Cine Colombia y el racismo

Noventa años son muchos años de historia. Cine Colombia, la empresa que empezó con el espíritu emprendedor-colonizador paisa y que ahora es parte del oligopolio de la industria cultural nacional (en manos del grupo Santo Domingo), resume esa historia en un anuncio que repite de manera insistente antes de cada película.

Igual que nadie se pregunta por qué después de pagar la costosísima entrada a las salas de Cine Colombia debe tragarse 15 minutos de anuncios de autopromoción variados, tampoco indagamos sobre el carácter racista de la publicidad de esta empresa, como ocurre con la mayoría del marketing criollo. El anuncio que conmemora los 90 años de cine en Colombia gracias a la empresa que se quedó con el nombre y con el negocio (un 46% de la taquilla nacional) está plagado de tópicos y de ‘blancos’. Ni en las imágenes históricas (mujeres blancas sufragistas, Gabo, Fernando Botero, etcétera) ni en las de familias dichosas disfrutando de los chorros de emociones en las salas atómicas sale un solo negro o un indígena o alguien de piel mínimamente diferente a la blanca.

Unos minutos de la Colombia blanca para celebrar 90 años de Cine Colombia. Justo después del anuncio históricamente ahistórico, Cine Colombia ofrece el video promocional de su proyecto ‘Ruta 90’, un económico aporte a la historia falsa sin historia del país al llevar el “séptimo arte” a 90 municipios ‘atrasados’ durante un ratico no más. Me toca la visita del camioncito de Cine Colombia a la isla de Tierra Bomba, frente a Cartagena de Indias. Suena música étnica -que ya se sabe que lo étnico, siempre pobre, vende-. Niñas y niños negros miran desde unas sillas desvencijadas la ciudad de los prodigios y de los edificios. Pobres negros alborotados por la llegada del cine, del desarrollo, de la generosidad ilimitada de estos blancos que durante dos horas van a poner unos mínimos recursos para una gran campaña de autopublicidad enmarcada en ese extraño –y engañoso- criterio de la responsabilidad social corporativa. Pueden ver el resto de ‘excursiones’ sociales de Cine Colombia y disfrutar de esa pléyade de la pobreza: indios, negros, campesinos en cutarras y viejitos varios con cara de asombro ante la pantalla inflable de los delirios.

Lo que le pasa a Cine Colombia es sólo el reflejo de una sociedad racista que sigue viendo en ‘lo blanco’ el resumen de las virtudes civilizatorias y que identifican al resto del país con las veredas de la barbarie. Seguimos con Facundo en esa civilización o barbarie que marca todos los ritmos de la exclusión en el país: las de Buenaventura o el Chocó, pero también las de Putumayo, Bolívar o La Guajira. Seguimos siendo lo que no somos, como escribiera Aníbal Quijano.

La Ruta 90 de los pobres de Cine Colombia ha tenido muchísimo ‘free press’, esos medios que reciben su publicidad se han dejado el alma en contar la generosidad blanca del cine azul. Poco cuenta del cine hecho y visto por esos excluidos que según Cine Colombia nunca han visto una pantalla. Poco o nada hablan del PotoCine de Ciudad Bolívar o de festivales como Ojo al Sancocho, Sin Fronteras o Daupará, el Festival de Cine Indígena.

Hay un Colombia invisible vigorosa, poderosa y resistente, pero esa no forma parte del mundo ‘civilizado’ que vende la élite. Ellos prefieren parecerse cada vez más a lo que ocurre al norte del norte, eligen quitar de cartera Animal y darle fuerza a la Mujer Maravilla o a unos Piratas del Caribe tan alejados de nuestro Caribe. No pasa nada. Así es y así va a seguir siendo la arquitectura racista de la industria cultural occidentalizada y colonial de Colombia.

Hoy, cuando salga a la calle, fíjese en las vallas publicitarias, en los folletos, en los anuncios televisivos… si usted no es blanco o criollo, esta no es su nación; apenas es el estado en el que le ha tocado resistir para existir.

 

* Paco Gómez Nadal es periodista independiente y coordina Colombia Plural