Santos votó No en el plebiscito

El aturdimiento es la característica fundamental del momento histórico e histérico que vive Colombia. Y es tal el grado de confusión, que después de escuchar con atención al presidente de la República comienzo a creer que el Gobierno no falló en la campaña previa al plebiscito del 2 de octubre, sino que Juan Manuel Santos quería que ganara el No para poner al borde del abismo a las FARC-EP. Es una mera hipótesis esquizoide, pero reconozcan que no es descartable.

El nuevo acuerdo de paz suscrito en La Habana este 12 de noviembre es el de las rebajas para las aspiraciones democráticas y el que confirma que el NO, o un buena parte del NO, ganó mucho el 2 de octubre y Santos cerró puertas al descontento de quienes son sus verdaderos opositores en 2018. La sensación es que aquí se están negociando al margen, la pie de página o en la reversa de la paz que pedían los ciudadanos en la calle.

El discurso de Santos está plagado de referencias a personas individuales y a grupos de presión y nos convence, o nos pretende convencer, de que ha dejado a casi todos contentos.

Lo que todavía no soy capaz de intuir es por qué las FARC-EP han transado en temas fundamentales vaciando de sentido parte de los acuerdos. El hartazgo de la guerra, la presión de sus bases, la lectura política optimista de que en la arena electoral pueden tener más éxito que en las trincheras de la guerra… ni idea. Lo cierto es que tal y como lo ha descrito Santos (que limitó el discurso de Humberto de la Calle y se guardó las perlas para su alocución), las FARC pierden muchos de los espacios conseguidos en el primer acuerdo y ven limitada al extremo su participación en la implementación de este nuevo acuerdo.

Pero más grave me parece el vaciamiento que ha sufrido la Jurisdicción Especial de Paz (JEP). Después de 60 años de conflicto armado y de brutales violaciones de derechos humanos por los actores de la guerra, incluido este Estado que ahora parece un agente neutral, sólo se permitirá presentar solicitudes de investigación a la JEP durante dos años y ésta tiene un plazo de vida limitado a 10 años. En un país donde apenas ahora se comienza a saber algo sobre lo que pasó en el Palacio de Justicia o en masacres silenciadas durante décadas, parece un chiste limitar la acción de la justicia transicional a una década. Además, el presidente se ha sentido obligado a aclarar que las ONG (¿a cuáles se refiere?) no son fiscales ni acusadores. Es decir, se vuelve a echar un manto de sospecha y de desconfianza sobre organizaciones de abogados de derechos humanos y sobre las asociaciones de víctimas al dudar de su confiabilidad y excluirlas de los procesos para dejarlas como “presentadoras de información”.

Por si faltaba algo, el acuerdo no entrará al bloque constitucional y después de décadas de incumplimientos y trampas hay que creer en «el compromiso de que ambas partes cumplirán de buena fe lo pactado, y en lo que tiene que ver con el Estado, los principios que informan el Acuerdo serán parámetro de interpretación y guía de la aplicación normativa y práctica», según nos ha explicado el ‘poli’ bueno: Humberto de la Calle.

El NO debe estar feliz. Militares y policías cubiertos, empresarios protegidos, propiedad privada blindada, zonas de reserva campesinas condenadas a habitar el limbo paralizante actual, la comunidad LGBTI diluida, los líderes religiosos convertidos en implementadores del acuerdo, la puerta a las fumigaciones abierta… Y Santos también parecía feliz hoy. Puede ser que simplemente siente que se ha quitado un chicharrón de encima y que ya puede viajar a Oslo con los deberes hechos. O quizá, este nuevo acuerdo se parezca mucho más a lo que él y su entorno de élite habían soñado, a su ideología (porque en todo estoy hay mucha ideología, aunque no sea de género, que esa ya hemos garantizado que no se cuele en la paz idealizada).

La paz es tan necesaria en los territorios que todo el mundo era consciente antes del 2 de octubre de que habría que tragar muchos sapos. Ahora los sapos, con el beso del No en el plebiscito, se han convertido en inmensos elefantes que habrá que digerir con paciencia e inteligencia.

Lo que pasará ahora, que todavía no sabemos cuál será el mecanismo de refrendación de este nuevo acuerdo, es que el Gobierno pedirá a los ciudadanos que se echen a la calle para darle legitimidad a lo pactado en horas y horas de negociación a puerta cerrada. Lo que no se pactó en la calle deberá encontrar ahí su asiento. Ya lo ha dicho Iván Márquez: “el pueblo es el principal garante”. Sólo espero que no quede como “el principal figurante” en una ceremonia que pasó de las fanfarrias de Cartagena al enredo de La Habana. También espero que este texto no dé alas a los sectores más radicales de la derecha colombiana, como la victoria de Trump lo ha hecho con los xenófobos en Estados Unidos. Y lo espero porque esos sectores están armados y tienen  la mala costumbre de aniquilar la diferencia. Que todo salga bien y la paz comience sin trampas. Sólo con eso, ya habríamos ganado algo.