Ausencia de Estado
Enero abrió la función del 2017 con la negación de la sistematicidad en los 135 crímenes cometidos contra líderes y lideresas el año pasado y los que cada dos días siguen ocurriendo en diferentes regiones de la geografía colombiana (catorce en enero). Que el Ministro de Defensa y el Fiscal General no encuentren elementos para que la definición sea «sistemática» o no da igual: no puede negar la realidad de las denuncias del movimiento social y de las organizaciones de Derechos Humanos.
La entrada en vigencia del nuevo Código de Policía le otorga superpoderes para reprimir con total impunidad. Por ejemplo, permite que entren a las viviendas sin ninguna orden judicial. El código ya cuenta con varias demandas, mientras tanto el ESMAD, una maquinaria de represión que desde su creación ha dejado más de doscientas víctimas y una decena de muertos, seguirá manteniendo el “orden público”.
Sigue siendo un tema central la corrupción (con el que se anuncian campañas presidenciales en su contra), esa que se «esfuma” en cuentas privadas y en los bolsillos de funcionarios que aprovechan su paso por cargos públicos para apropiarse de lo que debía ser destinado a la ciudadanía. Parece que lo anterior fuera una enumeración de chistes de mal gusto que se van sumando a la perversa obra que se gesta desde el poder político. Al tiempo que sus salarios aumentaron, los congresistas aprobaron la reforma tributaria que pasó a gravar cada pago con un IVA del 19%. Para completar la escena tragicómica, el fracasado sistema de salud se vende como uno de los mejores del planeta. Es tan siniestro el show que al parecer hay que aplaudirlo, ahora que el Presidente recibió el Premio Nobel de la «paz».
Dicen que la guerra se acabó y que la paz está cerca… las negociaciones llegaron a un acuerdo de dejación de armas por parte del movimiento insurgente más viejo de Latinoamérica. El primer mes después de la aprobación de los acuerdos por parte del Congreso deja en evidencia una falta de compromiso del Gobierno en su implementación, pues las condiciones de los lugares destinados como centros transitorios de reagrupamiento de los desmovilizados son pésimas.
«La idea de democracia en la práctica es libertad para las empresas y los consorcios económicos. Queda buscar alternativas y defender el derecho a la vida»
Más preocupante aún es la concentración de grupos paramilitares en las zonas que controlaban las FARC y en las zonas declaradas humanitarias como son la Comunidad de Paz de San José de Apartadó y la Comunidad de Autodeterminación, Vida y Dignidad del Cacarica que han denunciado la presencia de cientos de paramilitares que les han amenazado y ya cobran sus primeras víctimas con la advertencia de que ahora sí llegaron para quedarse. Sin el desmonte estructural del paramilitarismo no habrá paz. Las llamadas bandas criminales -neoparamilitares- están aumentando su poder y haciéndose más fuertes en el control territorial, con la silenciosa complicidad del Estado.
Tampoco habrá paz si sigue el proyecto económico basado en la explotación de los llamados “recursos minero-energéticos”. Está comprobado el daño que hacen al medio ambiente las explotaciones petroleras y mineras, y las graves repercusiones que tienen en los territorios y en sus poblaciones. Ha sido grande la lucha que han dado varias iniciativas civiles para detener la explotación petrolera en Caño Cristales, un ejemplo de que si es posible frenar la ambición. Ojalá que cada vez más gente retomara el ejemplo y actuara como en Caño Cristales, en Tolima o en Putumayo contra las licencias ambientales, defendiendo la vida y la naturaleza.
Mientras millones de seres en condiciones de miseria y pobreza absoluta se aglomeran en pocos metros cuadrados, al otro lado de un muro o una cerca unos cien ganaderos y latifundistas -«poseedores de buena fe»- disfrutan de terrenos tan extensos como un país europeo. La idea de Estado-Nación se agrieta entre ricos y pobres. La concentración de la tierra en pocas manos es un ejemplo claro de ello.
Como sociedad hemos tocado fondo, ya no tenemos nada más que perder, pues lo hemos perdido todo
Asuntos estructurales, ahondados por el modelo económico y político, que permiten mantener controlada a la población a la que solamente le queda la posibilidad de sobrevivir el día a día y no morir en el intento. Se supone -en el papel y en las leyes- que Colombia es un Estado democrático, sin embargo el sistema Judicial es inoperante y el poder Legislativo trabaja en beneficio de unos pocos intereses económicos y particulares. El poder Ejecutivo a su vez está abriendo los caminos para la inversión extranjera. La idea de democracia en la práctica es libertad para las empresas y los consorcios económicos. Queda buscar alternativas y defender el derecho a la vida en condiciones dignas frente a la Ausencia de Estado.
Hace medio millón de muertos que esperamos que el país suspendido en el tiempo no retroceda más en la búsqueda constante por la dignidad humana. Hace más de medio siglo que seguimos estancados en las exigencias básicas del respeto a la vida y al pensamiento crítico frente al modelo económico y político que ha arruinado las condiciones de millones de personas. Hace más de seis millones de historias de despojo y avaricia que esperamos que los gobernantes cumplan sus promesas y mantengan su palabra. Desde hace varias generaciones nos hemos visto vulnerados por sistemas opresivos que nos estigmatizan, nos invisibilizan y anulan, que nos niegan. No vamos a esperar cien años de soledad para tener una segunda oportunidad sobre la tierra. Como sociedad hemos tocado fondo, ya no tenemos nada más que perder, pues lo hemos perdido todo. Sólo nos queda mirar hacia adelante con la frente en alto para cambiar el destino colectivo de una nación destruida en lo esencial, en lo colectivo, en lo común, en lo comunitario.
*Poeta, documentalista y fotógrafo. Miembro de la Fundación Nydia Erika Bautista para los derechos humanos y del Movimiento H.I.JO.S. Becario del Programa “Escritores en el Exilio” del PEN Alemania desde 2014 hasta la fecha.