¿Che o no Che…?¿esa es la pregunta?

El miércoles por la mañana, la Plaza del Che de la Universidad Nacional de Colombia, amaneció sin el Che. Un grupo de estudiantes de post grado no identificados la pintaron de blanco durante la noche, según le explicaron a un periodista “para que la Universidad Nacional reflexione”. En días pasados otro grupo de estudiantes habían intentado lo mismo, con pintura gris y de día, pero defensores de la imagen no se los permitieron y “ lo que vino después fueron, dicen, amenazas, persecuciones e intentos de agresión”.

El hecho, una vez conocido en redes, adquirió como es natural, los ribetes extremos que iban desde las acusaciones de fascismo hasta el señalamiento de la necesidad de cambiar un ícono asesino, homófobo, xenófobo, racista y extranjero, lo cual, además de reafirmar el hecho de que la polarización de las redes no es menor a la que vive el país, también da cuenta de la gravedad de lo ocurrido, pues no se trata tan solo de una pintada de una pared, sino de un ataque a un símbolo casi sagrado como lo es esa reproducción de la foto de Korda.

Sin ahondar en la profundidad del valor y función de los íconos –que podría llevarnos, además de muchas hojas, incluso a preguntarnos por qué uno tan conocido como el Sagrado Corazón de Jesús va en las salas y comedores de las casas y no en los sanitarios- el asunto es bastante grave y más aun en esta coyuntura del fin de un ciclo de la violenta historia de Colombia.

Estando dónde estamos, tratando de dar fin a nuestra guerra de medio siglo, no tan solo callando los fusiles, sino tratando de desarmar las causas objetivas que llevaron en su momento a la vía armada como camino de solución política, borrar al Che de la plaza, así sin más, sin concertación, ni discusión con los querientes de dicha imagen es un acto hostil, contraproducente y simbólico a su vez .

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Un poco como el gesto desafortunado y poco considerado del sobrevuelo de los Kfir en pleno evento de la firma de los Acuerdos de Paz en Cartagena, que le dio con ese estruendo pavoroso a los muchos que asumen el fin de la guerra como un “triunfamos”, la coletilla de “y si queremos los destruimos”, borrar la figura casi divina del Che, ícono de la revolución y el idealismo, es casi como decir “y si queremos les borramos sus símbolos… o a ustedes”. Pesado el mensaje, que más que una propuesta es casi una amenaza: O desaparecen o los desaparecemos.

Borrar para no ver, para impedir su existencia, es el mensaje implícito en este acto. Borrar al otro corporalmente, a sus puntos de vista, a sus significados y a sus símbolos fue la fórmula que intentamos por medio siglo como camino para un país mejor y bien se vio lo que conseguimos con nuestro borradorcito macabro, como cuando quisieron borrar la UP.

Hay quién no entiende el hecho de que “borrar una simple pintura” genere tanto escándalo. Si fuera tan simple no se ocuparían de borrarla. Y es que los símbolos no son solo el objeto que los contiene e incluso son más que la figura concreta que los origina.

En el caso en cuestión, la figura del Che, más allá de él mismo o de su representación gráfica, es el símbolo de resistencia armada y del desprecio por un sistema económico y político hegemónico. Les parecerá hereje, pero su figura se puede equiparar en muchos aspectos a Bolívar, otro hombre de su tiempo convertido en ícono.

Si uno se lo propone – y la discusión sería muy entretenida- Bolívar, visto desde los hechos puros y duros, no debiera ser fácilmente un ejemplo a seguir. El dueño de esclavos, subversivo, ejecutor sumario, dictador e incluso comandante de un ejército que cometió masacres espantosas como la de Pasto, bien podría ser más bien un personaje digno de la página roja de la Historia. Claro, eso si no hubiera ganado sus batallas y aquí siguiéramos teniendo por bandera la española. Pero la historia la escriben los vencedores y los mitos fundacionales se hacen para respaldar el cómo son las cosas que tenemos.

Tal vez en ese sentido si habría necesidad de repensarse un nuevo relato de país, un nuevo relato de Estado, de sociedad, de revolución. Los tiempos que comienzan a llegar requieren de ello, de nuevos héroes, de nuevas resistencias, de nuevos imaginarios. Pero eso no se hace a los trancazos, sin acuerdos ni entendimientos.

¿cuál sería la respuesta de las personas si yo me decido, en virtud de mi posición particular, a romper la estatua del Bolívar de la Plaza [en Bogotá], o si agarro a porra el monumento de los caídos del CAN?¿o si por todas mis consideraciones sobre la religión, voy y acabo con sus santos y sus cosas sagradas?

Son necesarios esos replanteamientos, es un hecho. La acción de los estudiantes que borraron la figura es síntoma de ello. Pero hay que negociarlo y su discusión no puede ser simplemente un asunto de estética o arquitectura, de revisión hagiográfica o de pasar la página, así, alegremente, sin reparar en de dónde salió esa imagen, ni lo que costó crearla.

Y mucho menos mientras la realidad, tozuda y sangrienta como suele ser, sigue ahí mirándonos, desde los escudos de policarbonato del ESMAD que nos sugieren qué hacer a la hora de las mineras o de los abusos del Estado, o cuando el gobernador de Antioquia, el mismo de la operación Orión, propone tener militares como vice alcaldes de seguridad.

Dicen los que borraron la imagen que querían que reflexionemos, y a fe que lo han conseguido, un poco como el chancletazo reflexionador de las madres, pero sin su cariño y sí con la soberbia de “los buenos somos más” que suelen pensarse desde su bondad y poniendo todo lo que no encaje en ello como exterminable.

Juzgar las cosas desde la distancia temporal de la Historia hace que no reconozcamos fácilmente la importancia que tienen esos mismos hechos en la construcción de ese “ahora” desde el cuál hacemos nuestros cuestionamientos. Pero, pues, ya lo dijo Mao citando a Engels (se me salió el mamerto) es la contradicción -no el unanimismo- el motor del universo y de nosotros los humanos, puestos en él.

Ya sabremos si en el futuro podremos poner en el reemplazo del Che, que ya volvió a ser repintado, a Jaime Garzón, como recordatorio de lo que les pasa (o pasaba, espero en el futuro) a los que señalan verdades. O La Gaitana o Tupac, o Antanas. O a Diomedes, como sugirió algún gracioso. O, fumado que se pone uno, pintar a una mayoría anónima, en una sociedad que empodere a las personas sin necesidad de impolutos e inexistentes héroes divinizados.

 

*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase.

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