Gobierno y ELN: el difícil reto de confiar en el otro
La euforia de los eslóganes de la paz no es suficiente para que una negociación avance. Eso lo ha dejado claro el difícil proceso entre el Gobierno que preside Juan Manuel Santos y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN).
Este martes 7 de febrero (después de que las partes cumplieran lo acordado en el encuentro cerrado de mediados de enero) se instalará la mesa pública de negociación. ¿Cómo llegan las partes a la esta fase de las negociaciones?, ¿cuáles son las claves de este nuevo intento?, ¿qué futuro puede tener este proceso tan necesario para seguir construyendo un nuevo país?
La confianza herida
Las partes no confían entre sí. El ELN siente que el Gobierno ha tensado la cuerda al máximo y que ha querido doblegarlo ante la opinión pública para luego sentarse con ventaja en la mesa. El Gobierno cree que el ELN ha llevado al extremo la retención de Odín Sánchez, un polémico personaje en el Chocó al que la guerrilla no liberó hasta el pasado jueves. Mientras, el ejército y el ELN han chocado en el terreno (como en Puerto Jordán -Arauca-, Labranzagrande -Boyacá- o Montecristo -Sur de Bolívar) y con cada herido, muerto o capturado parece perderse un gramo más de la confianza imprescindible para un proceso de negociación que cuente con posibilidades de éxito.
El ELN, además, considera que el Gobierno ha jugado la carta de Odín rompiendo lo acordado en la fase de exploración, que no obligaba a la guerrilla a liberar a los secuestrados antes de comenzar la mesa pública. De fondo también hay un debate conceptual en el que el ELN insiste, la última vez el mismo 2 de enero, en la legitimidad de las “retenciones”: “Las retenciones son acciones políticas y económicas ejecutadas por el Ejército de Liberación Nacional a personas, que, aunque civiles, forman parte del conflicto, pues no sólo financian o apoyan la guerra en algunas zonas del país, sino que, en muchos casos, su patrimonio se ha consolidado mediante la explotación del personal a cargo, la extracción indebida de recursos naturales o el aprovechamiento del manejo corrupto de los bienes del Estado”.
Finalmente, Odín fue liberado y el Gobierno cumplió su parte: liberar temporalmente a los «dos gestores de paz» de las guerrilla (Eduardo Martínez y Juan Carlos Cuéllar) y, después de muchas discusiones sobre los nombres, indultar a Nixon Cobos y Leivis Valero, dos ‘elenos’ que cumplían condena en Santander.
La confianza entre las partes es escasa y los avances existentes se han logrado a través de intermediarios y de una sociedad civil que, desde diferentes organizaciones, está presionando para que no se cierre la ventana de oportunidad con la segunda guerrilla en tamaño del país. De hecho, en los últimos días se multiplican los foros y las actividades por todo el país dentro de los «100 Encuentros por la Paz» que promueve la denominada como Mesa Social.
El contexto nacional
Nada se parece al proceso con las FARC. El contexto nacional, repolarizado tras el plebiscito del 2 de octubre sobre los acuerdos de La Habana, no es favorable a una negociación que será más ruda con el ELN en lo que tiene que ver con la agenda temática.
Cien intelectuales, políticos y líderes de movimientos sociales hicieron pública una carta el 9 de enero (Ver texto completo) en el que reclaman la instalación formal de la mesa de negociación Gobierno-ELN. “Creemos que la agenda, adoptada por las dos partes y hecha pública el 30 de marzo de 2016 en Caracas, es un compromiso ético y político con el país que no acepta más dilaciones. No es saludable ni conveniente la negociación a través de los micrófonos, ni deseable la cadena de informaciones y contra-informaciones para explicar las demoras. Una fase exploratoria debe ser, por definición, discreta”. En la carta, los firmantes se pronunciaban con dureza: “Las partes deben ceder en su arrogancia y priorizar, ante todo, la urgencia nacional de la paz. Lo que está en juego no es solo la legitimidad política de las partes sino el futuro del país”.
Pero para algunos de los actores involucrados también está en juego el proceso pre electoral. El Gobierno y muchos de los grupos políticos que lo respaldan, entra ya en las matemáticas electorales de cara a 2018 y eso supone que el ELN, más que un apoyo, se pueda convertir en un arma arrojadiza por parte de los revigorizados sectores del uribismo y de la derecha en general.
