Una herida que mantienen abiertas las heridas
Los blancos solemos alabar a los blancos. Esa es una máxima. También solemos alabar a las personas que no son blancas que se comportan como blancas y tenemos delirio por las blancas que muestran sensibilidad hacia las ‘otras’. Pero no siempre los discursos se sostienen en las prácticas.
La crítica blanca ha sido casi unánime al encumbrar la ópera prima de Lorena Salazar Masso, una jovencísima escritora colombiana, criolla (es decir, blanca, conceptualmente) y antioqueña, que ha publicado con mucho éxito en España y en Colombia, de forma simultánea, Este herida llena de peces.
Difícil mantener silencio después de haberla leído y después de tantos años de relación con el Chocó y, en concreto, con el Medio Atrato, la zona que elige Salazar Masso para ambientar “la conmovedora novela, sobre una madre blanca que viaja con su hijo negro por un río del pacífico colombiano hacia un destino trágico”, según el más que elogioso artículo del también blanco Juan Miguel Hernández Bonilla en El País (España).
La herida llena de peces de Lorena Salazar Masso utiliza una zona invisible de Colombia y unos hechos históricos (la conocida como masacre de Bojayá de mayo de 2002) para ambientar una especie de reflexión poética sobre la maternidad, el lugar en el mundo, el racismo y las desigualdades. Pero todo le sale mal, al menos desde mi punto de vista.
La protagonista, blanca, aparece casi como una víctima del racismo negro de un departamento colombiano básicamente afro (y, en menor medida, indígena); las personas negras son contendores de un exotismo decimonónico; la ciudad de Quibdó una caricatura de ciudad; el río un espacio misterioso que, sin embargo, es el territorio de normalidad de la inmensa mayoría de habitantes e la región; el conflicto armado un evento en el que sólo hay una parte (la terrible guerrilla); la pobreza y la desgracia como una especie de destino aceptado por las comunidades que igual viven el incendio de ocho casas como las crecidas del río; la masacre de Bellavista…. Ay la masacre de Bellavista.
No voy a entrar a hacer un análisis completo del texto ni de la posición desde la que Salazar Masso construye a su protagonista y a sus acompañantes en un viaje no creíble para quienes hemos hecho esa ruta decenas de veces. Para ello, recomiendo el prolijo análisis de la escritora chocoana Velia Vidal en la revista cerosetenta (“estamos ante una narradora que se asume tan superior al contexto, tan superior a ese otro racializado, exótico y precario, que se toma la licencia de intervenir y modificar sus rituales ancestrales, o se siente con el derecho de decirle a los otros qué hacer”). Pero sí quiero concentrarme en las últimas 33 páginas del libro, las que transcurren en el viejo Bellavista, la cabecera del municipio de Bojayá, donde todas las lógicas perversas del conflicto armado se hicieron muerte el 2 de mayo de 2002.
El relato liviano, falto de rigor y efectista de la autora sobre la masacre no sólo no contribuye a cerrar las profundas heridas abiertas por/desde la masacre, sino que contribuye a revictimizar a todas las personas que sufrieron en aquellos sucesos.
La literatura es eso, ficción, pero cuando se utiliza un hecho histórico real tan significativo para una comunidad, un departamento y un país –como lo fue la masacre de Bojayá- hay licencias que no se pueden tomar. Los detalles sobre los días previos de la masacre, sobre los enfrentamientos entre paramilitares y la guerrilla de las FARC y sobre lo ocurrido en la iglesia de Bellavista y en el pueblo, en general, son muchísimos. Es fácil, por tanto, ser respetuosa con la verdad que han contado las víctimas en cientos de relatos.
La autora decide no ser fiel a esos relatos, presentar un conflicto con un solo actor (la guerrilla), desaparecer de los hechos a los paramilitares, al Ejército cómplice, las alertas tempranas desoídas por las autoridades; decide presentarlo como hechos casi repentinos, pasando de algunos disparos aislados en la lejanía a una explosión brutal en una iglesia que se llena en apenas unos minutos de personas sin rostro, sin perfilar, fantasmas apenas necesarios para que Lorena Salazar Masso sitúe su tragedia final. Es sangrante que el único ser definido tras la explosión sea una mujer blanca, es terrible que sitúe a solo un sacerdote en la iglesia (porque quizá fue el que hizo el acto heroico que a los medios criollos les fascinó en el momento), y me ofende especialmente que se robe una historia real para construir su gran final.
En el templo de Bellavista, tras las explosiones que dejaron a 83 víctimas mortales, a más de un millar de afectadas directamente y a toda una zona del río y sus comunidades alteradas de por vida, la mayoría de las personas supervivientes logró cruzar a Vigía del Fuerte. Pero quedaron supervivientes entre los escombros y los restos desmembrados de las víctimas, en su mayoría menores de edad. Esa noche, Minelia, la “loquita del pueblo”, se la pasó dando agua con sal a los que aún respiraban y tratando de componer los cuerpos de los niños y niñas muertas. Minelis jamás se ha beneficiado de las indemnizaciones a las víctimas de la masacre jamás ha recibido un homenaje, jamás…. Y Salazar Masso profundiza la herida de Minelia en un robo epistémico que me resulta especialmente violento.
Colombia, Medellín en especial, pocas veces ha entendido al Chocó, su diversidad, su riqueza humana, sus prácticas de gestión de los territorios, su resistencia tenaz a la colonización española, primero, a la colonización republicana, después, al expolio de los “blancos” (paisas) que controlan buena parte de su economía cotidiana y al conflicto armado desde finales de los años 90. La autora ha profundizado ese abismo.
Es cierto, en las numerosas entrevistas que ha concedido, la autora denuncia el racismo estructural, las desigualdades, la violencia (que son, en realidad, las violencias) y reconoce que escribe desde el privilegio. Lo que no ha aprendido es a gestionar el privilegio. A todas nos cuesta y casi siempre fallamos pero para mi este me parece un fracaso estrepitoso. Mientras el libro será un éxito, ya se han vendido los derechos de traducción a editoriales de peso en Alemania, Francia, Italia, Polonia o República Checa. Otra vez el expolio. La imagen exotizada, racializada y esterotipada del Chocó y de Bellavista forjará una nueva carrera literaria, esta vez partiendo de un realismo falseado que no tienen nada de mágico.