“Con los acuerdos de paz, el capital pierde el miedo y entra a saco”
José Saramago, el escritor portugués, decía arrastrando las palabras que el problema no era si él era pesimista, sino que habitamos un mundo pésimo. Quizá es que si las mayorías viven afectadas por su Ensayo sobre la ceguera, hay una minoría adolorida por la lucidez que, a punta de saber, se aloja en ese pesimismo. Alfredo Molano parece cada vez más de estos últimos. A sus 73 años, también arrastra palabras duras que describen un país sumido en violencias y exclusiones estructurales de las que salir, a veces, parece tarea de un Sísifo con posibilidades de terminar aplastado por la enorme peñasco que carga como castigo.
Molano ha caminado el país invisible y, en más de una ocasión, ha permitido a sus lectores acercarse a gentes y emociones tan ocultas como estigmatizadas. Ahora, presenta su último título, De río en río, “un vistazo” por la vasta región del Pacífico que no lo hace más optimista, sino que le permiten describir el “pésimo” estado del arte en una “zona de colonial” marcada “por los intereses de las metrópolis” de la Colombia visible: Medellín, Cali, Popayán y Pasto. Asegura Molano que del Pacífico, su gente y sus procesos colectivos, hay que rescatar “esa idea de comunidad tan fuerte que le ha permitido resistir”; y advierte Molano que eso, como casi todo, está en alto riesgo de desaparecer en esta etapa tan compleja que vive el país.
Es cierto que Molano ya había lanzado el libro en la Feria del Libro de Bogotá, ante un auditorio criollo, fascinado por el hombre que ha escuchado a buena parte de las gentes que no existe. Pero este miércoles, en Cali, a las 10 a.m., una hora inusual -pero la única posible-, el auditorio del Banco de la República se ha quedado pequeño para acoger a un público mayoritariamente afro que pocas veces es el protagonista de los actos de la “memoria intelectual”, como define el escritor y sociólogo a la memoria académica frente a esa otra “memoria emocional”, que es la que a él le interesa.
«Ya sólo podemos esperar la resistencia de las organizaciones»
Había banderas del Chocó, jóvenes afro de Buenaventura o líderes de todo el Pacífico que asisten en estos días a la asamblea de la Coordinación Regional del Pacífico, la red que junto a la Uniclaretiana y a Podion animaron a Alfredo Molano a navegar con calma la tupida red fluvial que se vuelca en el Océano Pacífico.
A ellos les ha hablado de los Consejos Comunitarios negros y de cómo comenzaron a conformarse en los años 80. “Paradójicamente, tengo la sensación de que la guerra generó una conciencia de resistencia en las comunidades muy fuerte y, aunque suene raro, el conflicto armado contribuyó a consolidar las organizaciones que luego han sido clave para resistir a esa misma guerra y para frenar el avance del capital”. En esa resistencia destaca, según Molano, el papel que ha tenido en el Pacífico la Iglesia católica: “Yo no soy creyente, pero hay que reconocer que las pastorales sociales han sido fundamentales para la organización comunitaria y para la resistencia”. Ahora, sin las armas de la guerrilla rondando y asustando a los empresarios, es de nuevo al avance del capital a lo que teme el escritor. “El conflicto armado, de algún modo, inhibió el avance del proyecto económico de las metrópolis en ese Pacífico colonial. El capital no entró de forma definitiva por la presencia de la guerrilla y por la resistencia no armada de las organizaciones, pero, ahora… con los acuerdos de paz, el capital pierde el miedo y entra a saco. Ya sólo podemos esperar la resistencia de las organizaciones”.
– Han sido varios años de trabajo de campo para escribir De río en río… pero todo está cambiando muy rápido… ¿qué le viene al Pacífico?
– Es una pregunta muy desconcertante… yo diría que el Pacífico tiene varios frentes de descomposición. Uno, como en todo el país, es el de la corrupción, pero en este caso con un clientelismo que ha absorbido y utiliza esas redes familiares tan fuertes del Pacífico y eso le garantiza la impunidad. El ejemplo más evidente es la familia Sánchez Montes de Oca, pero esto ha ocurrido siempre. La otra cosa difícil es que me parece que algunos frentes del ELN del Chocó están más cerca de Pablito Arauca (Gustavo Giraldo, comandante del frente Domingo Laín, que todavía no es favorable al proceso de paz) que del Comando Central (COCE) y eso es una fuente de dificultades.
La presión más fuerte, sin embargo, es la de las grandes compañías petroleras, auríferas, madereras, además de las de la palma africana, la agroindustria. El Chocó, por ejemplo, se lo están repartiendo. Y, una vez que se acabe el conflicto agrario, una vez que se logre una presencia real de la oposición política que debe surgir del desarme de las FARC, la pelea va a ser muy fuerte. Por si eso fuera poco, están los paramilitares. Ya no son los de antes. Ahora tienen muchos nombres y marcas que impiden verlos como grupos con un mando central y esa es la excusa para que el Ejército no los ataque.
