A descolonizar el día de la colonia
Hay días infames, que deberían volver a nacer para merecer ser conmemorados. Hoy es uno de esos. No hay día de la hispanidad (difícil convencer a un Huitoto de esa celebración), ni día de la raza (porque no hay razas), ni día del descubrimiento (porque no se descubre lo que no existe). Para que un 12 de octubre tuviera un otro sentido con sentido en Nuestramérica debería ser el Día de las Víctimas del Etnocidio, o el Día de la Resistencia o, como mucho, el Día de la Descolonización.
El hecho de que siga teniendo nombres en homenaje a los invasores, a los etnocidas, a los conquistadores demuestra como el día que acabó la Colonia, el periodo con dominación territorial y burocrática de la metrópoli, se quedó instalada la Colonialidad, esa profunda y compleja estructura de dependencias y jerarquías de poder que explica buena parte de los problemas del hemisferio.
La colonialidad lo impregna todo. Se basa, en un principio, en un sistema de clasificación social jerárquica basada en un invento llamado “razas” y en un modelo de expropiación del trabajo que es constitutivo del capitalismo moderno. Y la colonialidad comienza a fraguarse en ese 1492 y en los siglos siguientes en que Europa se autoconstituye en “lo universal”, en un Occidente autodesignado que excluye todo modelo de gestión del poder, del saber, del hacer o del cuerpo que no sea el que ese varón blanco, heterosexual, cristiano, heterosexual y capitalista impuso en el proceso de construcción de sus imperios.
Descolonizar el día de la colonia significaría, y obligaría, a re-pensar muchas de las categorías y paradigmas que consideramos como “normales”, como “naturales”. Obligaría a repensar el modelo de Estado liberal-occidental impuesto con las independencias criollas del continente; obligaría a repensar el modelo educativo basado en unos cánones blancos y europeizados; obligaría a deconstruir muchas de las convicciones que hay sobre el arte o sobre la cultura; obligaría a desmontar criterios estéticos y éticos; obligaría a re-valorar la ciencia ancestral, los modelos económicos no capitalistas de muchos de nuestros pueblos, las formas de hacer o de ser en sociedad.
La colonialidad -siempre reproducida desde aulas, medios de comunicación y púlpitos– está detrás de las exclusiones que dejan fuera del sistema a la mayoría de nuestras gentes y de sus propuestas, la colonialidad es la violencia estructural estructurada desde un proyecto Euroocidental vigente, violento, destructor de toda forma cultural o política que contradiga sus “verdades”. De nada ha servido que el eje geopolítico y económico del planeta se mueva del Atlántico (donde ha permanecido 5 largos siglos) al Pacífico, porque Estados Unidos (el imperio de la neomemoria, en palabras de Heriberto Yépez), co-creador y re-productor de la colonialidad en todas sus variantes, se encarga de impregnar ese movimiento de las mismas lógicas que la Europa en crisis impuso durante siglos.
Hay que descolonizar muchos aspectos de la vida. La semántica es una de las primeras trincheras para desaprender y reconstruir, pero también las resistencias o los movimientos sociales requieren de un proceso de descolonización (lean a Raúl Zibechi). Por desgracia tendemos a ser lo que nuestro dominador ha designado para nosotras. Así nos lo recordó Frantz Fanon en Piel negras, máscaras blancas, o Victoria Sau en Madre no hay sino ninguna. El esclavizado respondiendo a las lógicas del esclavizador, la mujer respondiendo a las funciones que para ella ha determinado el hombre.
Hoy no hay nada que celebrar, excepto que nos pongamos de una, de forma decidida y armadas de una paciencia histórica, a desmontar este sistema brutal que nos extirpa el alma y la sustituye por un avatar diseñado por nuestro propio etnocida.
*Periodista, autor del libro ‘Indios, negros y otros indeseables‘, coordinador de Colombia Plural.