Entre la barbarie y la esperanza
Los límites de la guerra aún son desconocidos, son múltiples los horrores que ella representa, acompañan a varias generaciones que han nacido, crecido y no han conocido otras circunstancias, las marcas van de generación en generación, lo digo por experiencia propia. El fin de la confrontación armada entre la más antigua organización insurgente de Latinoamérica y el Gobierno colombiano significa una oportunidad de transformación, una puerta que se crea para salir de ese callejón sin salida en el que estuvimos sometidos como colombianos.
No es la paz, pero si una oportunidad histórica que permite que el diálogo y los compromisos derivados de ese intercambio de posturas sean la política pública que nos incluya a todos en el marco del respeto a la vida y a la defensa de los derechos y los valores que nos hacen humanos. El silencio de los fusiles No es la paz de un Gobierno, ni la de los insurgentes; también se involucraran diversos Gobiernos que respaldan el proceso y otras naciones del mundo a través de Naciones Unidas o personalidades de la política mundial. Este podría convertirse en el ejemplo para la humanidad sobre la necesidad de acabar con las guerras en el planeta y disminuir los muertos en todos los continentes; ahí habita la esperanza.
«Este podría convertirse en el ejemplo para la humanidad sobre la necesidad de acabar con las guerras en el planeta»
Los ojos del mundo están atentos para saber si los colombianos a través del Plebiscito deciden aprobar lo acordado en La Habana entre las partes. Considero importante resaltar que a eso no se llegó solamente por decisión de las estructuras de mando de las FARC o la voluntad del Gobierno de Juan Manuel Santos y su equipo negociador. Un equipo que tuvo que ceder y conciliar durante cuatro años para producir ese texto guía que esboza lo que puede ser la transformación de una sociedad con desigualdades sociales. Una de las causas por las cuales tantos jóvenes pobres han ido a perecer en uno de los bandos en las últimas seis décadas. El acuerdo final ha sido un trabajo minucioso y detallado dentro de lo que es posible negociar en un proceso de tal magnitud, uno de los más completos que se han dado en conflictos armados similares. Pero quienes han impulsado y motivado este acuerdo han sido el movimiento social colombiano, las organizaciones de mujeres y de víctimas.
En la guerra contrainsurgente se han invertido miles de millones de dólares a través de la estrategia de Seguridad Nacional, el Plan Colombia, el Plan Patriota, el Plan Victoria. Las FARC sobrevivieron a toda esa maquinaria y se sentaron como organización político-militar a negociar con el Gobierno colombiano a quien habían declarado su enemigo desde los ataques a Marquetalia en los años sesenta. La declaración armada que hicieron pudo haberse detenido en la década de los ochenta en los múltiples intentos y acercamientos frustrados, en procesos de paz inconclusos, de cuyos fracasos tristemente se generó el exterminio de más de 3.000 militantes de la Unión Patriótica, o con los diálogos que se dieron entre el M-19, el EPL, el Quintín Lame y el Gobierno Colombiano que derivaron en la Constitución Política de 1991. O en los noventa durante las negociaciones en El Caguán o durante los dos mandatos de Uribe quien prometió acabarlos militarmente y no lo consiguió.
Los acuerdos se dan durante el Gobierno de un representante de la oligarquía colombiana, descendiente de una de las familias que han gobernado Colombia, Juan Manuel Santos. El presidente de la República transitó por los partidos Liberal y de la Unidad Nacional, para llegar donde está: nominado al premio Nobel de la Paz, junto a cinco víctimas del conflicto. Saldrá victorioso ante la historia por haber conseguido lo que otros No, que las FARC dejaran las armas a cambio de transitar a la participación en política con garantías. Y de paso dejar los territorios libres de la amenaza guerrillera para la explotación minera y petrolera, darle vía libre a la inversión de capitales extranjeros y garantías a los inversores nacionales.
En una negociación las partes deben ceder y lo que se pide en ésta es que no haya impunidad. En este punto el Acuerdo de La Habana tiene el respaldo de la Corte Penal Internacional que asegura que desde su perspectiva no habrá impunidad. Aquí hay que decir que se espera que la sociedad colombiana entienda que la cárcel no es la única forma de hacer justicia y para eso se adoptaron los mecanismos de justicia transicional.
Yo espero el compromiso del Gobierno con que los crímenes en los que han participado miembros de la Fuerza Pública y funcionarios del Estado también sean juzgados, que se haga manifiesta la estrategia en la que se invirtieron los recursos para acabar militarmente con la insurgencia y los vínculos con los grupos paramilitares. Que se narre la Verdad de lo ocurrido y quede plasmada en la Comisión de la Verdad y se divulgue a nivel nacional e internacional en donde viven millones de colombianos que a diario se ven confrontados con la imagen de un país de narcos, bandidos, corruptos y otros tantos estereotipos que no se aplacan aunque un Nairo Quintana o un Esteban Chávez pongan la bandera tricolor a ondearse en las competencias internacionales, y una Mariana Pajón eleve el nombre colectivo de un país que merece ser reconocido por el valor de los seres que nacieron para alegrar nuestra existencia, no solo en el mundo deportivo, sino en el cultural como el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez, que optó por morir en México después de tres exilios que se originaron por su Relato de un náufrago en el que habló de corrupción en la marina colombiana, o perseguido décadas después por supuestos vínculos con el M-19 y por su cercanía con Fidel Castro.
