Circo (de paz) sin pan

La estrategia del poder desde que los imperios rompieron con lo ritual sagrado ha sido la de dar al pueblo pan y circo. Comida –aunque poca- para saciar el hambre física y espectáculos para suplir los rituales de comunión social. No hay nada como un sancocho y un partido de fútbol para olvidar las penurias o para reforzar la pertenencia a una comunidad imaginaria que, desde la invasión europea y la independencia protoeuropea, se denomina nación. Una manilla, una bandera, un lema fácil para unirnos en torno al mismo poder que nos excluye, un manto de silencio sobre todo aquello que debería hacernos emancipar de él.

Vivimos tiempos ahora de cierto circo, pero con ausencia de pan. El circo de la paz, que también es circo, aúna algunas voluntades pero, ante todo, ocupa el tiempo de la opinión pública (da). Una PAZ así en grande, en genérico, a la que se va adelgazando de contenido en cada negociación de élites (incluida la élite guerrillera) y que corre el riesgo de quedarse solo en lema de un marketing político que no sea capaz de hacer la transición hacia una realidad tangible, excepto que sean las comunidades las que agarren las riendas de un proceso aún postergado.

Paz en Bogotá y en La Habana, aplazada eternamente en Quito y completamente esquiva en el Catatumbo. Paz en despachos y redacciones de medio de comunicación pero no en los barrios de ciudades grandes y pequeñas donde las bandas siguen orinando territorios a punta de fierro inhiesto y eyaculaciones mortales y precoces provocadas por el microtráfico y la frontera móvil de la ilegalidad. Paz en los discursos y en las premuras pero violencia física del estado contra los resistentes a los megaproyectos en los territorios y contra las defensoras y defensores de derechos humanos que siguen siendo asesinados para dar trabajo a la Comisión de la Verdad que no sabemos si llegará a sesionar (es duro ver hoy cómo las gentes de Marcha Patriótica en Cali piden ayuda por redes sociales para saber de un compañero desaparecido)

El circo, el performance, está bien si no se nos va de la mano. Y creo que se nos está yendo. Las FARC-EP nos han invitado a tener #FeEnLaPaz en unas vigilias cuasireligiosas organizadas por un movimiento antireligioso. El circo tiene eso: para que sea efectivo hay que conectar con las masas y las masas, en Colombia, según nos dicen las noticias, han pasado de ser devotas del Divino Niño a estar entregadas al show evangélico y al diezmo. Pues show para las masas entonces…

Pan parece que no va a haber mucho. El chorro de petróleo se secó con la caída del precio del oro negro y en el territorio es el dinero mal habido el que alimenta la economía. El Gobierno, para sanar sus heridas financieras, propone una reforma tributaria que podría ser más neoliberal pero entonces la llamaríamos “derecho de pernada económica”. Impuestos indirectos para que todas paguemos la factura y reducción de tasas para los que ya son dueños del país para que no sientan que la paz les va a dar menos beneficios que la guerra.

Pan poco e informal. Nada de un sistema de seguridad social y de derechos laborales garantizados, que el silencioso jefe de la campaña del Sí (¿recuerdan a César Gaviria?) y sus sucesores ya se han encargado de privatizar todo y de hacer de Colombia un país de «servicios» y extractivismo (es decir: nada de roducir que eso deja beneficios para los muchos). Nada de eso en una paz a la que también se le ha olvidado los derechos ambientales o el modelo económico excluyente que habitamos. Porque, de hecho, el Gobierno para subir el telón de este circo dejó claro que no se domaría al sistema económico en el que cree con los ojos cerrados porque le llena los bolsillos a las élites de siempre.

Pero necesitamos la paz. Por eso, intuyo, que todos andamos remando al lado de los patrocinadores del circo, esperando mejorar las cosas en el camino, anhelando, al menos, que no nos maten por pedir el pan o por defender el territorio. No hay garantías de nada, por eso me parece tan valiente y arriesgada la posición de las víctimas y, en general, de la sociedad civil. Mucho más honrosa que la del poder, mucho menos ambigua que la de las guerrillas, mucho más decidida que la de la comunidad internacional.

En el circo (de la paz) los que menos pan tienen son los que más duro están apostando. Ojalá, al final, el espectáculo ceda ante la necesidad de construir una sociedad diferente; las élites renuncien a un mínimo porcentaje de sus privilegios de nacimiento; las iglesias permitan que las masas vuelvan a estar conformadas por individuos; el gobierno afloje las correas del neoliberalismo; las guerrillas se dejen permear por las ideas de los que no militan en sus filas; la televisión limpie un poquito su programación de vómitos, sangre y patriarcado; los barrios puedan reducir su dependencia de los chicos malos organizados; los chicos malos organizados encuentren alguna razón para no pensar sólo el clave de presente, y el presente, el presente, comience a preñarse de futuro. A pesar del circo, yo firmaría esa paz.

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