Las muchas colombias que votan

Los centros de votación son un reflejo de la diversidad y las brechas del país en una jornada en la que los ciudadanos están llamados a refrendar los acuerdos de paz de La Habana.

Pablo Mastar nunca pensó que iba a tener tanto público para su campaña electoral: “Vota por Pablo Mastar para representante del Consejo estudiantil. Todos por un cambio”. Los pasillos del Colegio Bennett, en una de las zonas más exclusivas de Cali, son un hervidero de gente muy bien vestida, o con shorts de colores pastel.

-“Dicen que está arrasando el ‘Sí’… ¡Qué tal! Este país se ha vuelto loco… ¿Será que llega el socialismo?”
-No hables tan alto que nunca se sabe quién escucha.

Dos señoras caminan en dirección al centro de votación. La Avenida Cascajal, flanqueada por altos muros que ocultan las residencias que rompen la lógica de los estratos, es hoy un paseo cívico. No está permitido el tránsito de vehículos y son cientos de personas, muchas en familia, las que entran o salen por la Calle 17A de Ciudad Jardín, en Cali, de las instalaciones del colegio privado Bennett.

En la puerta no se revisan bolsos ni se pide que se lleve la cédula en la mano y dentro hay más carteles en inglés que en español: “Done to dream”; “No ball game alowed in this area”. Ni una sola alusión a la paz o al proceso que vive el país. Eso sí, muchos carteles de propaganda política de los alumnos y alumnas que aspiran al consejo estudiantil. Como el de Pablo Mastar.

La cancha de la Institución Educativa Eustaquio Palacios, en el muy caleño barrio de Cañaveralejo hoy está vacía. Jaime Garzón (1860-1999) mira desde el fondo de esta zona de juegos cómo se desarrolla la votación en las primeras horas de la mañana. “Ahora va lento… espere a las 3 de la tarde, todo el mundo estará haciendo cola a última hora”.

Jaime Garzón está pintado en la pared y sus palabras son ya parte del paisaje con el que conviven los estudiantes de esta institución nacida un año antes de que las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) adoptaran formalmente ese nombre. Hoy los niños y niñas que estudian en este colegio público departamental están violando la ley. Murales con alusiones a la paz y a la necesidad de votar afirmativamente en el plebiscito llenan las paredes de los módulos de aulas donde se apelotonan 40 mesas de votación con sus jurados. Algo más de 17.500 personas pueden votar en este recinto hasta las 4 p.m. y al entrar los recibirá un mural que indica “El camino a la felicidad”: “La violencia trae más violencia y destruye el camino de tu felicidad y de tu país”. En la puerta, los policías, amables, sí requisarán sus bolsos y pedirán ver la cédula antes de dejarles pasar. Algunos, como Miguel de Jesús, no traspasarán la puerta. “Es la primera vez que voto y pensé que era acá”.

-¿Es la primera vez que vota?
-Antes no le vi mucha lógica, contesta este hombre de unos 40 años.

Son las muchas y diversas colombias que votan hoy. Las mismas que describió Eustaquio Palacios en su célebre novela El Alférez Real, las de Inés de Lara y Portocarrero, más cercana al Bennett, y la de Daniel, habitante sin tiempo del cercano Siloé, y la de Fermín y Andrea, los afro que hoy, tres siglos después, estarían votando quizá en el Distrito de Agua Blanca.

El retrato de Cali es hoy la imagen de muchas ciudades de Colombia donde la jornada se esta desarrollando con tranquilidad. Únicamente el temporal que azota la Colombia atlántica ha causado problemas en las mesas de votación. En Algunos puntos no han llegado jurados y delegados. Según la Misión de Observación Electoral (MOE) el clima ha impactado en el 7% de los puestos de votación instalados (735 puestos, de los cuales el 38% son puestos rurales).

El presidente Juan Manuel Santos ha sido madrugador, a pesar de la lluvia, y ha votado poco después de las ocho, llamando a los colombianos a salir a la calle a votar y refrendar la paz. Durante toda la jornada las FARC-EP han llenado su cuenta de twitter de mensajes alusivos a su compromiso con el proceso, con la paz y con los pasos dados por su parte. Hoy de nuevo han pedido perdón “por todos los daños que hayamos podido causar en esta confrontación”.

Los patriotas y los carteles

“Buenos días a todos. Les quiero agradecer el servicio que hoy están haciendo a la patria”. Julián Zúñiga es el representante zonal de la Registraduría y se dirige a los jurados de las mesas 29, 30, 31 y 31 situadas en la institución educativa Juana de Caicedo y Cuero, el “supercolegio” inaugurado en abril de 2015 para unos 2.100 estudiantes de las laderas de Cali, en la zona de influencia de Siloé. Aquí todo luce nuevo y los policías se aprestan a quitar los carteles elaborados por los alumnos a favor de la paz o pidiendo el ‘Sí’ explícitamente. “No han llegado testigos de los comités promotores del ‘sí o del ‘no’ pero la ley impide que haya cualquier mensaje alusivo a la votación”, explica Zúñiga.

“Hoy empieza a cambiar todo”, sonríe una mujer de mediana edad orgullosa de su voto en positivo

La sensación es de que quien entra aquí ya sabe que va a votar. Algunos de los que salen, con su certificado de votación en la mano, lo confiesan orgullosos. “Hoy empieza a cambiar todo”, sonríe una mujer de mediana edad orgullosa de su voto en positivo.

“La Juana”, como conocen todos en el barrio a esta Institución Educativa, está separada del Eustaquio Palacios por la Plaza de Mercado de Siloé, que a las 9 de la mañana está apenas bostezando. El habitual y precario mercadillo de pulgas comienza a instalarse y se confunde con las basuras que aún salpican el ancho andén donde dormitan vendedores informales. “Yo no tengo tiempo pa’esas vainas (votar)”, se justifica uno de estos hombres que día a día vienen a ganarse unos pesos vendiendo la nada a quien poco tiene. Más abajo, pasada La Juana, dos cambuches portátiles e inmensos instalados en la Carrera 50, tan bien pavimentada como solitaria, permiten ver las piernas de quienes no tiene casa que habitar y han decidido dormir mientras el país vota.

Plebis1

Lo mismo le ocurre a Jerson, un rapero de Aguablanca que a esta hora se deja la voz en los autobuses del sistema de transporte masivo. “Parce, si voto no como”, así que decide comer o, al menos, buscarse la comida entre los pasajeros adormilados.

Quien si ha encontrado una manera de hacer ambas cosas es Daniel. Su casa queda frente a un centro de votación, la Institución Educativa Marcos Fidel Suárez. Aquí los jurados han decidido sacar las mesas al patio de la escuela para huir del calor, y Daniel y su familia también han sacado la mesa a la calle pero para vender platos de salchipapas y de chicharrón para los votantes que esperan o para los que salen. “Yo voté pronto y ahora a hacer algo de platica, que siempre ayuda”.

En este centro la mayoría de los votantes de la mañana son bastante mayores. Los bastones se multiplican y alguna persona en silla de ruedas recibe ayuda para poder ejercer su derecho al voto. El ambiente es familiar, tranquilo. Los cuidadores del centro aprovechan también para repartir (y vender) tinto y a las 10 de la mañana algo menos del 15% del censo ya ha pasado por acá.

A una par de cuadras está el templo evangélico Catedral de Dios. El pastor pregunta: “Hoy es un día especial… ¿Alguien sabe por qué?”. La respuesta a coro no se hace esperar: “¡Porque es el día del señor!”. “Y por algo más… hoy es el día en el que votamos por la paz”.