El problema de dios

Discutir sobre la existencia de dios es uno de los ejercicios más aburridores que conozco. Cada prueba, cada argumento que respalda el hecho de que el dios del que hablemos, cualquiera que sea su nombre o su versión, es tan inexistente como Santa Claus, Quetzalcoalt o Zeus, va a terminar, como el agua en el sifón del lavamanos, en el hoyo central de la razón de la fe: porque yo creo y ya está.

En cuanto al dios de los cristianos, Jehova o Yahve, o Dios -como gustan de llamarlo como para dejar constancia de su incontrovertible validez y verdad- ni su origen sancocho de tradiciones asirias, egipcias, hindúes y romanas, ni el tamaño de sus absurdos fundacionales, tan absurdos como Zeus follándose vírgenes, u Odín creando a los primeros hombres con madera del bosque, o Gucumatz haciéndonos de maíz, ni mucho menos el origen vulgar de su libro sagrado, la Biblia, producto de una conveniencia política del decadente imperio romano, pone en duda su creencia.

Y se entiende su inmovilidad: tantos años de insistencia sobre nuestro cerebro en las historias de ese ser sobrenatural, que todo lo ve, que todo lo sabe, que puede castigarte o condenarte por secula seculorum cuando mueras, termina por convencer a cualquiera de que un lugar por fuera de la creencia es un camino seguro a la condenación post mortem o a cualquier mal inimaginable en vida, Dios me ampare. No hay caso.

Y, para ser francos, a mi la verdad no me importa si creen lo que creen. Allá cada quién con lo que le de su cabeza. No voy a entrar en discusiones con mis tías sobre el hombre invisible (que ha sido hombre,  no mujer, aunque ahora unos luteranos escandinavos de avanzada les haya dado porque tal vez no tenga género) cada vez que ellas me den un “que Dios lo bendiga” bienintencionado para desearme buen viaje de vuelta a casa. No sería considerado ni con ellas ni con nuestro buen querer. Dios no me importa, la verdad, o mejor dicho, no me importaría, si no fuera por lo que se hace de él (o de ella o ello),si no fuera por las cosas adicionales que surgen de su creencia, tan anacrónica , tan fuera de lugar en nuestro tiempo.

La religión como explicación mitológica de la creación del mundo y de la interacción de los humanos con las fuerzas que rigen su devenir ya carece de cualquier lugar en nuestro tiempo, en la medida en que ya sabemos como opera buena parte del universo o al menos lo suficiente como para poder operar en él con alguna certidumbre.

Y sin embargo la religión y sus sectores más retardatarios, que bien podrían ir dejando la insistencia insostenible de la verdad de sus mitos y acentuar el núcleo de amor, coexistencia y solidaridad que contiene, se van lanza en ristre contra la realidad, procurando la exclusión mediante la exageración, el miedo y la tergiversación de cualquier cosa que les ponga en duda su forma de concebir el mundo o –los peores- su posibilidad de ser elegido a algún cargo político.

Y mientras pregonan desde el siglo X en el que viven que los terremotos son culpa de los homosexuales, o que sólo la procreación ¡en un mundo de 7.500 millones de habitantes! es la que garantiza la bondad de una unión conyugal o que nos quieren convertir en una sociedad atea ¡válgame Dios¡ y que eso destruirá nuestra civilización, pasan por alto los desastres, estos sí muy reales de nuestro sistema económico basado en el consumo infinito y la acumulación de ganancias a cualquier coste, incluso a costa de la vida misma y de la Tierra en la que vivimos, o la desigualdad de oportunidades en función del género o la preferencia sexual o la condición económica o racial. Protestan por la educación sexual en los colegios o por el reconocimiento de otras identidades sexuales, porque el Dios del Deuteronomio no quiere eso, pero callan cómplices ante la masacre secuencial de líderes sociales en nuestro país, que esos sí, algo habrán hecho y hasta ateos serán.

El discurso progresista del Papa les viene sabiendo a cacho y cuando este viene de visita solo quieren la selfie con él o la bendición que los libre de todo mal y peligro, que de alguna forma creen que tiene poderes para eso, pero de oír y poner en práctica su mensaje reconciliador y tranquilo, que les pide una ética, un actuar real consecuente con su moral pregonada, ahí sí no, que entra por un lado y sale por el otro sin untar una neurona… o el alma que dicen tener.

“Si Dios está conmigo, quién contra mi”, les escucho decir con frecuencia, como quien presume de la amistad de un mafioso para hacer de su voluntad un hecho incontrovertible, teniendo como aspiración un automóvil grande en donde poner el logo plateado de la virgen o el pescado de Jesús que le aleje el mal de sus vidas sin preguntarse si hará falta algo más que creer en Dios y si tal vez hacer que ese dios exista en sus actos.

Yo la verdad no creo (pienso) en que haya un dios o muchos por ahí en el mundo dando vueltas, ocupados en escuchar plegarias necias y lambonerías de adoración. Pero si lo hubiera, si hubiera un dios al cuál adorar, al cuál respetar, al cuál seguir, ese dios sería el amor. Un amor que nos llenase en el respeto y la conciencia del otro y de lo otro, de todo lo que está por fuera mío y que es al final parte de mi. Un dios que me permitiera verme reflejado en cada entidad que tengo en frente y que me enseñara bien a ser en los otros, a ser si somos, a vivir sin exterminar,  a no creerme centro de nada sino parte de todo.

Hay un pedazo en la Biblia que me gusta mucho porque se me hace muy consecuente con nuestra esencia humana cambiante. Es Eclesiastés 3 y dice que hay un tiempo para todo: un tiempo para nacer, y un tiempo para morir; un tiempo para plantar, y un tiempo para cosechar; un tiempo para matar, y un tiempo para sanar; un tiempo para destruir, y un tiempo para construir. Yo supongo que también  hay un tiempo para creer y uno para pensar. Tal vez está llegando, finalmente, ese tiempo, el de pensar, pensar para entender que no hay un algo afuera que nos va salvar o a castigar, sino que la responsabilidad y consecuencia de nuestros actos nos va a nosotros mismos.  Y tal vez así creer, vea ud la paradoja, en que sí podemos ser una especie que vaya más allá del designio de sus genes, que pueda pasar de Darwin a Kropotkin, de la supervivencia del más apto a la sobrevivencia de los que co-laboran.

*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase.