Las mariposas amarillas que desarmaron a los aviones de guerra

Las mariposas amarillas de Mauricio Babilonia han tenido hoy trabajo. Unos aviones han intentado quitarles el protagonismo que se han ganado en la firma del acuerdo de paz en Cartagena. La voz de la dignidad la han puesto las cantaoras de Pogue. Alabaos para una paz con memoria.

No hay ceremonia perfecta. Y la que se ha celebrado en Cartagena de Indias para la firma del ‘Acuerdo Final para la terminación del Conflicto y la Construcción de una Paz Estable y Duradera’ tampoco lo ha sido.

Los organizadores habían pensado en varios elementos simbólicos que no siempre han irrumpido cuando estaba guionado. La sorpresa mayora se ha producido justo después de que el líder de las FARC-EP, alias Timoleón Jiménez, pidiera perdón a todas las víctimas que esta guerrilla haya podido causar. Al principio, el sonido de un estallido. El rostro de Timochenko se ha tensado, los invitados han quedado en silencio y las sonrisas que han marcado la tarde sólo han regresado cuando todos han podido identificar a un jet de la Fuerza Aérea alzándose en vertical sobre el cielo de Cartagena. El primero de tres. Las redes sociales se han llenado de comentarios. La ceremonia ha continuado.

Tampoco han aparecido en el momento adecuado los niños y niñas que movían pañuelos blancos al ritmo del Himno de la Alegría de Beethoven. El guión preveía que coincidieran con el final de las palabras del presidente, Juan Manuel Santos, pero la emoción del homenaje público a los negociadores del Gobierno ha provocado su irrupción a destiempo, su salida disimulada y su regreso en el momento adecuado.

La cosa arrancó mejor. La periodista caucana Mabel Lara (nacida en Puerto Tejada) repartía el juego con tranquilidad, a pesar de los nervios generalizados. Los niños y niñas de la Banda Musical de Baranoa (Atlántico) hacían sonar de manera impecable el himno de Colombia, y las Cataoras de Pogue (llegadas desde el río Bojayá, Chocó) demostraban porque la voz de las víctimas es la más valiente y poderosa. “Nos sentimos muy contentos / Llenos de felicidad / que las guerrillas de las FARC /las armas van a dejar”. Oneida Orejuela, erguida con tal prestancia que hacía olvidar que se sostiene sobre una única pierna, o Ereisa Mosquera pasaban en su alabao de las felicitaciones a Santos y a las FARC a las exigencias de las víctimas: “Queremos justicia y paz / Que vengan de corazón / pa’que llegue a nuestros campos / Salud, paz y educación”, decía uno de los versos. Otro recordaba “En 500 años / Sufrimos esta guerra feroz / Pedimos a los violentos / No más repetición”. Para terminar: “Oiga señor presidente / hagasenos para acá / Y díganos con los otros grupos /qué es lo que va a pasar”.

Todos de blanco

Elegantes y de blanco iban las mujeres de Pogue, que cargan la memoria de decenas de víctimas de la capilla de Bellavista (Bojayá). De blanco estaba todos los invitados. De blanco los presidentes latinoamericanos testigos del acto, el anciano rey jubilado de España, los equipos negociadores… De blanco el secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, el ministro de exteriores noruego, Jonas Gahr Store o el presidente cubano, Raúl Castro. Blancas fueron las banderas que se izaron en el minuto de silencio en homenaje a las víctimas de la guerra.

Poco, casi nada, se habló sobre la guerra que sigue en las veredas, la que protagonizan el estado y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) o sobre la guerra sin tregua de los paramilitares o del crimen organizado en las ciudades. No era el día para eso.

Era el día para recordar lo ocurrido en esta guerra de casi 60 años y para aferrarse a las mariposas amarillas de Cien años de Soledad. Si la primera referencia la hizo Iván Márquez el viernes pasado cuando anunció que la X Conferencia de las FARC-EP apoyaba por unanimidad los acuerdos, esta tarde Timochenko y Santos se han sumado a la poética de la paz. García Márquez, al que ambos han recordado en este acto, en su discurso de aceptación del premio Nobel de Literatura, en 1982, animó a brindar a los presentes por la “única prueba concreta de la existencia del hombre: la poesía” y se atrevió a soñar con “una nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra […]”. Que así sea.