FARC-EP: ¿Hacia un Movimiento Bolivariano?

Desde este 17 de septiembre, y hasta el 23 del mismo mes, el grupo insurgente colombiano FARC-EP desarrolla en la zona selvática de los Llanos del Yarí su X Conferencia Guerrillera, la cual consideran como la última y, a su vez, la primera en la cual los medios de comunicación nacionales e internacionales tienen presencia.

Aplazada por unos días debido a razones que no trascendieron, esta convocatoria invita a reflexionar diversos aspectos del plan político de las FARC-EP, fuerza insurgente que desde hace 52 años tienen presencia en zonas apartadas del país y en algunas ciudades a través de grupos de milicianos, pero que ahora se acerca a la firma de un Acuerdo de Paz para tener así participación activa en la vida política colombiana.

Desde la primera Conferencia Guerrillera, realizada en 1965, cuando el germen de las Farc se llamaba Bloque Sur, la historia de este grupo ha tenido múltiples altibajos y pocos virajes ideológicos. Durante ese encuentro las prioridades fueron la parte organizativa militar y promoción de bases sociales para el movimiento revolucionario.

Las siguientes conferencias se dieron en 1966, dos más entre finales de los sesenta y principio de los años 70. A estas sucedieron otras realizadas en 1974, 1978, 1983, 1993 y la anterior –la novena– en 2007. Nótese cómo las últimas cuatro conferencias tuvieron varios años de interregno, algo que no sucedió con los primeros encuentros generales. Tal vez esto sea explicable por la presión militar y el creciente perfeccionamiento de la inteligencia estatal, que hacía riesgosa la organización y divulgación de tales encuentros, donde participan el secretariado y los jefes de los bloques, entre otros.

Hoy el reto es mayúsculo, pues de la proclamada como última conferencia en los Llanos del Yarí, municipio de San Vicente del Caguán, departamento de Caquetá, deberá salir no una estrategia militar, algo que se espera quede en el pasado, para dar paso a la concreción de los fundamentos de una plataforma política partidista que le dé desarrollo a lo que ya se avizoraba en el informe final de la Novena Conferencia (abril de 2007, en pleno inicio del segundo gobierno de Álvaro Uribe Vélez, tal vez el hombre que más la ha perseguido en el plano militar).

Decía un aparte de dicho informe: “Las FARC-EP mantenemos levantada la bandera de la solución política a la crisis, que con la participación mayoritaria de los colombianos, pueda definir soberanamente la construcción de una nueva institucionalidad, de profundo contenido bolivariano como la señalada en La Plataforma Bolivariana Por La Nueva Colombia que enrumbe al país hacia el ejercicio pleno de todo su potencial democrático y progresista”

Lo cierto es que el ascenso de Alfonso Cano a la comandancia, considerado en ese momento como el máximo ideólogo de las FARC-EP, selló por primera vez la supremacía de la línea ideológica sobre la militar, representada en ese entonces por el “Mono Jojoy” y otros comandantes de bloques y miembros del secretariado. La muerte de Cano, durante un bombardeo del ejército, puso tropiezos en 2011 a unos tímidos primeros acercamientos con el gobierno de Juan Manuel Santos. Pero el innegable ánimo conciliador de las partes hizo que en el 2012 se concretara la Mesa de Diálogo en La Habana, luego de meses de acercamientos y de reuniones preparatorias unilaterales.

Perspectivas actuales

El escenario parece haber cambiado de manera radical luego del cese al fuego bilateral y definitivo, sumado a la cercanía de la firma del Acuerdo de Paz con el Gobierno –fijado para el 26 de septiembre de este año–.

La necesidad de empezar una campaña proselitista, a pesar de los seis escaños ya asegurados en el actual Congreso de la República como parte del Acuerdo –con voz, pero sin voto–, ha llevado a las FARC-EP a replantearse como organización política de carácter electoral, para enfrentar a una ciudadanía que en su mayoría –más del 95 por ciento– descree de su ideología revolucionaria.

Iniciar un Movimiento Bolivariano, como se propuso en la Novena Conferencia, puede parecer descabellado en momentos que el paradigma de tal movimiento –Venezuela– hace agua por todos los costados, con fuerte presión opositora al interior de ese país y un sólido bloque contradictor en el ámbito internacional. El descrédito del presidente Nicolás Maduro, quien tomó las banderas del carismático Hugo Chávez, es una sombra difícil de esquivar al momento de seguir la línea Bolivariana, al parecer la evidente para las FARC-EP.

Tampoco es descartable reforzar las alianzas políticas con la Marcha Patriótica, movimiento de izquierda liderado por la destituida exsenadora Piedad Córdoba, quien está a la espera de un fallo que le quitaría la inhabilidad impuesta por la Procuraduría General para ejercer cargos públicos. De hecho, desde ya suena como posible candidata del nuevo movimiento político de las FARC-EP

Senadores como Iván Cepeda, en la actualidad perteneciente al izquierdista Polo Democrático, tampoco sería descartable como uno de tales candidatos, pues de todos es conocida su empatía por este movimiento insurgente, hecho evidenciado en el acompañamiento cercano que hizo al proceso de diálogo, lo mismo que Córdoba.

Para el 2018, cuando las FARC-EP entrarían de lleno a la plaza pública con candidatos propios, el movimiento creado tendría la ventaja de contar para ese momento con mínimo diez escaños directos (cinco en Cámara de Representantes y otros tanto en el Senado), como parte de lo pactado en La Habana.

Pero quizá el más grande reto de las FARC-EP, en esta plenaria que define su suerte política, es pensar en el país urbano –cuando empezó el movimiento insurgente los citadinos eran el 45 por ciento de la población, pero hoy llegan al 76 por ciento, según cifras del Banco Mundial–. Su capital político tradicional ha estado en las áreas rurales, donde su presencia remplazó al Estado en la construcción y mantenimiento de infraestructura básica, más la imposición de su ley.

Hacer política urbana, evadiendo los estigmas del Movimiento Bolivariano en Latinoamérica, será una oportunidad inigualable para demostrar la capacidad de pasar de la retórica belicista a otra más seductora que atraiga segmentos de la población inconforme, amén de sumarse a una izquierda democrática tradicionalmente fragmentada y débil, que no cuenta con mayor representatividad en las diferentes ramas del poder.

La ciudad, a diferencia de la inhóspita montaña paramuna o la intrincada selva, representa un mayor acertijo para las FARC-EP, un enigma cuyas claves de resolución deberán trazarse durante estos seis días de encuentro en un corregimiento que trae a la memoria del país el fracaso del anterior proceso de diálogo entre esta fuerza insurgente y el entonces presidente Andrés Pastrana.

Convertir al Caguán en la cuna de un atractivo movimiento político que desplace la historia de un pasado fracaso, apostando a un país crecientemente urbano que poco cree en las FARC-EP, demanda mucho más que demagogia. Exige en realidad un completo cambio de mentalidad. ¿Están el país y las FARC-EP preparados para hacerlo? Eso esperamos.

*Periodista y comunicador social