Pueblos indígenas y paz: desarrollismo vs Dearade

Hace algunos días me acordé de un amigo francés llamado Michel, el cual estuvo trabajando en Colombia hace unos años en el departamento del Chocó. Dentro del trabajo que desempeñaba en Colombia en ese entonces estuvo realizando un trabajo fotográfico con las comunidades Embera de Bojayá y algunas otras comunidades del río Atrato en general.

En una de sus visitas a Medellín nos encontramos y me comentó que había conocido una muchacha muy simpática, habían tomando unas cervezas juntos y entonces él le comentó que venía del Chocó y que había estado allí con las comunidades indígenas y de repente se vio sorprendido porque la chica le dijo que en Colombia no había indígenas, que si él o cualquiera quería saber algo de los indígenas tendría que ir a visitar un museo, porque solo allá se podía conocer algo sobre las comunidades indígenas de Colombia.

Mi amigo sorprendido le preguntó si estaba bromeando, puesto que la chica era una estudiante universitaria y se suponía debería tener algún conocimiento más profundo del país. La chica muy seria le contesto que no, que ella no estaba bromeando, que en Colombia los indígenas habían dejado de existir hace mucho tiempo. Mi amigo le comentó una vez más que eso no era verdad, que él había estado allá en el Chocó en Bojayá con los Embera Dobida y que incluso había realizado un trabajo fotográfico en donde retrató con su cámara algunos rituales funerarios de ese pueblo.

Dicha anécdota no deja de parecerme increíble con el paso de los años, sin embargo, refleja muy bien el pensamiento de algunas personas y sectores de la sociedad colombiana para quien las comunidades indígenas representan un capítulo acabado de nuestra historia, una manifestación del atraso y el subdesarrollo, un obstáculo para el desarrollo del país, piezas de museo, o la imagen idealista de extintas sociedades perfectas.

En otra ocasión, en un taller en Quibdó, donde participaban líderes de comunidades indígenas y afrocolombianas, así como algunos seminaristas, al final del taller le preguntamos a uno de los seminaristas sobre lo que había aprendido en el taller y dijo que lo que había aprendido es que los indígenas sí tenían alma, que no eran salvajes como hasta ese entonces así lo había creído, porque así se lo habían enseñado. Increíble una vez más, tomando en cuenta que estoy hablando del año 2005 o 2006.

En ese momento, pensé en Bartolomé de las Casas, que se estaría revolcando en su tumba o tal vez se hubiese alegrado en extremo al ver que quinientos años después su defensa de los indígenas y su “descubrimiento” de que los indígenas tienen alma seguía iluminando el pensamiento de jóvenes seminaristas en el Chocó. Sí, quinientos años más tarde el Sermón de Adviento recogido en su tercer libro de su Historia de las Indias seguía retumbando con las mismas preguntas:

… “¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios? ¿Con qué autoridad habéis hecho tan detestables guerras a estas gentes, que estaban en sus tierras mansas y pacíficas, donde tan infinitas de ellas, con muertes y estragos nunca oídos habéis consumido? ¿Cómo los tenéis tan oprimidos y fatigados, sin darles de comer y curarlos en sus enfermedades, que de los excesivos trabajos que les dais incurren y se os mueren, y por mejor decir los matáis, por sacar y adquirir oro cada día? ¿Y qué cuidado tenéis de quien los doctrine, y conozcan a su Dios y criador, y sean bautizados, oigan misa y guarden las fiestas y los domingos? ¿Estos, no son hombres? ¿No tienen ánimas racionales? ¿No sois obligados a amarlos como a vosotros mismos? ¿Esto no entendéis, esto no sentís? ¿Cómo estáis en esta profundidad, de sueño tan letárgico, dormidos?…”.

Ante la excluyente y colonialista forma de contacto de los invasores -los españoles-, por el contrario los invadidos y los desterrados – indígenas y africanos, respectivamente- han sobrevivido valientemente, han conservado miles de idiomas y conocimientos ancestrales, han asimilado idiomas extranjeros, enriqueciéndolos con vocablos y expresiones provenientes de sus idiomas ancestrales, han enriquecido las expresiones artísticas, han aportado conocimientos botánicos y medicinales, han aportado oro y materias primas para el desarrollo del invasor, y han dotado como víctimas del despojo y el genocidio a todos los actuales estados nación de territorios ricos y productivos dónde establecerse o de dónde proveerse.

En ese orden de ideas. los pueblos indígenas y afrodescendientes en Colombia y en todo el territorio renombrado por el invasor como el continente America han sido ejemplo de adaptación cultural, de resistencia, de instinto de pervivencia ante las formas de estado-nación ajenas a sus tradiciones y formas de pensamiento. Han sido actores sociales clave que aportan en la construcción de formas de gobierno más pluralistas política y socialmente. Han pervivido desarrollando formas de contacto más respetuosas con nuestro planeta, con nuestra madre tierra, en comparación con el daño causado al planeta por las normas sociales, prácticas y costumbres que trajo consigo el invasor.

El anterior ha sido mi enfoque de trabajo con los pueblos indígenas. Puesto que éste recoge los fundamentos de los principios de resignificación cultural y descolonizacion del pensamiento, los cuales son pilares esenciales para la construcción de estados y sociedades pacificas e incluyentes, donde quepamos todas y todos. Donde deben caber los pueblos originarios de América, los aborígenes de todo el mundo, puesto que exceptuando los tres grandes imperios prehispánicos ninguno de los pueblos indígenas que han sobrevivido a los embates de la historia ha tenido proyectos expansionistas o imperialistas como si lo han tenido las potencias invasoras europeas en América.

