Iván Cepeda

«No somos una iglesia, somos un partido político»

El senador del Polo cree que la izquierda, proclive a la división, no se puede permitir el lujo de no estar en primera línea de los acuerdos de paz, y se siente más cerca del gobierno de transición propuesto por las FARC que del maximalismo de Robledo o del reduccionismo de Claudia López.

Desde la ventana de su oficina en el Congreso, el senador Iván Cepeda tiene una vista privilegiada de las dos ciudades que conviven en Bogotá. En primer plano está la capital del Estado, el Congreso y el Palacio de Nariño, hay hasta una orquesta de policías tocando en la Plaza de Bolívar y el sonido se cuela por la venta. Al fondo, la ciudad olvidada, los barrios de invasión en la loma de los cerros orientales poblados por personas desplazadas por las guerras desde las cuatro esquinas del país.

Cepeda no es otro político bogotano hablando de la guerra desde una torre de marfil. Su padre fue asesinado por paramilitares en comunión con militares en transcurso del Baile Rojo, la masacre de la Unión Patriótica hace dos décadas. Desde ese momento, Cepeda se entregó a la causa de las víctimas y la denuncia de la impunidad de los crímenes de estado. Tras un tiempo de exilio en Francia, lideró el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) hasta su ingreso en la política parlamentaria de la mano del Polo Democrático en 2010.

El senador ha tenido un papel central en las conversaciones de paz con las FARC. En este momento es partidario de dar una prioridad total a la defensa de los acuerdos en la campaña electoral que se avecina, incluso integrándose en la aún poco definida propuesta de gobierno de transición lanzada por la guerrilla. Ello ha provocado no pocas fricciones con el sector del Polo liderado por Enrique Robledo, que, si nada cambia, se convertirá en el candidato oficial de ese partido para 2018 al ser el único miembro del partido que ha presentado su precandidatura dentro de plazo. Sin embargo, la batalla política dentro la izquierda parlamentaria está lejos de haber llegado a su fin.

– El Polo se encuentra inmerso en un debate interno sobre su papel en esta fase del proceso de paz ¿En qué situación se encuentra el partido tras la junta nacional de diciembre?

Colombia ha comenzado a dar un cambio histórico que estamos todavía intentando consolidar. El acuerdo de paz con las FARC no es la paz, es apenas un primer paso, que es muy importante. Es una conquista del pueblo colombiano y es la derrota más importante en términos históricos que ha sufrido la extrema derecha de este país. Porque detrás de la discusión de si se aplican o no los acuerdos de La Habana hay una discusión profunda que tiene que ver con un modelo de sociedad enfrentado a otro modelo posible. El papel de la izquierda ha sido fundamental con la concreción del acuerdo y la sostenibilidad de la negociación. Puede sonar un poco inmodesto, pero hay que decirlo, si nosotros no hubiera sido posible ese acuerdo.

Con las elecciones de 2018 viene un momento crucial para la definición de lo que va a ocurrir en el futuro de Colombia. Ahí nuestras diferencias afloran. Tenemos dos visiones distintas de la paz y de cómo defender la paz. Mi posición con relación a otros sectores de la izquierda, dentro y fuera del Polo, es que no debemos simplemente apoyar esto.

«Sin la izquierda no hubiera sido posible ese el acuerdo de paz»

Yo creo que la izquierda tiene que ser una fuerza política y social de defensa de la paz, de actuación enérgica por la implementación. Otros piensan que no, que la paz hay que simplemente apoyarla o aparecer respaldándola. Que este es un proceso importante, pero que es un proceso entre otros. Que los acuerdos no tienen potencial transformador, que lo que se ha hecho tiene por objetivo simplemente que la guerrilla entregue unas armas y se desmovilice.

Por eso, esas visiones de fondo conceptuales tienen expresiones políticas distintas. Ahí están las discusiones hoy. Eso es sobre lo que tenemos que ponernos de acuerdo ante el peligro de que los sectores más extremistas de la derecha puedan ganar las elecciones de 2018.

– ¿Existe el riesgo de incurrir en una incoherencia aliándose con las fuerzas políticas responsables en buena medida de las fallas democráticas del país en pos de salvaguardar el acuerdo de paz?

