Gracias, pueblo Misak

Desde la tercera semana de septiembre de 2020 los colombianos hemos sido testigos de una práctica desconcertante para muchos, insultante para otros, desafiante por lo menos para algunos más y reconfortante para un gran sector.  Se trata del derribamiento de estatuas que ha impulsado el pueblo Misak.

La primera en el valle de Pubenza, en Popayán, tumbando el símbolo de la dominación colonial del Suroocidente colombiano: el conquistador y genocida Sebastián de Belalcázar;  a los siete meses siguientes, para inaugurar el Paro Nacional hicieron lo propio en la ciudad de Cali, echando por el suelo la efigie del mismo personaje, declarado fundador de esta capital;  el 7 de mayo, en pleno centro de Bogotá,  tiraron por tierra el monumento de su fundador, Gonzalo Jiménez de Quesada. Luego,  pretendieron hacer lo mismo con los dos símbolos mayores de la colonización, de una parte la católica reina Isabel de Castilla y la del propio navegante Colón, acción que no fue consumada de manera directa, sino que el Ministerio de Cultura desmontó a hurtadillas  tales estatuas ubicadas en la avenida el Dorado, el 11 de junio, para “proteger el patrimonio” de los actos “vandálicos”. Esto fue visto por parte de los Misak como un logro y realizaron allí una toma de los pedestales indicando: “Hagamos memoria por un momento”.

Esta frase es la que inspira mi expresión de agradecimiento al pueblo Misak, porque con estos cuatro gestos nos han dado un “campanazo”, como lo mencioné en otra columna. Han sido cuatro toques a lo profundo del alma nacional, a pesar que los han juzgado de actos vandálicos y por extensión una acción de “delincuentes”.

Tales llamados nos ponen a pensar en los significados que ha impuesto el prolongado proceso de colonización, pues si bien hace un poco más de 200 años se consumó la independencia, el ethos de la invasión territorial, mental y emocional sigue clavada en el conjunto de la sociedad.

Estamos ante  una gran oportunidad para replantear los símbolos que rinden honor a las personas y pensamientos que consolidaron las relaciones sociales que hoy se conservan.  Este culto a la imaginería impuesta ha de cuestionarse al menos en los siguientes aspectos:

En primer lugar, hemos de retomar la historia  y por ende la memoria, por conocer a los moradores originarios, a los pueblos indígenas,  a quienes en las escuelas se les presenta como algo que quedó en el pasado,  cuyo presente es objeto de vergüenza o de exposición floklórica del multicuralismo que finalmente acepta su existencia pero sin que se relacionen políticamente  con los otros.

Esto implicará, por ejemplo, volver sobre la toponimia sobreviviente para entender el sentido que le otorgaron los pueblos indígenas a sus territorios y lo que hoy puede significar.  Esta nominación de lugares nos podría ayudar a revisar la propia, cargada, entre otras cosas, de nombres del santoral católico impuesto, muchas de las veces marcando con ello la validez de la destrucción de quienes poblaron esos lugares.

Otro aspecto del cual nos hemos de descolonizar es la narrativa expandida sobre la eliminación de los pueblos indígenas como responsabilidad absoluta del invasor europeo, para analizar con detalle cómo durante los dos siglos largos de vida republicana, se ha consolidado un genocidio y etnocidio prolongado sobre estos pueblos, ante lo cual hay silencio cómplice que consuma la impunidad de actores políticos y económicos extractivistas que durante los siglos XIX y XX, así como lo que va corrido del XXI sólo han llegado usurpar sus territorios considerando válido la eliminación de los “salvajes”, como lo afirmara el antropólogo Roberto Pineda G, respecto a la historia de la etnia Yariguí del Madalena Medio santandereano, río nominado por este pueblo como Arlí, que significa “río del pez” : “Los indígenas de esta región sobrevivieron efectivamente durante mucho tiempo. Resistieron a los españoles y la Colonia, pero no sobrevivieron a la República”[1]

En tercera instancia, esta práctica iconoclasta respecto a la colonización, nos invita al conjunto de la sociedad, a revisar la estatuaria que se ha establecido en las plazas públicas, cerros, caminos y demás espacios públicos, que muchas veces se han erigido desde el poder establecido para perpetuarse, así vemos por ejemplo, ciertos monumentos que  rinden homenaje a la usurpación contemporánea de colombianos sobre los denominados territorios “baldíos”, conocida como “colonización antioqueña”, o exaltando a personajes que desdicen de los valores de la dignidad humana.

Finalmente, con esta práctica los Misak nos emplazan a pensar en los símbolos que han de representar significados propios. Tal vez es esto lo que han entendido los pobladores que se declaran resistentes en la ciudad de Cali, quienes han transformado los nombres de La Loma de la Cruz por la “Loma de la Dignidad”, el Puente de los mil días por el “Puente de las mil luchas”, el Paso del Comercio por el “Paso del Aguante”, Calipso por “Apocalipso” entre otros.

Probablemente el más emblemático ha sido el renombrado Puerto Rellena, conocido hoy como “Puerto Resistencia”, escenario donde construyeron colectivamente el monumento a la Resistencia, inaugurado el 13 de junio de 2021.

En definitiva, estos actos para hacer memoria nos están convocando a realizar un auténtico esclarecimiento de la verdad histórica, sobre los hechos de la colonización extendida hasta el presente y sus impactos negativos, que no permiten establecer una relaciones sociales interculturales, equitativas y justas.

Con todo, gracias pueblo Misak porque nos han ayudado a abrir los ojos sobre los que damos por natural, pues como se dice “eso siempre ha sido así, siempre se ha llamado así”, escondiendo con ello las marcas del poder dominante. Así, ustedes, hermanos Misak, facilitan que en Colombia se abra un diálogo entre el Estado y la sociedad, así como al interior de ésta, para que identifiquemos con pensamiento crítico y plural los símbolos que han de señalar nuestra historia compartida y las transformaciones del presente que serán el futuro para las próximas  generaciones.

***Antropólogo, teólogo y doctor en Antropología. Exdirectivo de la UNICLARETIANA. Acompañante por más de 25 años a pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas en el Pacífico. En la actualidad Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y asesor de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico (CIVP).


[1] https://www.banrepcultural.org/biblioteca-virtual/credencial-historia/numero-284/los-yareguies-resistencia-en-el-magdalena-medio-santandereano