¿Y si Iván Duque es Puro Veneno?
El metanol deshace tejidos y conlleva a la ceguera. Ese mismo efecto puede atribuirse a la intoxicación ideológica y moral que afecta a millones de colombianos y colombianas. Alojada en el sistema nervioso, esta anomalía logra disolver la razón. El sujeto en cuestión sucumbe ante la suplantación de su juicio por el eco de una voz que le dicta qué pensar, qué decir y su posición en el nacionalismo fanático. Resulta enigmático que, si el estómago desprecia un plato de comida rancia, el cerebro no evite la falacia política ante tanta evidencia. Sobre el horizonte electoral se asoma, otra vez, al arribismo solapado, la corrupción galopante y el gamonalismo vacuo. Se asoma: la espantosa carcajada del estado mafioso.
Aun así, el sentimiento predominante es que no todo está definido. El rechazo al posible retorno de Álvaro Uribe Vélez a través de su candidato testaferro hace pensar a los indecisos y abstencionistas. Del plebiscito sobre el acuerdo de paz firmado entre el Gobierno y las FARC nos quedó la certeza de que el delirio uribista se sustenta en la mentira y el sensacionalismo, se sustenta en la toxicidad mental negada a escuchar, negada a reconocer los muertos, negada a decir la verdad. Si por alguna razón las palabras que salen del Centro Democrático se tornaran líquido estaríamos frente a una presa de lixiviados del tamaño de Hidroituango y, como la represa, cercana al colapso.
Quienes controlan la calidad de los alimentos que comemos procuran rotular los riesgos a los que se expone el organismo con la ingesta. No corremos la misma suerte en temas ideológicos: el cerebro del común se traga todo sin filtro y desprovisto de recomendaciones. La campaña del uribismo no está desprovista de falacias morales.
Sin embargo, todo veneno guarda su propia ruina; a la campaña le ha nacido su contracampaña: Puro Veneno. Un rótulo de alerta. Sus huellas ya se ven en la red pero sobre todo en las calles. Desde la primera vuelta electoral, un grupo de jóvenes sale a “pegotear” el rótulo de un Uribe en descomposición, de un esqueleto con mano en el corazón representando el arquetipo del magnicida carismático.
Es de noche. Hay manos humedecidas con pegante. Se escuchan risas ansiosas. Alguien hace una colecta de monedas para unas cervezas. La mañana siguiente las calles atestadas de gente descubren un nuevo intruso que las interpela una y otra vez. Incapaz de ignorar un “diez mil falsos positivos” el sujeto camina, tal vez, reflexionando.
La estrategia salió de Bogotá pero ya ronda las calles de Bucaramanga, Medellín, Pereira, Cali, Ibagué, Santa Marta, Valledupar y otras. A diferencia de su rival mediático, Puro Veneno no basa su compuesto en la mentira ni en la superchería del “enemigo interno”. Al contrario: su sustancia es la Memoria, así, con mayúsculas. El antídoto natural decantado en gráfico y acción callejera que invita a ser propagada en cualquier lugar donde se entienda que el relato falaz y destructivo del odio se disuelve con el engrudo de la creatividad. No hace falta decir más, sino seguir con la mirada el vuelo de las esporas de Puro Veneno, que valga decirlo, es todo menos veneno.