Pluralismo

El pasado 20 de julio el presidente de la República, Juan Manuel Santos, en acato a un fallo del Consejo de Estado no pudo ir a la ceremonia católica del Te Deum, con lo cual se acabó con décadas de esta tradición que evidenciaba, en la práctica, la confesionalidad del Estado, a pesar de figurar desde la constitución de 1991 como laico.

Este hito que pudo haber pasado desapercibido, significó un cambio en la conducta histórica de Colombia de dar privilegios al establecimiento religioso católico. Todas las confesiones religiosas, con sus respectivas agremiaciones o iglesias, deben ser tratadas por igual, pues en el campo de la libertad de conciencia no se puede aplicar el principio abrumador de las mayorías sobre las minorías.

Esta realidad que se ha venido expresando desde el año 1994, cuando se expidió la ley de libertad de cultos como desarrollo de la Constitución de 1991, cobra hoy especial importancia ante el acontecimiento venidero del mes de septiembre donde Colombia recibirá la visita del Papa Francisco, que funge como sucesor del apóstol Pedro, quien corrió la misma suerte de Jesús de “no tener dónde recostar la cabeza”, pero al mismo tiempo, contradictoriamente, Francisco hará esta visita como jefe de un Estado.

Este doble rol le permitirá al Papa navegar en las aguas de la diplomacia y al tiempo poder intervenir en las conciencias de quienes están fuera de su ámbito de administración política, esto es, el Vaticano, por lo tanto tendremos un jefe de Estado que puede orientar el comportamiento político de unos ciudadanos que son de otro Estado, pero que son regidos en sus creencias por quien gobierna el minúsculo estado monárquico y teocrático de occidente.

¿Cuánto dinero público se destinará para atender a este ilustre visitante?, entendiendo por dinero no el efectivo, sino todo lo que implica de logística, seguridad, comunicaciones y demás aditamentos. Dinero que deberán aportar todos los colombianos, católicos, los creyentes de las otras confesiones cristianas no católicas, los fieles de otras religiones y también de los no creyentes.

Si somos un Estado no confesional se debería tratar al Papa como lo que es, fundamentalmente un jefe de Estado, tal cual como se debe tratar a otro par, pero que su accionar proselitista religioso sea un asunto exclusivo de quienes son sus gobernados en la religión.

Es hora de profundizar en la reflexión de lo que es y lo que implica ser un estado laico, para que se crezca en el pluralismo que posibilita el encuentro ente diferentes y el respeto de quienes no compartan las mismas creencias, por lo tanto la no imposición de uso de lo público para fines de grupo.

 

*Antropólogo, teólogo y doctor en Antropología. Exdirectivo de la UNICLARETIANA. Acompañante por más de 25 años a pueblos indígenas y comunidades afrocolombianas en el Pacífico. En la actualidad Decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad Autónoma de Occidente en Cali y miembro del Comité Coordinador de la Coordinación Regional del Pacífico