Aunque se nos quiebre la voz
Aquí me encuentro en un escritorio prestado, robándole tiempo a un trabajo por el cual tengo que pagar para que se me permita trabajar. Esto no es ironía, es la realidad a secas, como el almuerzo de cantina que te sirven sin que te alcance para la bebida y con esfuerzo se resbala gracias a la propia saliva.
El fin de semana anterior, del 3 al 5 de noviembre, nos reunimos un puñado de exiliados en París, en el evento Arte, Cultura y Exilio. Al llamado acudimos exiliados residentes, desde hace varias décadas, en diferentes regiones de la geografía europea. La idea consistía en evidenciar las travesías por las que han pasado los colombianos que cruzaron el Atlántico para conservar intacta su existencia y poder decir: “Sigo vivo”. Vivos llegaron al encuentro a escuchar y a exponer las peripecias a las que se habían visto expuestos al enfrentarse a otros códigos culturales, a otras geografías, a otros usos y costumbres, sin olvidar las razones que les habían motivado a dejar esa tierra por la que habían luchado y por las que las lágrimas no han dejado de brotar.
A mí, como escritor en el exilio, me llamó la atención un taller sobre escritura en el que participaría el único escritor colombiano reconocido por la Academia Sueca aparte de Gabriel García Márquez. Su nombre, Víctor Rojas. Ya había tenido la oportunidad de ver su trabajo literario hablando de este fenómeno del exilio y en el que una frase suya me había hecho temblar de frío y al mismo tiempo me había provocado sudor y llanto: «Si el exilio es una derrota, es deber del exiliado convertir esa derrota en Victoria». Yo quería saber cómo se hacía eso, si existía una fórmula o por lo menos una receta. El taller era coordinado por una mujer joven, Joanna Castro, hija de un sindicalista asesinado al retornar a Colombia después de un corto exilio en Suecia. Ella había expuesto en la mañana sobre la diáspora colombiana, si se podía denominar «diáspora» a la migración por razones políticas y si existía o no una «unidad» entre los exiliados colombianos. El taller literario comenzaba con una pregunta: ¿cuál fue el hecho que determinó que era mejor salir al exilio?, planteado tres momentos: 1) El hecho detonante de salida, 2) El cruce de frontera y 3) La Adaptación.
La idea básica consistía en escribir, como en todo taller literario, pero los participantes necesitábamos hablar. Pocas veces tenemos la oportunidad de encontrarnos con personas que han vivido la misma situación. Las historias aunque similares, tienen muchos matices, momentos cargados de angustia y de incertidumbre, de tristeza y dolor, pero sobretodo de coraje y valor, de amor por la vida. Al final del taller me acerqué al escritor y me dijo que en medio de todo había que encontrar la voz interior, la voz propia. Reflexiono, la voz que han querido alejar, ignorar, invisibilizar o desterrar.
Los Diálogos de Paz entre el Gobierno y las FARC han despertado muchas voces que por diferentes motivaciones y circunstancias han sido opacadas, silenciadas. El apoyo internacional a los Diálogos ha permitido que una pluralidad de voces se encuentre para identificar las dimensiones del conflicto, entre ellas el exilio. Un resultado que en principio arroja que más de 350.000 colombianos han conseguido el estatus de refugiados en otros países en razón del conflicto armado que vive nuestro país. Las tecnologías han permitido que esas voces sean escuchadas dentro de Colombia y que se reconozca a los exiliados como víctimas del conflicto, aunque la ley de víctimas no considere el exilio como hecho victimizante.
Las incertidumbres de muchas personas exiliadas giran en torno a la posibilidad del retorno, si será posible que los Acuerdos entre Gobierno y FARC abran esas puertas que durante tantos años han estado selladas. Otras tantas se preguntan si después de estos perderán su estatus de refugiadas y quedarán a la deriva o serán deportadas. Las preguntas son muchas, cada país tiene leyes diferentes y cada historia es particular. Sin conflicto armado es muy probable que muchas solicitudes de asilo sean rechazadas, porque Colombia sea ahora considerada un lugar seguro. En una reunión un político me aseguró que ya era hora de regresar, que aquí no querían esas voces críticas hablando de Colombia, se necesita generar tranquilidad en los inversionistas extranjeros. Aquí no las quieren, allí tampoco; sin embargo, los exiliados seguiremos hablando, aunque se nos quiebre la voz.
*Poeta, documentalista y fotógrafo. Miembro de la Fundación Nydia Erika Bautista para los derechos humanos y del Movimiento H.I.JO.S. Becario del Programa “Escritores en el Exilio” del PEN Alemania desde 2014 hasta la fecha.