El Gobierno Santos ha insinuado alguna vez que esta negociación podía ser rápida y que debe aprovechar muchos de los avances logrados con las FARC (justicia transicional, verificación internacional o ley de amnistía…), pero el ELN ha dejado claro que son procesos diferentes y que este tendrá su tiempo propio. Las urgencias políticas del país no colaboran a generar un clima de negociación que respete los ritmos propios.
La agenda
El 30 de marzo de 2016, en Caracas, las partes informaron de los seis puntos sobre los que se hablará en la mesa pública de negociación: participación de la sociedad en la construcción de paz; democracia para la paz; transformaciones para la paz; víctimas; fin del conflicto armado e implementación. Los enunciados esconden, sin embargo dos grandes discrepancias (y diferencias respecto a la negociación con las FARC): la forma en la que participa la sociedad civil colombiana en las mismas negociaciones (el ELN pretende darle mucho más protagonismo) y el tema del territorio (cuyo modelo de explotación y gestión es un eje fundamental de la discusión para esta guerrilla y que el Gobierno insiste en ubicar dentro del “intocable” modelo económico).
En un editorial publicado el 2 de enero, el ELN se alegraba por la implementación de los acuerdos con las FARC, pero recordaba: “A pesar de lo anterior [el acuerdo], en el país se mantienen las mismas condiciones de explotación, empobrecimiento, exclusión, persecución y eliminación política; marginamiento y criminalización social; depredación ambiental y ecológica; entrega de la soberanía y de los bienes públicos a los intereses extranjeros; es decir, persisten las causas que originaron y exacerban el conflicto social y armado. El régimen se mantiene intacto y la guerra estatal sigue con toda su intensidad, ensañándose contra el pueblo”.
El contexto internacional
Cuando alguna gente, como el arzobispo de Cali, Darío Monsalve, propone que las negociaciones entre Gobierno y ELN sean en Colombia manifiesta el temor a que estas frágiles conversaciones se puedan ver afectadas por la inestabilidad política interna algunas de las sedes designadas (Ecuador, Chile, Brasil, Cuba y Venezuela). Tampoco es un secreto que el nuevo titular de la Casa Blanca, Donald Trump, no parece tan abierto a apoyar procesos de paz con grupos guerrilleros como lo estaba el saliente presidente de Estados Unidos.
Aunque la concesión del premio Nobel de la Paz a Juan Manuel Santos ha supuesto un respaldo de la comunidad internacional a la salida negociada al conflicto armado en Colombia, el clima internacional no es el mismo que hace un año.
La derechización de la política en Estados Unidos y en algunos países de Europa, la crisis política en Venezuela o Brasil, y la incierta situación de Cuba tras la salida de Barak Obama de Washington no van a ayudar en este proceso con el ELN. Esta guerrilla, como las FARC, han escuchado de cerca los consejos que llegaban desde Caracas y La Habana animando al fin de la lucha armada. Ahora, todo es incertidumbre.
La historia
El ELN acumula demasiados intentos frustrados de llegar a un acuerdo de paz. Los expertos más cercanos a esta guerrilla explican que nunca como ahora había tanto consenso en avanzar hacia la reintegración a la vida política legal, pero también hay un acumulado de “irrespeto” por parte del Estado, que en las últimas dos décadas ha centrado su narrativa de guerra en las FARC ninguneando a esta otra guerrilla.
En un reciente comunicado, la guerrilla camilista expresaba que “para el Ejército de Liberación Nacional, el proceso que estamos adelantando no es de sometimiento o imposiciones unilaterales, sino de buscar aproximaciones, construcción mutua y concertada con la sociedad, con el propósito de acordar los cambios, que nos permitan construir un proceso de paz justo”.
Y en ese difícil camino, los espacios dejados por las FARC en su salida de los territorios y la dura lucha con los paramilitares hace que el ELN llegue a Quito en pleno incremento de la lucha armada y en cierta conquista de nuevos espacios en la guerra. Puede tratarse simplemente de una aceleración de la guerra para poder negociar con más munición la paz o puede ser una excusa para frustrar una negociación imprescindible para ir completando las etapas de la construcción de la paz en el país.