Más allá de cada individuo, del yo, es necesario pensar en el Nos-Otros, reconocer la pluriculturalidad y la biodiversidad que encierra Colombia dentro de sus fronteras y que la hace mágica y especial. En ello no sólo reconocer la riqueza del paisaje colombiano y sus regiones tan prolíferas sino la de sus pueblos indígenas, afros, mestizos, mulatos, zambos, andinos, amazónicos, caribeños y pacíficos. Ser capaces de sentir empatía ante el dolor de los demás. Para que no se repita la tragedia es necesario desmilitarizar las mentes y los corazones, el pensamiento, la palabra, la acción. El odio y la venganza no deben ser los motores que muevan una sociedad. El engaño y la mentira no pueden seguir siendo los mecanismos para imponer el miedo y el terror para preferir quedarse con el malo conocido -el conflicto armado- que con el bueno por conocer -la paz-.
«Para que no se repita la tragedia es necesario desmilitarizar las mentes y los corazones, el pensamiento, la palabra, la acción»
Como sociedad hemos perdido más de más de doscientos mil vidas y contamos con más de siete millones de víctimas. Ellas deben estar no sólo en el centro de los Acuerdos de La Habana sino de la sociedad entera: las víctimas de tortura y violencia sexual, las decenas de miles de personas desaparecidas, los secuestrados, los prisioneros políticos, los prisioneros de guerra, los menores que han sido reclutados forzadamente o los que tienen que asistir a la escuela tras un puesto de combate y caminar por los campos minados, las personas que han sido alcanzados por balas perdidas o presentados como guerrilleros muertos en combate a través de montajes en ejecuciones extrajudiciales mal llamadas falsos positivos.
Si los autores de estos hechos reconocieran su responsabilidad, además de los actos de perdón y renunciaran a repetir al exterminio físico contra opositores, contra el movimiento social y de derechos humanos, se labraría el camino hacia la paz, indiscutiblemente necesaria. Ojalá sea la justicia transicional más eficaz y efectiva que la justicia ordinaria colombiana que ha dejado el 97% de los crímenes en la impunidad y ha jugado un rol benévolo con criminales como Bernardo Alfonso Garzón, participe en varias desapariciones forzadas como las del Palacio de Justicia, la de Nydia Érika Bautista, Amparo Tordecilla y Guillermo Marín donde después de haber sido capturado por la Fiscalía se le trasladó a la Tercera Brigada en Cali y posteriormente se le dejó en libertad por vencimiento de términos en su proceso; o el caso de la restitución por cuestiones formales y no de fondo del exgeneral Álvaro Velandia después de 15 años de su destitución, o el de los miles de investigados por violaciones a los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad. Espero que la Justicia Transicional haga lo que nunca hizo la tradicional.
«Espero que la Justicia Transicional haga lo que nunca hizo la tradicional»
Podemos seguir estancados en esa arena movediza o conciliar como sociedad para transitar a un escenario distinto. Esperamos que las recomendaciones de las organizaciones de familiares de víctimas de desaparición forzada sean acogidas por las partes, se de cumplimiento al Acuerdo Humanitario 062, sean entregados dignamente los restos de todas las personas desaparecidas y el Estado no siga evadiendo su responsabilidad como ha sucedido con los desaparecidos del Palacio de Justicia. Después de 31 años de exigir verdad y justicia, los familiares de Cristina del Pilar Guarín han recibido parte de sus restos más no respuestas sobre lo que sucedió con ella, con las otras víctimas.
Creo que el SI es una esperanza que motiva a construir y que el No es un estancamiento como nación, que promueve que nos sigamos tratando como depredares y no como ciudadanos con derechos. El No es seguir permitiendo que los líderes sociales y defensores de derechos humanos sean asesinados impunemente como está ocurriendo con una decena de ellos después del anuncio de la firma del Acuerdo Final. La esperanza está en que la barbarie no nos domine. Por ello hay que seguir motivando a que se dé también un diálogo con el ELN.
Las exigencias para un escenario de post-acuerdo son mayores que la desmovilización de los guerrilleros, incluye el compromiso de desarticular los grupos paramilitares y la depuración de las fuerzas militares y policiales. No son tareas mínimas la implementación y verificación de los acuerdos. No solamente se trata de garantizar la vida a los guerrilleros que hagan dejación de armas y que se cumplan cada uno de los puntos acordados. Es necesario que haya garantías para la vida de todos los colombianos.
Es posible también que en el post-acuerdo nos demos cuenta que los problemas de Colombia no son exclusivamente la existencia y permanencia de los grupos guerrilleros y que la tarea es larga y requiere del compromiso de todos. Hay que defender la utopía que está tan cerca pero a la vez tan lejos, como el corazón y el pensamiento de un exiliado de su tierra natal. Podemos acogernos a este compromiso como el último recurso ético ante las próximas generaciones y decirles que tuvimos la oportunidad de darle un giro a la realidad, con nuestra voz y con nuestro voto por el país que quisimos dejarles.
Pero las oportunidades sin las decisiones tomadas a tiempo no son sino ilusiones pasajeras. Quisiera llenarme de optimismo y pensar que el mundo puede ser testigo de que la sociedad colombiana dice al unísono “¡paren la Guerra!”. Y no tener que repetir Nunca Más, como dijo Rulfo en uno de sus cuentos: “diles que no me maten”. Digan, por favor, que no nos maten. Diga Sí, abra la puerta, tal vez nos podamos re-conocer en el otro. Reconocer un Nosotros, más cerca de la esperanza que de la barbarie.
*Poeta, documentalista y fotógrafo. Miembro de la Fundación Nydia Erika Bautista para los derechos humanos y del Movimiento H.I.JO.S. Becario del Programa «Escritores en el Exilio» del PEN Alemania desde 2014 hasta la fecha.