Y viceversa…
Tengo miedo de verte
necesidad de verte
esperanza de verte
desazones de verte…
Mario Benedetti 1920 -2009, Uruguay
Esta estrofa del poema de Benedetti, Viceversa, con el que gente de muchas generaciones ha descrito sus sentimientos adolescentes (como son todos los enamoramientos, adolescentes) a la hora de un amor de resultado incierto y contradictorio, serviría también para describir esa desazón, esa alegría y ese susto ante las posibilidades que se juegan este domingo en la elección presidencial colombiana.
Como cualquier adolescente, Colombia enfrenta de nuevo un “por primera vez” en su camino político: por primera vez desde 1970 el país tiene la posibilidad cierta de escoger entre dos opciones verdaderamente opuestas en todo aspecto, en todo origen, en toda posibilidad. Claro, entonces se robaron las elecciones y la guerrilla que surgió de eso duró 20 años hasta que en 1991 terminó por crear una nueva Constitución.
Por primera vez desde 1964 –cuando se inició el conflicto armado que recién ahora estamos conseguido detener- el país enfrenta la posibilidad de una elección presidencial (casi) sin el ruido de las ametralladoras y las bombas en el ambiente y sin la posibilidad de ser señalados sus ciudadanos como terroristas, o auxiliadores de la subversión, pues la principal guerrilla ha entregado ya sus armas y se está reincorporando a la vida civil.
Por primera vez desde 1934, cuando Alfonso López Pumarejo realizó su Revolución en Marcha, el país tiene la posibilidad de hacer cambios de transición de su modelo social para tratar de remediar la desigualdad, germen de toda nuestra tragedia. Aunque esa esperanza fue combatida con ferocidad y terminó, años más tarde en el asesinato de Gaitán y el consiguiente incendio sangriento del país, llegando hoy, según la ONU en Colombia, a ser el tercer país más desigual del mundo.
Un lugar desconocido y -viceversa- conocido hasta la saciedad. Un adolescente de 200 años, que siente como una primera vez lo que ya ha vivido muchas veces, un conjunto humano al que su viejo lado de derechas le dice “no lo hagas, que son comunistas, ateos, come-niños, mata-curas, que te van a quitar todo y te van a volver homosexual” mientras su viejo lado de izquierdas le dice “hay que hacerlo pero tendremos que defenderlo a muerte” mientras sus partes más jóvenes sonríen y saltan esperando por los mínimos de educación gratuita y reconocimiento de diversidad que sus amigos extranjeros les dicen que son normales en otras partes.
No les faltan razones a ninguno, la verdad. Nadie en Colombia hasta hace solo 4 años (un parpadeo en la vida de una nación) había conocido este país como es ahora. Nuestra historia, inscrita dentro del concepto de la guerra perpetua de baja intensidad contra “el enemigo interno comunista”, extra sazonada ella con la distorsión del narcotráfico dueño de su propia guerra y su propia podredumbre, siempre fue una colección de horror desquiciado, hecha de héroes y villanos, de bombas y emboscadas, de desaparecidos, secuestrados, voladuras, asesinatos y contrasesinatos, de militares, paramilitares y subversivos –fusiles todos en fin- de pobreza general y opulencia localizada, de “sálvese quién pueda”, de “no digas eso”, de “deje así”, de “eso no se puede” y de “basta ya”. Todos infinitos, todos desesperanzados, todos a grito herido, a los putazos, pidiendo auxilio, desgarradores y lacerantes. Un país de sobrevivientes, en fin, que han hecho la vida como si nada ocurriera.
Y vienen a la cabeza Jorge Eliecer Gaitán, Carlos Pizarro, Luis Carlos Galán, Álvaro Gómez, Jaime Pardo, Bernardo Jaramillo, candidatos presidenciales asesinados. Y cada concejal, diputado, senador, alcalde, campesino, soldado, guerrillero, policía, estudiante, cada hermano, cada padre y cada madre, de cada color, de cada estrato social, reventado(a)(os/as) en esta guerra eterna inmisericorde.
Tengo urgencia de oírte / alegría de oírte / buena suerte de oírte y temores de oírte diría Benedetti a esta elección y uno repetiría con el corazón a toda velocidad y la boca seca, sin saber si esta vez es la vez, o si vamos a seguir ahí, dónde siempre hemos estado, sentados esperando un turno que nunca llega para un país decente para todos y no solo para los de siempre.
El domingo, de nuevo, todo está en juego, Colombia telenovela sin fin, Colombia “drama queen”, el viejo país, el nuevo país. Toda la región mirando a este, el último lugar de América con la guerra como lenguaje. La esperanza y el trauma, la memoria de lo no dicho, el dolor de lo vivido. ¿Insistir en ese modelo seguro e inútil que nos trajo hasta acá o intentar por fin una manera razonable y humana para quedar de una buena vez por fuera del siglo XIX?
¿Podremos? ¿querremos?¿nos dejarán?¿sonarán, seguirán de nuevo los tiros?
o sea
resumiendo
estoy jodido
y radiante
quizá más lo primero
que lo segundo
y también
viceversa.
*Fotero todo tiempo, escribidor de cuando en vez. Bobo desde 1968. No perfore el envase