Paro, racismo y pasaporte indígena

Cuando el ser humano se desinhibe motivado por la ingesta de bebidas alcohólicas o elementos alucinógenos, o por la euforia que genera un hecho de masas, saca lo que lleva atrapado en la conciencia, aquello que por mucho tiempo tiene reprimido y que logra manifestarlo en una especie de trance ritual. En esa exteriorización también aflora lo que se lleva oculto porque es objeto de sanción social en la actualidad. Por ejemplo, es mal visto declarase homofóbico, antipatriota, sexista, xenofóbico, aporofóbico o racista.

El Paro Nacional generó desesperación, un estado de ánimo de crispación por las limitaciones a la movilidad, al acceso a alimentos o combustible, que propició el ambiente para el “trance”. Es así como salió de las gargantas y del accionar de un sector de personas la apología de la aporofobia y el racismo.

Este racismo que llevamos en el subconsciente se manifiesta cuando aún conservamos en nuestro léxico expresiones para asimilar conductas de dudosa moral con “lo indio”, cuando se dice: “no sea tan indio” o “se comportó como un indio”, o incluso para señalar a una mujer de prostituta “es una india”, o los hombres que van a prostíbulos al decir que estuvieron “donde las indias”.

En contraste, desde el punto de vista del folklorismo, se hace oda al mundo indígena del pasado que conservamos en los museos, bien sea con las piezas de orfebrería rescatadas de los usurpadores europeos  y luego de  colombianos, tal como lucen en Bogotá en el Museo del Oro, o en los restos de cerámica, pictografías, tejidos, combinados con osamentas exhibidas en exóticas urnas fúnebres. Ahí, en esas piezas que no hablan, que no respiran, que no reclaman los indios, o “lo indio”, es vendido a turistas propios y extranjeros como orgullo nacional.

Esa bipolaridad y doble moral también brota cuando a los herederos de los antiguos dueños del continente, hoy llamado América, los invitamos a actividades sociales para tomarnos fotos, para que expongan sus vestidos tradicionales, mochilas, pinturas corporales y sus danzas, con la convicción que luego vuelvan a sus tierras, para que no se queden en el mundo citadino al que “no pertenecen” y al que no tienen derecho.

El concepto colonial de “res-guardo”, que si bien definió una propiedad de tierras, se conserva muy claro en la mentalidad de los gobernantes locales, nacionales y en muchos ciudadanos; esto es, que los indios deben estar allí, en una especie de corral del que no deben salir a mezclarse con el resto porque han de permanecer como una cosa (res en latín)  guardada o vigilada. Así lo señalaron durante el Paro el presidente de la República y el alcalde de Cali.

Los hechos acontecidos el pasado 9 de mayo en el sector de Pance y Ciudad Jardín en Cali han sido un claro montaje mediático contra la Minga Indígena, que de manera vil fue acusada de generar actos de atraco, para justificar una agresión en su contra con armas de fuego de corto y largo alcance por parte de civiles protegidos por miembros de la policía nacional. El resultado del caos fue 9 personas heridas de bala, en su totalidad indígenas, quienes se defendieron con bastones de madera y piedras ante los atacantes, pues no hay ninguna prueba de éstos portaran armas de fuego e hicieran disparos.

El referido montaje fue desmentido por el congresista Hoyos, integrante de un partido que no es de oposición, quien fue testigo ocular, así como de otras personas que han ofrecido testimonios y aportado pruebas audiovisuales que soportan la versión calificada por el congresista Pachón como “emboscada planificada”.

Igual de lamentable ha sido cómo personas comunes y corrientes, “ciudadanos de a pie”, se volcaron a las redes sociales a publicar expresiones de apoyo a esta acción contra los indígenas, reivindicando la agresión y el racismo contra “lo indio” como una opción moralmente aceptada, y quizás sin percatarse de la apología al delito genocidio y etnocidio.