Aquí hay que hacer análisis políticos que lleven a decisiones correctas. En política uno se puede equivocar siempre. De lo que se trata es de sacar adelante este proceso. Otros dicen otra cosa, que lo que se trata es de echar abajo el modelo neoliberal. Esa es una afirmación bastante en abstracto. En Colombia no hemos podido generar un gobierno alternativo entre otras razones por la existencia de un conflicto armado. Una barrera que le ha impedido a la izquierda y a los sectores democráticos llegar a la presidencia y al gobierno y tener una mayor presencia en las instituciones de democracia representativa.

¿Hasta dónde hacer alianzas? ¿Cuál es el sentido de las alianzas? Yo propondría que esa discusión la hagamos más allá de cualquier discusión ideológica y de cualquier afirmación abstracta sobre hechos políticos. Yo creo que es necesario diferenciar claramente el problema de la conquista de la paz, de la construcción de la paz, del proceso de paz, y nuestra oposición al modelo neoliberal. ¿Es posible hacer esta diferencia? Eso es lo que tenemos que discutir.

– ¿La idea es resolver primero el conflicto armado y luego afrontar los problemas del modelo político y económico?

Es imposible hacer eso. Uno no puede hacer la política poniendo en un lugar una cosa y después otra. Eso no ocurre así. Hoy tenemos unas discusiones sobre la paz, pero simultáneamente nos están aplicando la reforma tributaria. Uno tiene que luchar simultáneamente. ¿Es posible hacerlo? ¿Es posible priorizar en medio de esta simultaneidad de todo algunas cosas? Esa es la discusión estratégica y política que tenemos que hacer, porque el problema es real. Si no defendemos el proceso de paz hoy, el proceso de paz se va a diluir. Los acuerdos se van a diluir. Van a ser inaplicados o sencillamente van a ser desconocidos o peor, anulados. Hay la intención de eso.

– ¿Habrá un congreso del Polo para resolver estas cuestiones?

En general estamos discutiendo cuales son las decisiones, cuales son los mecanismos. Lo que creo que no contribuiría mucho hoy es dividir más la izquierda.

– ¿Ese riesgo existe ahora mismo?

Ese riesgo siempre ha estado. Yo creo que a veces la palabra partido es un ejercicio de permanente de división. La vida política, y no de la izquierda sino en general, implica una permanente tensión por ver si estamos o no estamos de acuerdo. Yo creo que en América Latina hay experiencias de la izquierda que han sido más exitosas. No es el caso todavía de la izquierda colombiana. La izquierda colombiana tiene todavía una cultura muy proclive a la división.

No, aquí hay que hacer el esfuerzo, hay que aprender a convivir, es un ejercicio democrático. Existe ese peligro, pero debería existir también la inteligencia del poder convivir y cohabitar en medio de las diferencias, partiendo de la base de que nos reconocemos todos como gente que quiere un cambio social.

– ¿Por qué aboga usted dentro del Polo?

Yo lo he dicho claramente, el Polo debe tener una política en la que, entre sus prioridades, la numero uno, sea el proceso de paz con las FARC, la construcción de un proceso de paz con el ELN y también el resolver otros factores de violencia. Esto debe incluir la aplicación de los acuerdos, que son una plataforma de reformas sociales y económicas que tienen potencial transformador. Además de eso, tenemos que asegurarnos de que la aplicación de los acuerdos incluya, por ejemplo, el juzgamiento de los crímenes de lesa humanidad, que es un hecho político; que incluya la desaparición del paramilitarismo y que se dé una política exterior de Colombia proclive a lograr la integración latinoamericana y la independencia de nuestros países.

«La discusión sobre alianzas política hay que hacerla más allá de cualquier discusión ideológica»

Para eso, no podemos ser espectadores. Debemos intentar hacer una política de alianzas lo más amplia posible. ¿Cuáles son los límites? Eso es lo que tenemos que discutir. Por ejemplo, las FARC han planteado un gobierno de transición o coalición. Es un término que todavía no tenemos claro qué significa, pero si sabemos que, en Irlanda del Norte, Irlanda, en Chile, en España, en muchas partes de los países de la posguerra europea surgieron gobiernos de cohabitación, puede ser eso.

– ¿Una especie de gran coalición con fuerzas de todas las tendencias?

En torno a ciertos asuntos prácticos y posibles. Es una hipótesis que hay que discutir.

– ¿Con un solo candidato?

Con un solo candidato, pero es una hipótesis que hay que discutir. Nosotros no nos podemos privar de discutir cierto tipo de cuestiones porque consideramos que riñen abiertamente con nuestro canon. No, nosotros no somos una iglesia, somos un partido político. Puede ser que al final de una discusión resulte que esa es una muy mala idea, puede ser que eso no es posible hoy en Colombia. Bueno, pero tenemos que hacer el ejercicio intelectual y político de discutirlo.

