El Centro y el Oriente del país condicionan el futuro de Colombia
De nada sirvió el magno evento de Cartagena de Indias en el que el Gobierno y las FARC escenificaron el fin del conflicto armado que los enfrentaba desde hace 52 años. De nada han servido las muestras de la guerrilla de que está dispuesta a cumplir lo pactado en La Habana: peticiones públicas de perdón, destrucción de explosivos con verificación internacional, promesa de rendir cuentas de los dineros en su poder… De nada han servido los informes del Ejército hablando de la etapa con menos violencia política desde que se tenga memoria. De nada parecen haber servido los esfuerzos de la sociedad civil que lleva meses haciendo pedagogía de paz con mucha más intensidad que el propio Gobierno.
Con el 99,98% de las mesas de votación ya informadas, el NO (al Acuerdo Final para la Terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera) ganaba con un 50,21% de los poquísimos votos emitidos (sólo acudió el 37,43% de los votantes potenciales). 53,894 votos más (0,43%) que el SÍ, que se quedó en el 49,78%. Ambos pasaron el umbral imprescindible del 13% en una votación. Con una abstención del 62,53%, los 13.066.047 votos emitidos se quedan muy lejos de los algo más de 15 millones que le dieron a Juan Manuel Santos a su segundo mandato. El plebiscito, tal y como especificó la Corte Constitucional, es vinculante e impide a Santos seguir con la «implementación jurídica» de los acuerdos.
El resultado muestra una Colombia profundamente dividida en dos. Partida, como en los tiempos en los que Conservadores y Liberales cavaron una zanja que dividió al país y lo hundió en una profunda y prolongada noche.
Los departamentos más golpeados por la guerra han apoyado el Sí de forma contundente: la costa Pacífica (Cauca, Chocó, Nariño y Valle del Cauca), todos los departamentos del Caribe (Córdoba, Sucre, Bolívar, Atlántico, Magdalena, Cesar y La Guajira) y parte de la Amazonía y el Sur (Putumayo, Amazonas, Vaupés, Guaviare y Guainía). También ganó el SÍ en la capital, Bogotá, con un 56,07% de los votos frente al 43,92%.
El plebiscito, que es vinculante, hace trizas lo acordado en La Habana. El ‘Día D’, que marcaba la implementación de lo pactado, se aplaza de forma indefinida y eso significa que ya no habrá entrega de armas
El ‘No’ ha ganado en el eje central y oriental, el que ha condicionado la política nacional desde hace un siglo y medio. La crisis política que se abre ahora es incalculable. El comandante Carlos Antonio Lozada, al terminar el sexto día de la X Conferencia Nacional de las FARC-EP, dejó claro que “no hay ninguna posibilidad de que lo acordado en La Habana sea renegociado. Lo pactado, pactado está”. Humberto de la Calle, el jefe negociador del Gobierno, fue igual de tajante: “Aquí no hay espacio para eso. Lo que hay es lo que hay. Hay que resolver lo que tenemos, ese es el mejor acuerdo posible”.
Pasadas dos horas y media del conteo de votos, tanto el presidente de la República, Juan Manuel Santos, como el máximo comandante de las FARC, Timochenko, han salido ante los medios para expresar, el uno que va a seguir trabajando por la paz y que el cese al fuego bilateral se mantiene; el otro, a lamentar los resultado pero ha ratificar que las FARC apuestan por la vía política no armada.
En el país están cientos de verificadores internacionales, la ONU puso en marcha toda su maquinaria para acompañar el proceso de desarme de las FARC, en los territorios se estaba trabajando intensamente para garantizar la seguridad de las comunidades, y las FARC, tal y como lo han demostrado, estaban empacando los AK-47 y definiendo su transición a partido político. Todo, absolutamente todo, queda en veremos hasta que mañana se dé la reunión política que hoy ha convocado Santos y hasta que Humberto de La Calle llegue también mañana a La Habana a dialogar con la guerrilla.
El plebiscito, que es vinculante, hace trizas el plan de implementación. El ‘Día D’, que marcaba la implementación de lo pactado, se aplaza de forma indefinida y eso significa que, de momento, no sabemos cómo se producirá -o si se producirá- la entrega de armas, que no se pondrán en marcha los planes de desarrollo territorial, que no habrá inversiones masivas en los municipios más afectados por la guerra y, por supuesto, que cualquier proceso con el ELN queda enterrado por el fracaso político del acuerdo con los FARC-EP. Por si todo esto fuera poco, es imprevisible lo que pueda ocurrir con el Gobierno de Juan Manuel Santos, que queda en una posición muy delicada, excepto el vicepresidente, Germán Vargas Lleras, quien ha mantenido una extraña equidistancia (cuando no silencio) durante la campaña.