– Usted nos dijo hace un tiempo que el problema paramilitar dependía mucho de la posición política de Estados Unidos por el poder que ese país tiene sobre el Ejército de Colombia ¿Sigue pensando lo mismo?
– Claro y el triunfo de Donald Trump es gravísimo porque la estrategia ahora va a ser más guerrerismo: contra las drogas, contra el comunismo -porque no se pueden olvidar de eso- al que ahora pueden llamar chavismo o como quieran pero es contra los movimientos populares… y eso va a impedir que el Ejército colombiano se “civilice”, que transite a ser un poder militar que dependa del presidente de la República. Desde el Frente Nacional, el acuerdo de la clase política con los militares fue: ustedes no intervienen en la política y nosotros no nos metemos en sus asuntos. Eso venía cambiando de forma muy halagüeña con Obama y con Santos, pero eso ahora puede revertirse, especialmente con los grupos militares más de extrema derecha que quieran hacer trizas los acuerdos de paz.
El acuerdo de paz entre el Gobierno y las FARC, en general, abre posibilidades inéditas, pero son aún epidérmicas. Lo es en el periodismo nacional, que, gracias a este contexto, “ha salido un poco más de las oficinas”. Con una sonrisa terciada, Molano cuenta como ahora los periodistas compiten por ir a las zonas veredales de concentración “a ver guerrilleros, a tomarse fotos, eso sí, antes de que dejen los fierros”, pero la estructura de la propiedad de los medios de comunicación sigue siendo controlada por muy pocos. “Ahí nada ha pasado desde 1936 [cuando las élites, a través del Gobierno, emitió varios decretos para controlar a los medios]”.
También asegura el premio Simón Bolívar “a la vida y obra” que siente un moderado optimismo ante la perspectiva de que las FARC, y en el futuro el ELN, se conviertan en movimientos políticos de oposición democráticos “que defiendan los intereses de las comunidades, a pesar de que no siempre lo hicieron en la práctica armada”. “Ahora, desarmados, no van a ser tan torpes como para no representarlos”. Y cree el autor de De río en río que las FARC de 2017 no son las mismas que las FARC de 2011. “La guerrilla, durante la negociación en La Habana, aprendió muchísimo del ‘enemigo’. Se está abriendo a una mirada menos dogmática, más sensible”. La presencia de esa ‘nueva’ oposición política puede colaborar, cree Alfredo Molano, a las resistencias. De no ser así, el peligro es que los territorios comunitarios –consejos comunitarios, resguardos indígenas y zonas de reserva campesina- no aguanten la presión “y terminen arrendando los terrenos al capital porque las transnacionales no tiene problema con de quién es la propiedad, sino que quieren explotarlos a toda costa”.
«La guerrilla, durante la negociación en La Habana, aprendió muchísimo del ‘enemigo’»
– ¿Y el Estado? Porque con la salida de las FARC de los territorios no se ha visto una ocupación de esos espacios por el Estado sino por otros grupos de interés armados y no armados.
– Pues el argumento de la dejación de armas era que el Estado recuperara el monopolio de las armas y el Estado no ha podido… ni el monopolio de las armas, ni el de la justicia, ni el de los tributos. Fíjese… los militares no le entregan las armas al poder civil, la extorsión pequeña, el gota a gota, ha crecido de manera tremenda, y la justicia… cualquier huevón con un revólver impone su justicia… El control delincuencial de la vida cotidiana del país no se frena sino que está aumentando. A mi me parece muy jodido, verdaderamente dramático lo que está pasando.
– Y estamos ya en fase preelectoral… ¿Qué espera usted de esos comicios?
– Los acuerdos políticos de cara a las elecciones de 2018 van a buscar desmantelar los acuerdos de paz. En esas elecciones, vamos a ver cómo se arreglan las cargas en la primera vuelta… creo que la Unidad Nacional de Juan Manuel Santos se va a disolver y que los liberales y los grupos alrededor del liberalismo van a tener importancia frente al uribismo. Y Cambio Radical puede aliarse con Uribe… o cobrarle muy caro el apoyo a Santos. La segunda vuelta va a ser complicadísima.
El relato y el análisis de Alfredo Molano es el de una realidad “pésima” y compleja en la que hay que rescatar la resistencia de las comunidades y su capacidad de oponerse a los intereses externos. En el acto de presentación de su libro en Cali, donde se vieron danzas afro, se escucharon poemas combativos y se sintió el aliento de esas comunidades, se escuchó esta frase repetida en dos ocasiones: “El futuro de Colombia es negro, indígena y tiene rostro de mujer”. El lema de las gentes del Pacífico choca con los proyectos criollos, masculinos y guerreristas que llegan desde el propio país y desde oficinas lejanas. Proyectos que, según insiste el escritor, pasan de lo legal a lo ilegal sin transición; proyectos ante los que ahora sólo queda la fuerza de la comunidad.