¿Proleta…qué?
El vaciado del contenido político de las palabras, de los días, de los gestos, ha sido una de las victorias más apabullantes del sistema-mundo que habitamos. La palabra “política”, criminalizada; los hechos políticos, convertidos en espectáculos; los políticos, industrializados y mezquinos; el “animal político” ya sólo animal movido por instintos básicos e individualistas. No somos nada porque hemos renunciado (al menos, las mayorías) a nuestro ser político.
Imaginen un Primero de Mayo como el de hoy. Un feriado, eso es en el mundo occidental. Como si de un viernes santo o de un día con olor a naftalina de prócer se tratara. Una disculpa para ir de paseo, una oportunidad para tumbarse en la cama a pensar con lentitud en el ombligo propio. Nada más. No hay día del trabajo, ni se recuerda ya que era aquello de la Internacional Socialista, ni obreros anarquistas ahorcados por exigir algo tan básico como un límite a la explotación sin límite a que eran (son) sometidos las trabajadoras y trabajadores… desde luego, no hay proletariado, esa palabra agitada como si cargara la peste y olvidada por sus propios protagonistas. No hay proletarios ya: hay pobres, hay víctimas, hay excluidos, hay protagonistas de su propia miseria, hay una condena (auto) impuesta que le ha usurpado la clase a los que, algún día, pensaron que en la solidaridad de clase podían encontrar refugio y sosiego.
No se estudia en las escuelas de Colombia quiénes eran los “bolcheviques de El Líbano” que en Tolima, en 1929, le dieron un susto terrible a un establecimiento obtuso y miedoso que sólo sabía (sabe) responder con las armas y a través de otros ‘proletarios’ de uniforme a los reclamos de una clase trabajadora (la ‘pobrería’) que tuvo la osadía de utilizar palabras prohibidas para ellos como justicia, pan o revolución. La mínima y osada revolución tolimense terminó asesinada o encarcelada. Tampoco es una fecha señalada la masacre contra sastres y costureras el 16 de marzo de 1919 que prendió las alertas del establecimiento y lo pueso a legislar.
El ‘obrerismo’ siempre ha sido una lacra en un lugar de colonos, de imperio del espíritu individualista, de ricos que convencían a pobres de que el orden era (es) su orden y de que la paz era (es) su paz. Todavía hoy, cuando se quiere atacar a un movimiento popular, proletario, campesino, de la pobrería, se le acusa de “político”. Es un triunfo narrativo: lo que hace o dice Juan Manuel Santos, los proyectos del Ministerio de Minas y Energía, las inversiones de Sarmiento, de los Santo Domingo o de Ardila Lülle, las operaciones del Ejército o las contra operaciones bananeras son algo técnico, patriótico o inteligente en pro del desarrollo y del bien común. No hay política. Si unos indígenas del Cauca quieren recuperar las tierras usurpadas, si unos trabajadores de la casi inexistente industria colombiana, o si unos cañeros exigen sus derechos básicos entonces hay una oscura y perversa intencionalidad política que los arroja por el caño de las aguas sucias de la opinión pública.
El Primero de Mayo debería dar miedo a las 100 familias que siguen (conceptual y políticamente) en el virreinato, pero no es así. El Primero de Mayo es un buen negocio para transportistas y hoteleros, es una fecha vacía y vaciada de contenido político porque la política, ya se sabe, es una cosa muy seria como para dejarla en manos de la “pobrería”, de ese proletariado que ya renunció a serlo para aspirar a ser lo que nunca le dejarán ser. De hecho, tampoco se enseña en las escuelas que las primeras leyes que regularon el derecho a huelga o a sindicarse (las de 1919 o 1920) prohibían expresamente huelgas de carácter “político” (¿No es toda huelga política?) o cómo los políticos (liberales y conservadores) trataron durante décadas de controlar el movimiento sindical porque cuando de política se trata hay que dejárselo a los ‘profesionales’.
En fin, mientras descansamos del trabajo sin derechos en el día internacional del trabajo, por mi parte, sólo me queda añadir cuatro líneas para recordar a los huelguistas ferroviarios de Buenaventura de 1878, a los proletarios de los puertos y sus paros de 1910, a los manifestantes que calentaron el país entre 1924 y 1927 para reclamar la jornada de 8 horas (la misma que pedían los huelguistas en Chicago en 1886), a los trabajadores de las bananeras cuya sangre regó la costa en 1928, a las gentes del histórico paro nacional de 1977, a los miles de hombres y mujeres de los sindicatos asesinados en los últimos 60 años de conflicto político, armado y social…
*Periodista y coordinador de Colombia Plural y de la Escuela de Comunicación Alternativa de Uniclaretiana.