Regresa el uribismo

Ganó la anormalidad democrática, ganó el candidato respaldado por todas las élites de un país y que es la figura ungida por el ex presidente Álvaro Uribe, uno de los personajes más controversial y tétrico de la reciente historia del país.

La victoria en las elecciones de hoy de Iván Duque no es la victoria de Iván Duque. La victoria electoral de Duque es la demostración de que las élites tradicionales de Colombia no van a dejar que los saquen del poder tras 218 años de secuestro de las instituciones y de los evidentes puentes que las comunican con el poder económico y los poderes locales.

Con el 99,94% de los votos escrutado, Duque ha ganado con el 53,98% (10.370.224 votos) frente al 41,8% de Gustavo Petro (8.031.532). El voto en blanco fue más del doble que en la primera vuelta y sumó un 4,2% (808.178 votos).

Álvaro Uribe encontró la fórmula para volver al poder con un candidato joven, no tan quemado como su círculo cercano y que, está por ver, puede ser manejable. Gustavo Petro luchó contra la alianza de poderes creada alrededor de Duque sin maquinaria política, con los medios de comunicación masivos en contra y con los fantasmas inoculados desde los años 70 contra cualquier opción de izquierdas más vivos que nunca. La primera declaración del ex alcalde de Bogotá, Jaime Castro, al conocer la victoria en la sede de Duque, afirmó: «Este resultado demuestra que Colombia es tierra estéril para el comunismo«. ¿Algo más que añadir?

Pero la victoria de Duque es la constatación de que el eje de poder de Colombia se desplazó hace mucho tiempo del Eje Caribe hacia el Eje Central (allí ha arrasado Duque con 50 puntos de diferencia): ese proyecto de colonización antioqueña que nunca fue inocente y que ahora muestra sus resultados. Si durante los dos primeros gobiernos de Uribe se instaló esa lógica chovinista y patriotera que está en la base de cualquier proceso de colonización (interna o externa), ahora volverá con rostro de ejecutivo agresivo y de economía ultraneoliberal. Bogotá, como ha sido históricamente, es la ciudad-burocracia, lejana a los poderes locales que siempre han tensionado la vida de la República. El Pacífico, la Colombia afro, ha demostrado con su votación que no soporta más los gobiernos del establecimiento. A esa Colombia que tanto ha sufrido y sufre la guerra se ha sumado Putumayo, Atlántico, Sucre, Vaupés y, por supuesto, Bogotá. Guajira, Córdoba, Bolívar y Amazonas han sido departamentos donde, aún ganando Duque, se ha dado un empate real.

También es evidente con los resultados que Sergio Fajardo, Humberto de La Calle y Jorge Robledo restaron millones de votos a esta segunda vuelta electoral. Si bien el voto en blanco no ha supuesto un porcentaje definitorio (4,2%), faltan cerca de un 500.000 votos respecto a la primera vuelta de las elecciones. Los más optimistas atribuyen la bajada en la participación al Mundial de Fútbol, pero los más agudos plantean que ahí están miles, si no millones, de colombianas y colombianos que convirtieron el llamado al voto en blanco de los tres políticos en abstencionismo.

Cierre de ciclo

El ciclo se cierra con estas elecciones. Uribe fue un presidente útil para las élites porque tensionó la guerra al máximo e hizo el trabajo sucio que luego afloró con la verdad parcial conocida (paramilitarismo, ejecuciones extrajudiciales, hostigamientos, espionaje…) a cambio de un costo relativamente pequeño: una altísima corrupción que siempre se carga sobre las mayorías del país. Juan Manuel Santos –hombre del uribismo- fue, después, el hombre útil para arrodillar a las FARC: logró que esta guerrilla realizara el proceso de desarme más rápido de la historia a cambio de un acuerdo que se incumple de manera recurrente en todo lo que no tenga que ver con lo que los expertos llaman DDR (Desarme, Desmovilización y Reinserción). El doble proceso de “pacificación” (el primero, violento; el segundo, político) se completa ahora con la vuelta a la Presidencia de quien representa a los poderes tradicionales del país.

En una columna de opinión publicada hace unos días en The New York Times, se afirmaba que “es momento de que llegue finalmente el otoño del patriarca Uribe para que Colombia pueda gestionar sin caudillos la etapa más pacífica de su historia moderna”. Antes, explicaba que “la política uribista se basó en una mezcla de paternalismo estatal, clientelismo y promiscuidad del poder ejecutivo con el judicial y con altos funcionarios, algunos de ellos investigados de corrupción”. El patriarca ha vuelto y con él una visión unívoca de la realidad. Y, probablemente, con Duque, el gerente del patriarca, el uribismo se vengue del páramo judicial, periodístico y político que vivió tras la aparente “traición” de Juan Manuel Santos, el anterior ungido por Uribe.

La otra posibilidad, remota en este momento, es que Duque salga respondón y se sume al club de los “traidores” al legado ‘inmortal’ de Uribe.

Si Duque cumple su proyecto económico, Colombia no saldrá del páramo extractivista que no genera valor. Si Duque cumple su palabra: la implementación de los acuerdos con las FARC se tranque de forma definitiva y la paz de ser sería militarizada, y la Mesa de Diálogos con el ELN está en peligro mortal.

Las consecuencias de este resultado están por ver. El 20 de julio, cuando tome comience el nuevo Congreso comprobaremos si Álvaro Uribe es el nuevo presidente del Congreso y, por lo tanto, se confirma su regreso. Antes, veremos si Santos se comporta como presidente de la República hasta el 7 de agosto o si, tan concentrado como está en su imagen internacional, convierte el empalme entre administraciones en una entrega práctica del poder.

Pero también está por ver cómo hace Petro y todos los sectores alternos que lo rodearon para capitalizar el inmenso capital político acumulado en esta campaña. Era impensable hace tan sólo unos meses que una opción progresista y sin ningún amarre con el establecimiento lograra algo más de 8 millones de votos, con las maquinarias políticas en contra y con un aparto electoral que no genera confianzas.

En las filas de Colombia Humana este domingo por la noche la palabra que más se repetía era: “Resistencia”. Gustavo Petro, dirigiéndose a sus seguidores en un tono de vencedor, anunció que va a ser oposición y que “los 8 millones de colombianas y colombianos que han apoyado a Colombia Humana no van a permitir que nos devuelvan a la guerra”. Lamentó Petro que “haya pobres que sigan prefiriendo recibir dinero el día de las elecciones a cambiar las injusticias del país”. Guatavo Petro termino asegurando que “la clase política tradicional de Colombia ha muerto esta noche”.

El siguiente round serán las elecciones locales y departamentales de 2019 y ahí las fuerzas alternativas tienen amplias posibilidades de ganar alcaldías y departamentos importantes para (de) mostrar sus capacidades y ahuyentar el miedo inoculado por décadas.