Volviendo a lo anecdótico, recuerdo ahora una cita que expresa muy bien la forma como los pueblos indígenas del Abya Yala han respondido ante el contacto obligado con el invasor. La primera de ellas que quiero mencionar sucedió en el año 2008 en la comunidad de Unión Chocó, si la memoria no me falla. En ese año me desempeñaba como Asesor Pedagógico para el diseño del Proyecto Etnoeducativo Comunitario del Pueblo Wounaan del Medio San Juan en el Departamento del Chocó en Colombia. En varios de los grupos focales realizados con las comunidades nos preguntábamos para qué diseñar ese proyecto, más allá de las razones jurídicas que consagran que los Pueblos Indígenas tienen el derecho de desarrollar con autonomía sus propias instituciones educativas.

Respondíamos muy bien esa pregunta, cuando Amador Membache, uno de los ancianos del pueblo Wounaan fundador de la comunidad Unión Chocó, reflexionó de ésta manera: “Nosotros, los Wounaan somos una nación pequeña que estamos dentro de una nación grande, tenemos un buen manejo de nuestra sociedad, ese es nuestro aporte para Colombia, para la que parecemos invisibles… La educación nacional, ya están adaptado con lo de ellos, pero nosotros tenemos que hacer nuestra propuesta…”.

Asumíamos entonces esta mirada como punto de partida, para afirmar que diseñar ese proyecto era una oportunidad para que los pueblos originarios, de lo que ahora es América y en nuestro caso más especifico la nación colombiana, continúen perviviendo, visibilizando sus aportes sociales y culturales, sus aportes materiales e inmateriales, transcendiendo, construyendo su legado histórico; ya que desde la llegada de los españoles, durante la época colonial y en la configuración de la República, se ha negado permanentemente y en distintas formas su ser, su crear, su hacer.

Lo anterior sea dicho, sin desconocer, el avance en el reconocimiento de los derecho de los pueblos indígenas a la categoría de Derechos Constitucionales, que a través de la lucha y la movilización popular han sido reconocidos en la actual carta política y los convenios internacionales firmados y ratificados por el Estado Colombiano y demás países del continente.

Nos preguntábamos también en ese entonces: ¿Cómo hacer posible ese realce de su dignidad ontológica, epistemológica y axiológica? Y nos respondíamos, sin utilizar estas palabras tan raras, que eso era posible simplemente recurriendo a autopreguntarse por su existencia, su recorrido histórico, sus saberes, su estructura social, su relación ambiental; haciendo con estos autocuestionamientos un balance, no con carácter de inventario, sino que dicho reconocimiento los ubique en clave de diálogo cultural, desde una perspectiva de revitalización étnica y cultural; de reivindicación de respeto por parte de la sociedad nacional, y para el fortalecimiento de su plan de vida, de su autonomía.

Al fin, lo que planteo es la contradicción existente entre dos visiones distintas de la historia. La primera es la de los invasores (desarrollista, industrializada, imperialista, monopolista); la segunda, la de los invadidos y desterrados (integradora, pluralista, naturalista, no extractivista). Los invasores crearon mil guerras e independencias que a los invadidos ni les interesaban, ni entendían. Convirtiendo a los aborígenes de Abya Yala en las primeras víctimas, en las víctimas históricas del conflicto por el control del territorio.

Tomando como ejemplo el caso colombiano, ahora que se está tratando de aplicar un acuerdo de paz firmado por dos partes en conflicto, es necesario que la participación de las voces aborígenes tenga más eco que la mera inclusión de un capítulo étnico en ese acuerdo, sino que vaya acompañada de participación directa que los ubique como actores aportantes desde sus propuestas, desde su pensamiento, desde sus formas tradicionales de gobierno, desde su medicina, desde sus cosmovisiones para avanzar en la construcción de otro modelo de país.

Para el caso de los demás pueblos del continente se plantea la misma tensión cada día entre “desarrollismo” y “Dearade”, término Embera que significa “Casa de pensamiento” o “Casa de todos”. Los invasores han planteado modelos de estado basados en el desarrollismo, en el extractivismo, con sus prácticas destructoras de la naturaleza, cortoplacistas, monopolistas, y muy peligrosas para el futuro del planeta. Por el contrario, los pueblos indígenas han convivido en armonía con la naturaleza.

Ése factor fundamental les sigue dando autoridad moral para proponer la construcción de estados erigidos con el pensamiento de todos para compartir esa casa (universo, continente, región, planeta, país, pueblo, vecindad), del tamaño y forma que usted se la imagine; esa casa donde quepamos todos, respetándonos inmensamente y no aniquilándonos por nuestras diferencias, sino construyendo consensos que garanticen antes que nada los derechos de la madre tierra, los derechos de los pueblos originarios; si éstos no se garantizan nuestra autodestrucción como especie humana y como planeta tal vez pueda ser más próxima.

Construir Paz para todos los seres del planeta y Paz para la madre tierra implica para los estados y sociedades que verdaderamente así lo deseen estar entonces dispuestos a discutir su unilineal visión desarrollista; a discutir su idea de democracia capitalista en la que se le hace creer falsamente a las mayorías que desarrollo y crecimiento económico es igual a paz y bienestar. Desde ahí se puede cambiar esa idea por la creatividad y la apertura para poner a circular experiencias de gobierno, de administración y de gestión de los recursos naturales que piensen no en la sobre-explotación de lo que nos provee la naturaleza, sino en el uso más inteligente, estratégico y generador de bienestar colectivo para nosotros y las generaciones venideras.

 

**Licenciado en Etnoeducación de la Universidad Pontificia Bolivariana. Poeta y acompañante de procesos organizativos de comunidades indígenas y afrocolombianas.