«Su disfraz de muerte, su disfraz de vida»

Es canijo el sartal de respuestas que el presidente Juan Manuel Santos le ofrece a la prensa cuando se da su periplo por Europa. No es que sea mucho mejor la calidad de las preguntas que se le plantean, toda vez que los medios que llegan hasta él son cribados previamente, garantizando un tinglado a la medida del autobombo y de la quirúrgica eliminación de cuestionamientos de fondo.

Tal ocurrió con las declaraciones dadas por el flamante Nobel de Paz a la Radio Nacional de España recientemente, luego de que pasara por Alemania, Hungría e Italia.

Luego de definirse a sí mismo como un marinero que ha sabido llegar a puerto a fuerza de su férrea perseverancia, el presidente, sin mosqueo ni rubor, expone su rosario de linduras ante la cómoda absorción pasiva por parte de una pareja de periodistas -uno de ellos, que tal que no, dizque experto en Colombia-.

Y es que la necedad en este caso comporta una clara intención de cubrir con mieles la tremenda ineptitud e incoherencia del gobierno  en la implementación del acuerdo de paz con las FARC y su secuela de vidas aplastadas.

Preguntado por la detención de Jesús Santrich al margen del concepto del la JEP y por el riesgo de que Iván Márquez pueda ser objeto de una detención similar conllevando esto a una crisis profunda en la aplicación del acuerdo, el presidente afirma que Santrich «ha sido acusado por una serie de delitos» y que corresponde a la JEP verificar si estos se cometieron antes o después de la firma de los acuerdos a fin de establecer si la competencia para calificar su conducta es de la JEP o de la justicia ordinaria; dice también que el señor Márquez nada debe temer, pues «no está siendo investigado por ninguna autoridad colombiana» y que además él y todos los miembros de la exguerrilla, cuentan con el compromiso expreso del gobierno de que será garantizada la protección de todos sus derechos, «siempre y cuando no delincan». Para el primer mandatario todo es normal y no hay nada de qué preocuparse.

Omite el señor Santos, que Santrich tampoco ha sido requerido por ninguna autoridad colombiana y que su detención es obedecimiento a un tribunal estadounidense que no lo acusa de una serie de delitos, sino  de contactar con supuestos narcotraficantes para planificar envíos de droga. O sea, le acusa una autoridad extranjera con pretensión de extradición, de ser sospechoso de conspirar para realizar un delito futuro y sin allegar pruebas. Si llegase la JEP a establecer que la supuesta conspiración de la que se acusa a Santrich es posterior a la firma, sería, sin más, ¿extraditado? ¿Son los tribunales extranjeros piezas de lo que el presidente llama la justicia ordinaria?

Y para el presidente ¿esto no significa una situación crítica? Márquez ha renegado de la falta de seriedad del Estado para cumplir lo pactado y su pérdida de confianza en el proceso, y el presidente invoca a que se confíe en la acción protectora del estado, pasando de largo la cifra de las 71 víctimas excombatientes y los más de 300 líderes sociales asesinados desde que se firmó el acuerdo. ¿Debemos deducir que todas estas personas delinquieron para que dejase el estado de garantizar la protección de sus derechos? ¿Acaso los investigados y  condenados por delitos, en cualquier país que se diga democrático no han de ser protegidos en su vida y  en la garantía de sus derechos?

El Estado -si es de derecho- ha de ser protector hasta con aquellos que cometen faltas y si esa responsabilidad además ha de acometerse en función de cumplir un acuerdo político de paz, en cuya implementación la contraparte manifiesta gravísimos reparos, ¿no sería de más  beneficio y mayor talante reconocer el momento crítico y hacer esfuerzos por cuidar la obra, en vez de normalizar las mañas destructoras que se entretejen desde instancias enemigas de esa paz y vender cómo exitosa una implementación que hace aguas?

El presidente no considera que haya posibilidad de reversar los alcances del acuerdo si eventualmente la nueva jefatura del Estado quedase en manos del Centro Democrático o alguna parcialidad opositora del acuerdo, restándole importancia al hecho de que Cambio Radical, el propio partido de quien fuera su vicepresidente, hundiera en el congreso la reglamentación de las llamadas curules de paz o cuotas representativas de las víctimas del conflicto.

Aquí tampoco hay de qué preocuparse y Santos no sólo envía un mensaje a las víctimas empeñando su palabra de que el proyecto de ley se volverá a discutir y que las curules de paz serán realidad, sino que hace cuentas de que la mayor parte del paquete legislativo para la paz ya ha sido aprobado. Omite el presidente explicar cómo va a garantizar, ya con la mudanza lista, la aprobación normativa para las curules de Paz y cómo es que su cálculo de tarea cumplida en el congreso colisiona con el  18,3 %  que escasamente reconocen las organizaciones sociales como tramitada en las cámaras legislativas.

Evade en sus respuestas asumir la frágil osamenta con que deja el cuerpo del acuerdo y opta por representar un parlanchín cantamañanas, pintando linduras al empresariado mundial y exhibiendo el caso colombiano como ejemplar victoria de la política sobre los estropicios de la guerra. Santos no hace defensa cierta del acuerdo, no hay convicción en sus respuestas, porque estas no se corresponden con la realidad de un país avivado en odios y trampas.

Santos ha vendido en Europa una paz que en el territorio colombiano se vive como guerra velada; le saca lustro al acuerdo como a una vitrina, solo para darse, en el ocaso de su mandato, las ínfulas de un neoliberal con valores y proporcionarse un lugar en  el catálogo de los históricos hombres que, sin  responder al fondo de las cuestiones, amparan la frivolidad tan conveniente al florecimiento de los negocios y de nuevas formas de violencia.

Parapetado en su nueva sapiencia pacifista ha estado agazapado el ardid multiplicador de plusvalía. A través suyo habla El capital que nos dibuja la poeta Ana María Cañamares:

El hombre seboso y trajeado se cuela en nuestra cama cada noche

después de follarse al universo viene a susurrarnos nanas
su obsesión por nosotros no descansa nunca
en nuestros sueños nos persigue
con su disfraz de perro, de vendedor, de cura
de espiga de trigo, de pistola en el bolsillo
su disfraz de muerte, su disfraz de vida

 

*Cantautor en el exilio