punta de granadas y tiros de fusil. Los gritos, los insultos, los quejidos. Luego el silencio y la noche.

Los partes oficiales, como era natural, nombraron comisiones de investigación exhaustiva y como parte de la ironía histórica, amenazaron indignados con demandar por injuria y calumnia a Aida Avella, presidenta de la UP, pues ella les señalaba como responsables de los hechos. El general Manuel Alberto Murillo, comandante del Ejército dijoningún hombre del Ejército haría algo así. Nosotros somos los primeros en repudiar los crímenes y, en particular, los asesinatos de personas que han llegado a sus cargos por voluntad popular”. Aunque ningún militar fue condenado por los hechos, sus autores materiales -en este como en tantos casos- han terminado narrando en las sesiones de Justicia y Paz las íntimas relaciones que tuvieron con la institucionalidad y con la “gente de bien” de este país.

Las niñas, sus cuatro hijas, Linda Carol, Hada Luz, Jenny Paola y Tania Marinela, poco o nada recuerdan de ese día. La niebla en su memoria no distingue bien esos tiros de los otros muchos que vivieron cada vez que en el pueblo se formaba el jaleo. Ni de los tantos “sí señor, cómo no, el gobierno los mató” que se gritaban en cada entierro de los que asistieron por los muertos de la UP.

Tampoco recuerdan la noche en que cinco meses después a José Rodrigo, su papá, diputado del Meta, quién nunca creyó que lo mataran pues “no se atreverán a dejar a cuatro niñas huérfanas”, lo mataban a la entrada de su casa a unos metros de una estación de Policía en Villavicencio, justo después de que le habían decomisado su revolver en una requisa esa noche y le hubieran retirado su escolta esa mañana.

Lo que saben lo supieron ya grandes, pues Luz, amiga de María Mercedes, se las llevó a la Costa Atlántica para acabar de criarlas lo mejor que pudo, lejos de las amenazas, de los recuerdos, del dolor y  el miedo. Solo años más tarde, cuando la verdad inevitablemente comienza a buscarlo a uno, comenzaron a armar su relato, juntando pedacitos hechos de fotos viejas, historias de la familia, recuerdos emocionados de aquellos que les conocieron.

De palabras sueltas en un video de poco más de un minuto, de las cartas de amor y desamor que se cruzaron María Mercedes y José Rodrigo en medio del traqueteo, de historias bonitas de quienes los conocieron, han construido los recuerdos que no alcanzaron a tener.

Los versos de María Mercedes para una canción le dan banda sonora al pesar dulce de una vida que se dio, de una vida intensa y dispuesta: “Ariari tu vas llevando/ historias que hablan de amor/ historias que pide a gritos/ que al fin triunfe la razón/ Ariari capricho y son/ Ariari rito de amor”.

Por sobre la violencia que signó su vida, por encima del vacío de sus padres muertos en la defensa casi suicida de sus ideales, ellas, las cuatro primaveras que garrapateaba su papá en cuadernos de poesía, han construido su vida, sacando el odio que les quisieron dejar al quitarles su raíz: “No hemos heredado tan solo el terror y la desesperanza. Nos hemos quedado con sus ecos, la memoria viva y andante entre nosotros”, dijo una de ellas el día en que se conmemoraron los 15 años de la masacre, en la plaza de El Castillo, convertida esta en memoria viva de todos sus muertos.

Construyendo la memoria con la solidaridad y la palabra, poniendo ladrillos y techo en el mandamiento de “prohibido olvidar”, amando a sus hijos y a sus hombres, resistiendo el desastre de país que les tocó en suerte, honran el legado de sus padres, que como al menos otras 3.000 personas de la UP y los otros cientos de miles a todo lo largo de la geografía de este país, forman parte de la historia de nuestra sangrienta democracia más antigua de América.