– Visto lo ocurrido en el plebiscito, ¿hasta qué punto las FARC suman y no restan, teniendo en cuenta el apoyo que tienen -o que no tienen- en la sociedad colombiana?

Qué tanto apoyo tienen las FARC hoy o que tanto apoyo tendrán electoralmente es un enigma, un interrogante. Me parece prematuro entrar a considerar eso con sentencias. Hay factores que pesan de un lado y del otro. Las FARC tienen que responder para entrar en un proceso de rendición de cuentas sobre todo su comportamiento en la época de la guerra. Y eso, probablemente, va a mostrar y a revelar cosas que van a generar una reacción social en la opinión publica muy adversa, porque supondrá la revelación de aspectos no conocidos de una guerra terriblemente degradada, que ha tenido episodios realmente atroces.

Pero las FARC tienen una base social. No es un grupo terrorista que comete acciones aisladas. Es una organización que tiene una larga historia y que ha cultivado unas relaciones y que tiene unos planteamientos. Hay que escuchar cuáles son, hay que ver cuál es su proyecto.

– Están surgiendo otras propuestas como la de Claudia López, más centrada en el tema anticorrupción.

Yo creo que la corrupción es, por supuesto, un tema central. La corrupción de un estado como el colombiano tiene las taras de descomposición que genera todo sistema clientelar. Algo común a muchas naciones y gobiernos solo que en Colombia además está el narcotráfico y el conflicto armado, que ejercen una influencia muy grande sobre esos comportamientos, al punto de generar sectores del estado que tienen una especie de dirección mafiosa.

Hasta ahí íbamos de acuerdo con la tesis de Claudia López, pero decir que ahora el tema de la corrupción es el tema central y que lo de la paz o la salida de la guerra ya está resuelto… ahí tenemos dificultades. No compartimos esa tesis porque nos parece que va hacia el desconocimiento de los acuerdos de paz.

 «No compartimos la tesis de Claudia López de que la paz ya esta resuelta y que ahora solo interesa la corrupción»

Nosotros creemos que un programa debe ser un programa integral de lucha por la paz, de cumplimiento de los acuerdos y también de lucha contra la corrupción, de ampliación de la democracia, de respeto a la soberanía, de lucha contra el cambio climático. Hay que construir la paz, hay que trabajar porque los acuerdos se plasmen. Eso no puede ser un asunto menor en el debate de las elecciones del 2018.

La propuesta nuestra es que haya un compromiso de todos y los candidatos y candidatas, independientemente de su ideología, a que van a cumplir con los acuerdos con las FARC, lo que hay con el ELN y que van a someter a la justicia a los grupos y a las bandas neo paramilitares que hay.

– Esas bandas neo paramilitares han sido acusadas de numerosos asesinatos a líderes sociales recientemente.

En Colombia tenemos una larga tradición de asesinatos de carácter político de líderes sociales, comunitarios, defensores de derechos humanos… Lo propio de este contexto es que estas muertes están sucediendo en medio de un proceso de paz que se está abriendo paso. No es necesario ser muy visionario para darse cuenta de que estos asesinatos tienen un objetivo muy claro: debilitar el proceso de paz, acabar con los liderazgos sociales, campesinos y comunitarios, generar un mensaje hacia quienes van a dejar las armas y van a quedar inermes, un mensaje negativo, no se les va a garantizar la vida y la entrega de las armas va a significar, por el contrario, la destrucción de su organización y su muerte.

Aunque algunas autoridades y algunos comentaristas políticos intentan decir que no se pueden sacar conclusiones a la ligera, que las muertes pueden ser actos fortuitos, individuales, hechos pasionales, o muy localizados, vemos que hay un plan que tiene por objetivo que, si no se ha podido detener el proceso por otras vías, se acabe a través de la violencia.

«No es necesario ser muy visionario para darse cuenta de que estos asesinatos tienen un objetivo muy claro: debilitar el proceso de paz, acabar con los liderazgos sociales»

– ¿Entonces son actos coordinados?

A mí no me cabe la menor duda. Se trata de un intento que no solamente es por acabar con el proceso de paz. Un proceso de paz implica unas reformas sociales y unos cambios que en Colombia han sido aplazados históricamente. Una reforma rural, una democratización del país, una justicia para las víctimas, la posibilidad de que los derechos de la mujer y de las minorías étnicas sean reivindicados… Todo eso le es totalmente adverso a un sector ultraconservador, fundamentalista religioso que se opone a esos cambios y que apela a otro tipo de argumentos para contraponerse al proceso de paz. Ese sector tiene un líder, un caudillo, que se llama Álvaro Uribe Vélez.