Su más férreo opositor, Álvaro Uribe, y personajes del escenario más conservador del país, como Alejandro Ordóñez, no van a desaprovechar la oportunidad. Sin embargo, la Corte Constitucional, en su pronunciamiento sobre el plebiscito dejaba algunas cosas claras. La primera es que el voto negativo genera «la imposibilidad jurídica para el Presidente de adelantar la implementación de ese Acuerdo en específico [el de La Habana]». Pero abre la puerta a poner «a consideración del Pueblo una nueva decisión, con unas condiciones diferentes a las que inicialmente se pactaron». También permite al Gobierno «la suscripción de nuevos acuerdos de paz con grupos armados ilegales». Serán las FARC-EP las que tengan mucho que decir al respecto: si están dispuestos a renegociar o consideran rotas todas las relaciones con el Estado. Esta última opción parece inimaginable ahora después del proceso de reconversión que había iniciado.
El Gobierno y las FARC hicieron sus primeras declaraciones pasadas las siete de la tarde y en ambos casos han demostrado que su apuesta por la paz y la vía política no armada siguen vigentes.
“No me rendiré, seguiré buscando la paz hasta el último minuto de mi mandato” fue la frase del presidente Juan Manuel Santos, mientras Timoleón Jiménez, Timochenko, desde La Habana, decía mantener su reto como movimiento político y aseguraba que FARC-EP “mantienen su voluntad de paz y reiteran su disposición de usar solamente la palabra como arma de construcción hacia el futuro”. El cese bilateral del alto el fuego se mantiene vigente, aseguró el presidente.
#SíALaPazEnColombia “El amor que llevamos en el corazón es gigante y con nuestras palabras y acciones seremos capaces de alcanzar la Paz”
— FARC-EP (@FARC_EPueblo) 2 de octubre de 2016
Manda el Centro y el Oriente del país
Colombia, en el nacimiento de su República, vio cómo se desplazaba su eje de poder territorial de la Costa Caribe, donde la triada Cartagena-Santa Marta-Barranquilla eran fundamentales al salir los españoles del territorio, hacia el centro y el oriente del país. El siglo XIX fue así el de la colonización interna de Colombia y la configuración territorial que dejó sigue marcando la historia política del país.
La liberación de los esclavos, la eliminación de los resguardos indígenas o la desamortización de los bienes de “manos muertas” empujaron a la colonización de la Tierra Caliente de Cundinamarca, Boyacá y los Llanos (hecha por colonos boyacenses y del altiplano cundinamarqués) y la del actual Eje Cafetero, acometida por colonos antioqueños.
Eso llevó a la “integración del centro y del oriente del país mediante la expansión cafetera y el consiguiente impulso a las vías de comunicación entre esas regiones”, tal y como se explica en Poder y Violencia en Colombia, el monumental trabajo editado por el CINEP.
Adolfo Meisel defiende que el auge cafetero, y todo lo que aportó a la exclusión de amplias zonas del país, corresponde con la “enfermedad holandesa”, cuando el éxito de un producto de exportación perjudica al resto de productos y a las regiones que dependen de ellos.
“Si Colombia dice ‘No’, daría la impresión de ser un pueblo esquizofrénico que se aferra a la guerra como forma de vida”
La historia tiene tercas raíces y hoy, en 2016, las mismas regiones que se negaron a las tímidas reformas agrarias de Alfonso López Pumarejo, donde se cocinó el enfrentamiento cainita de La Violencia, donde se instalaron los carteles más poderosos del narco o donde se amparó e impulsó el fenómeno del paramilitarismo (como en la Antioquia de Uribe) son las que han convertido lo que era el plebiscito de la paz en el plebiscito de la guerra.
También han sido estos departamentos los que han protagonizado algunos de los episodios más duros de la guerra. Tolima, Huila, Caquetá o Meta saben lo que fue el nacimiento de las guerrillas y las tensiones entre los colonos liberales y comunistas y los colonos conservadores, amparados por poder e Iglesia. Habría que recorrer la brutal historia del siglo XX para entender cómo, en los años de La Violencia, Santander o Norte de Santander vivieron un pogromo contra las poblaciones tradicionalmente liberales, o para comprender el poder sin límites de algunos gremios, como la Federación Nacional de Cafeteros, que en la práctica constituyó una república independiente basada en su poder económico y territorial.
Vuelven a ser los mismos departamentos de colonización, los que acumularon más poder económico, los reductos del conservadurismo, los que han determinado el presente y el futuro.
El centro y sur de Antioquia, el Eje Cafetero (excepto tres municipios del norte de Risaralda), Cundinamarca, los Santanderes, Tolima, Huila, los Llanos (Arauca, Casanare y Meta), y Caquetá han rechazado los acuerdos de La Habana y, sea cual sea el baile de votos finales, el proceso está desligitimado.
Ya no habrá visita del Papa Francisco y quizá, como dijo el ex presidente José Mujica, “si Colombia dice ‘No’, daría la impresión de ser un pueblo esquizofrénico que se aferra a la guerra como forma de vida. América Latina difícilmente lo entendería y sería una frustración para lo mejor de Colombia”.