Las cuatro patas de la mesa con el ELN

La mesa de diálogos entre el Gobierno y el ELN vive otro momento crucial. Aunque acumula varios de estos episodios, este tiene más que ver con la política colombiana y estadounidense que con las decisiones de Ecuador.

Colombia es un país extraño. Hay una cierta costumbre de boicotear el futuro, de negar la paz, de fomentar la polarización y el enfrentamientos entre iguales. No es nada nuevo, la República nació bipolar y las guerras que nunca han sido denominadas como tales han hecho el resto. La última guerra que mereció ese nombre oficial fue la de los Mil Días y desde 1902 ha llovido mucho y ha corrido mucha sangre. Después, eufemismos: La Violencia, Conflicto Armado, Conflicto político y social, lucha contra el terrorismo… Eufemismos para una guerra que ha mutado en sus formas y que ha negado la mesa de negociación como lugar para solventar las disputas.

La mesa de negociaciones con las FARC terminó con un acuerdo. Insuficiente, sí; peluqueado después, sí; ralentizado hasta el cansancio, también; boicoteado por las élites rurales y sus acólitos en la ciudad, por supuesto… pero un acuerdo que supuso la dejación de armas del grupo guerrillero más grande del país. Ahora queda otra mesa, de las pendientes, que es la que avanza entre tensiones y desconfianzas con el ELN. Ni las élites políticas ni los medios de comunicación masivos del país están ayudando a que esa mesa se mantenga estable y pueda dar resultados. Pareciera que son demasiados los que aprovechan cualquier vaivén del proceso para serruchar alguna de sus patas. El último episodio tiene que ver con la decisión de Ecuador de cesar como país garante de los diálogos entre Gobierno y ELN, lo que obliga a mover la mesa a otro país. Un trasteo que algunos preferirían que fuera un desahucio y un trasteo que hace difícil que el quinto y vital ciclo de diálogos entregue los resultados esperados en la fecha prevista (18 de mayo).

Analizamos las cuatro amenazas para las patas de esta mesa tan necesaria para la paz…

La pata electoral

El Gobierno presidido por Juan Manuel Santos también está haciendo las maletas. Le quedan algo más de tres meses de vigencia pero no saldrá de forma triunfal. Aunque es el Gobierno que ha logrado la dejación de armas de las FARC la desafección ciudadana respecto a la guerra provoca un desinterés de dimensiones alarmantes sobre la paz. Pero Santos es premio Nobel de Paz y fuera del país está mejor considerado que dentro. La Mesa de Diálogos con el ELN le costó mucho y no quiere tirarla por la borda. Ha manifestado que quiere dejarla en una buena vereda para que próximo ejecutivo pueda darle continuidad.

Para eso hay dos elementos en juego. Al Gobierno, y a la opinión pública inducida, lo que más le importa es el cese al fuego bilateral. El primero, cumplido entre octubre y enero, tuvo luces y sombras pero, ante todo, fue una prueba de que ambos sectores podían llegar a acuerdos en el tema más complejo a corto plazo: el militar. Ahora, el Gobierno trabaja por un cese al fuego indefinido que parece difícil que sea suscrito por el ELN que se mira en el espejo de las FARC y no quiere verse atrapado en una trampa que le quite su mayor carta negociadora: la armada. Sin embargo, las declaraciones de los negociadores del ELN hacen posible un cese al fuego bilateral y otra vez temporal que, con protocolos y normas compartidas más claras que en el anterior intento, convenza a la sociedad y al gobierno entrante de la pertinencia de sostener la pata de la mesa que depende de su voluntad política. El segundo elemento es el de la participación de la sociedad en la Mesa, pieza angular del discurso del ELN y para el que ya hay múltiples insumos, tras las audiencias sobre metodologías realizadas en Colombia a final del año pasado. El carácter vinculante o no de esa participación se juega en el quinto ciclo.

Es evidente que la estabilidad de esta pata tiene mucho que ver con el resultado de las elecciones. Si gana el uribismo y la ultraderecha que representa sólo la presión internacional puede salvar la Mesa porque todo el discurso de este sector va en contravía a la solución política al conflicto armado.

 

La pata gringa

Parece evidente que Estados Unidos vuelve a la región, a la que Donald Trump sólo ha mirado para levantar edificios con su marca personal. Todo lo ocurrido en Ecuador en las últimas semanas, el regreso con fuerza del discurso de la guerra contra el narcotráfico, los nuevos acuerdos de colaboración con países hasta ahora reticentes a esa alianza, la salida de varios países (incluida Colombia) de Unasur, las presiones hacia Venezuela y el frenazo a la apertura de relaciones con Cuba pueden hacer intuir unas presiones tenaces sobre el Gobierno de Colombia y sus vecinos. En esa clave se puede leer la detención y petición de extradición de Jesús Santrich, un lastre letal para el proceso de reintegración de las FARC. Las noticias también apuntan a que Washington puede estar preparando alguna jugada similar respecto al ELN. La pata gringa siempre ha sido definitiva.

 

La pata de la confianza

La guerra narrativa fue ganada hace tiempo por el uribismo en Colombia. Y en esa narrativa naturalizada’ el único enemigo real de Colombia, la única traba a la democracia y al desarrollo económico, era las FARC. Una vez transformadas en partido político, el discurso dominante debe buscar un nuevo “enemigo único”. No parece que la corrupción lo vaya a ser: sería como tirarse piedras sobre el propio tejado. Tampoco se vislumbra que el narcotráfico o las economías ilegales vayan a ser identificados como tal, dadas las complejas interrelaciones de ese mundo ilegal con las élites gamonales a las que representa el uribismo. Por tanto, como ya se deja entrever en el discurso mediático, serán las guerrillas restantes (ELN, principalmente) y los movimientos sociales que se relacionan con ellas las que centren la ira de la opinión pública y contra quien enfoquen sus fuerzas el Estado y sus acólitos.

La pata de la mesa de la confianza mutua tambalea porque si antes todas las crisis eran culpa de las FARC, ahora se le atribuyen a las disidencias de esta guerrilla transformada (la marca es una apuesta segura para estigmatizar) y, ante todo, al ELN, al mismo que conversa en una mesa una salida política. Y tambalea, también, porque desde el Estado no se han hecho esfuerzos de pedagogía de paz ni durante el proceso con las FARC ni en el del ELN. Ese parecía que debía haber sido un aprendizaje de lo ocurrido en La Habana y con el fallido plebiscito sobre el acuerdo que de allá trascendió: si no hay una intensa labor de pedagogía desde el aparto estatal, es difícil que la sociedad aletargada acompañe, fiscalice y sostenga los Diálogos. El ELN se puede esforzar en meter en la Mesa a la sociedad civil, como insiste y como negocia en este quinto ciclo, pero esa participación no puede ser forzada.

 

La pata internacional

No hay proceso de paz que salga sin que la comunidad internacional lo acompañe o lo impulse. Y la mayor parte de esa comunidad o está enredada en problemas propios (así ocurre con Brasil, Cuba, Venezuela, México o, incluso, EEUU) o considera que la paz ya se hizo en Colombia tras la firma de los acuerdos con las FARC (una posición más predominante en una Europa que cada día tiene menos peso internacional).

Será fundamental una especie de revitalización de la comunidad internacional que acompaña la Mesa de Diálogo entre el ELN y el Gobierno, incluso su ampliación, para que aumente la legitimidad del proceso y se encuentren salidas a las crisis que le quedarán por vivir a esta Mesa, especialmente por los ataques de los sectores más guerreristas del país.