El dolor que esto causa se agigante porque no es nada nuevo en Colombia, un país que palmo a palmo concentró una ideología racista contra lo indio y lo negro, aquilatada en las leyes y prácticas misioneras. Se pensaba que se había logrado dar un paso de superación hace justo 30 años con la Constitución Política que declaró ser un país cuyo “Estado reconoce y protege la diversidad étnica y cultural de la Nación” (Artículo 7).

Hoy es palpable que el paso de esa importante declaración a la transformación de las conciencias amalgamadas en el racismo está lejos de realizarse. Pues el pensamiento colonialista de la “pureza y superioridad de la raza blanca”, como factor principal de estratificación social, sigue estando presente, como lo puso de manifiesto y sin tapujos  otrora un presidente de la República y que sigue siendo ideario para un sector social que tiene como paradigmas la aporofobia y el racismo:

“Nuestra raza proviene de la mezcla de españoles, de indios y de negros. Los dos últimos caudales  de herencia son estigmas de completa inferioridad. Es en lo que hayamos podido heredar del espíritu español donde debemos buscar las líneas directrices del carácter colombiano contemporáneo. El mestizo primario no constituye un elemento utilizable para la unidad política y económica de América; conserva demasiado los defectos indígenas; es falso, servil, abandonado, y repugna todo esfuerzo y trabajo. Sólo en los cruces sucesivos de estos mestizos primarios con europeos se manifiesta la fuerza de caracteres adquirida del blanco”. [1]

La petición de perdón que hiciera el arzobispo de Cali a la Minga Indígena en nombre de toda la comunidad caleña es un símbolo para que volvamos sobre nuestra conciencia legitimadora del racismo, que debería profundizarse en el contexto de la verdad histórica. Es decir, se espera una petición de perdón del Estado y su aliado civilizatorio (la Iglesia católica) por haber sembrado décadas atrás en la pretendida identidad nacional, la negación práctica de la realidad indígena. Petición de perdón que debería ser un llamado a todas las personas e instituciones que hoy siguen esgrimiendo estos argumentos dañinos, desvirtuados por el conocimiento científico y la ética contemporánea, para negar los derechos de los indígenas. Por su parte, quienes están en el Paro en calidad de ciudadanos han de asumir a su vez las responsabilidades que les corresponda sobre afectaciones que no se equiparan al valor de la vida.

En razón a la verdad, lo acontecido ese 9 de mayo fue una reedición de los reprochables hechos de hace escasos 50 años del capítulo de las “guahibidas”, en las que matar indios era parte de las excursiones. Es de recordar que el ciudadano que fue absuelto en esa época manifestó: “no sabía que matar indios fuera delito”.  Tan solo que hoy no se hizo en las selvas o en las llanuras, ello aconteció, en la tercera ciudad más grande de Colombia, a  pleno sol cenital de un domingo, que para los cristianos es “el día del Señor”.

Para cerrar esta breve reflexión propongo a los pueblos indígenas, a través de la ONIC, del CRIC y demás organizaciones regionales,  que en ejercicio del Derecho de Autodeterminación de los Pueblos creen el “Pasaporte Indígena” para los colombianos que quieran sean aceptados simbólicamente como indígenas, como señal de la profundización del camino hacia la superación del lastre racista que nos invade.

****Antropólogo, teólogo y doctor en Antropología. Exdirectivo de la UNICLARETIANA. Acompañante por más de 25 años a pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas en el Pacífico. En la actualidad Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y asesor de la Comisión Interétnica de la Verdad del Pacífico (CIVP).


[1] Gómez Laureano. Interrogante sobre el Progreso de Colombia. Bogotá Ed Minerva, 1928, pp 47 y 55.  Citado por Pineda Camacho Roberto. “La Reivindicación del indio en el pensamiento social colombiano”. En: Un siglo de Investigación Social, Antropología en Colombia. Compilación hecha por  Arocha Jaime y Nina S de Friedemann.. Editorial Presencia. Bogotá, 1984.Pág 210.