–¿Se puede reinterpretar esto con un resurgimiento de paramilitarismo?

El paramilitarismo es un instrumento, no es una estructura que juegue el papel de sujeto político. El paramilitarismo es una herramienta. Sí que hay un paramilitarismo viejo que ha mutado, pero también hay acciones encubiertas, bandas a las que se puede pagar para que cumplan funciones criminales. El paramilitarismo está ahí, pero es el resultado y el tentáculo de esa estructura de derechas que está detrás de todo esto.

– ¿Hasta qué punto es comparable esta situación con el exterminio de la Unión Patriótica en los 80 y 90?

El punto coincidente es que estamos ante una situación ante la cual un proceso de paz es sometido a un intento de sabotaje y debilitamiento. La diferencia es que hoy en día tenemos un proceso de paz avanzado, se ha logrado firmar los acuerdos, las FARC han detenido su acción militar, no hay ningún pretexto que valga para decir que las personas que están siendo asesinadas están de alguna manera en connivencia o en un comportamiento cómplice con la guerrilla.

– ¿Cómo puede afectar esto al proceso con el ELN?

Si se permite que avance esta acción puede ser una acción disuasiva sin lugar a dudas. Si llegase a producirse una situación de debilitamiento con el proceso de las FARC o una demostración de que hay un incumplimiento de los acuerdos. Dudo mucho que los guerrilleros del ELN vean esto como una oferta tentadora.

– El ELN está apostando por un proceso más participativo, ¿qué puede aportar ahí la izquierda parlamentaria?

Yo creo que eso es un planteamiento fundamental que hay que tomarlo con mucha atención y con mucho entusiasmo. Me parece mala la estrategia comparar ambos procesos (el de las FARC). Son procesos diferentes que se dan en momentos políticos diferentes. El énfasis que hace el ELN en la participación de los ciudadanos, del movimiento social, de los sectores más excluidos, más de la periferia, es una muy valiosa contribución.

«El énfasis que hace el ELN en la participación de los ciudadanos es una muy valiosa contribución»

Por supuesto que nuestra labor ahí es propiciar, auspiciar, participar, discutir cómo hacer de ese planteamiento. Nosotros decimos que participar, perfecto, pero no participar simplemente bajo un esquema de: “Ustedes dennos sus ideas y nosotros ya veremos qué hacer”. Eso no puede ser. Tiene que haber una participación social en todas las fases del proceso.

– ¿Hasta qué punto es esto realizable?

Todo es posible. Cuando hay voluntad todo se puede. Cuando se trata de resolver los problemas del sector financiero, los sectores que tienen las tierras en este país, los industriales, todo funciona, no hay ningún problema, todos los procedimientos se agilizan. Pero cuando se trata de las organizaciones campesinas, de los indígenas, de los afrodescendientes, cuando son sectores pobres que reclaman sus derechos, todo es imposible. Consultas previas, infinidad de formularios, hay que cumplir con todas las normas hasta su última letra y hay que inventar nuevas normas. Evidentemente, aquí hay dos.

– Ahora Colombia se va a enfrentar a los conflictos sociales que estaban ocultos detrás.

Esos conflictos siempre han existido. Lo que va a cambiar es la manera de tratarlos. Aquí siempre se utilizó como una especia de coartada o de pretexto el emplear toda clase de métodos para acabar con los opositores en medio de lo que parecía una democracia. Era natural ver como acababan con un partido político entero, con los dirigentes sindicales, con las organizaciones sindicales, utilizando como justificación que eran sospechosos de tener relaciones con la insurgencia armada. No digo que eso no vaya a volver a ocurrir o que vaya a desaparecer la arbitrariedad, la represión del estado y de sus fuerzas militares y policiales, pero va a ser otro contexto. Lo que va a cambiar no es el hecho de que comiencen a aparecer en primer plano las luchas sociales, sino que las luchas sociales se van a potenciar a partir de una situación que va a ser un poco más democrática.

– ¿Va a haber un mejor contexto para el desarrollo de estas luchas sociales?

Yo creo que sí. Si las reformas que están contenidas en los acuerdos a los que se ha llegado en La Habana se cumplen, tendríamos condiciones mucho más favorables para dar estas luchas que se han venido dando.