Duque ‘congela’ la paz con el permiso de la opinión pública

El silencio puede suponer un ruido atronador. El Gobierno de Iván Duque promete, calla, y nada positivo ocurre en las veredas de la paz. Los procesos de paz agonizan mientras la clase política se dedica a otras cosas. ¿A quién le importa la paz?

La cuenta en twitter del Equipo de Paz del Gobierno de Colombia se quedó congelada el 2 de agosto. Parece una digresión histórica el tweet fijado con una solemne declaración de Gustavo Bell, el entonces jefe de la delegación de paz del Ejecutivo en la Mesa de Conversaciones con el Ejército de Liberación Nacional (ELN), quien aseguraba: “La paz es el mayor anhelo de todos los colombianos. Podemos discrepar de la forma de conducir los procesos (…), pero ninguno de los ciudadanos duda de que el derecho a la paz el derecho fundamental sobre el cual se constituyen los demás derechos (…) que nos permitirán construir un país mejor”. ¿Es la paz el mayor de los anhelos para todas y todos los colombianos?

El actual presidente del país, Iván Duque, no parece tan de acuerdo. La semana pasada, durante su visita a Nueva York con motivo de la Asamblea General de Naciones Unidas, Duque afirmó que la paz es “frágil, con dispersa y compleja arquitectura, sobrecargado de excesivos compromisos y sin recursos”. También aseguró que su Gobierno “va a trabajar para que el proceso de desmovilización, desarme y reinserción [DDR] adelantado en los últimos años salga adelante con éxito”. Y ahí está una de las claves: lo ocurrido en los últimos años no se enmarca estrictamente en el llamado DDR, sino en la solución política al conflicto, que supone dejar al DDR como un punto de una agenda mucho más ambiciosa de transformaciones en aquellos asuntos que han servido de percha al alzamiento armado.

Lo cierto es que desde que Gustavo Bell grabara su mensaje ‘optimista’ el 2 de agosto, las cosas se han degradado mucho. Iván Márquez y El Paisa (Óscar Montero), dos de los comandantes de las FARC más críticos con lo ocurrido tras la firma del acuerdo de paz de noviembre de 2016, enviaban una carta a la Comisión de Paz del Senado en la que afirmaban: “Sin eufemismos y en lenguaje franco: lo esencial del Acuerdo de Paz de La Habana ha sido traicionado”. Y explicaban que “el Acuerdo tuvo una falla estructural que pesa como pirámide egipcia que fue haber firmado, primero, la Dejación de las Armas, sin haber acordado antes los términos de la reincorporación económica y social de los guerrilleros”.

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Y eso es lo que no quiere que ocurra el ELN. Es desde ese 2 de agosto que la delegación de conversaciones del ELN se mantiene en una espera sin plazos en La Habana (la foto principal fue difundida el 27 de septiembre con el mensaje: «@IvanDuqueAquí: Estamos listos. Falta la contraparte: Hay que cumplir con lo acordado..»). Desde allí, aseguraba el 28 de septiembre en un comunicado que Iván Duque, el presidente que asumió el cargo el 7 de agosto, “está haciendo trizas la paz” y acusaban al Centro Democrático, el partido del uribismo que ha aupado a Duque, de estar “echando a perder 6 años de conversaciones y una oportunidad histórica de paz para Colombia”.

Pero Miguel Ceballos, el Alto Comisionado de Paz designado por Duque, volvió a la carga y declaró desde Cali que «el Gobierno Nacional ha mantenido intactos todos los espacios necesarios para que en el futuro se nombren unos delegados y voceros oficiales, pero deben cumplirse unas condiciones, la primera de ellas es la entrega de todos los secuestrados y la segunda, el cese de acciones criminales por parte del ELN». Eso que declara de manera eufemística se traduce en lo que Duque ha repetido en campaña y ya en la presidencia: desarme, desmovilización y reinserción. Es decir: DDR, lo que para la guerrilla del ELN se traduce en rendición sin condiciones. Lo inaceptable.

En una entrevista, Pablo Beltrán, el jefe negociador del ELN, aseguraba en las últimas horas: “Duque está cumpliendo al pie de la letra el guión del expresidente Uribe, de hacer trizar el proceso de paz. Para ello, en vez de nombrar su delegación de diálogo, todos los días se inventa una exigencia para hacerle al Ejército de Liberación Nacional. Es como cuando usted no quiere vender una casa y le pone un precio altísimo para que nadie la compre. Le hemos dicho al Gobierno que todos los temas se pueden tratar, pero sentados en una mesa de negociaciones. Eso sí, seguimos sosteniendo que lo mejor es desarrollar las conversaciones bajo un cese al fuego bilateral pactado, como el que cumplimos entre octubre de 2017 y enero de este año”. El ELN lleva varios meses recordando que ellos han negociado una agenda y unos plazos con el Estado colombiano y que eso no puede cambiar de un día para otro por el cambio de Gobierno. Pero el Estado, como la Paz, es algo esquivo en el país.

Y en eso quedó empantanada la Mesa de La Habana en las últimas semanas del gobierno de Juan Manuel Santos, el ex presidente ahora desaparecido. No se logró un nuevo cese bilateral nacional temporal porque, según algunos de los mediadores nacionales presentes en Cuba esos días, “hubo un giro de los representantes de la Fuerza Pública”. Giro que tenía que ver con la inminente llegada de Duque al poder y del regreso, con él, de las tesis guerreristas.

Pero… ¿por qué puede hacer esto Duque? La respuesta tiene que ver con la falta de interés de la mayoría de la opinión pública colombiana, básicamente urbana, en los procesos de paz.

Tanto en el plebiscito sobre el acuerdo de paz con las FARC como en las elecciones se pudo ver el abismo en el sentido del voto entre la población urbana alejada del conflicto y la población rural víctima de él.

Las opciones de paz fueron votadas en regiones como el Pacífico, el Suroccidente o parte de El Caribe. Las opciones de guerra triunfaron en el Eje Cafetero y en algunas de las grandes ciudades. Pero el poco interés sobre la paz se puede detectar también en que no es un parámetro que se esté midiendo en el país.

La última encuesta de opinión pública conocida, de Yanhaas para el diario El País de Cali, mide la favorabilidad de Duque a dos meses de asumir el poder, el ánimo respecto a la economía, el optimismo o pesimismo de la ciudadanía, pero no hay una sola referencia a la paz. Tampoco es fácil encontrar columnas de generadores de opinión dedicadas a estos asuntos. En la categoría de “temas” del DANE, la institución oficial de estudios y estadísticas, hay un capítulo dedicado a la seguridad pero no a la paz o a los procesos; tampoco se dedica a estudiar la evaluación que hacen las víctimas del conflicto de las leyes que regulan el acceso a sus derechos o el avance o no de los acuerdos de paz firmados.

Es decir, ni los medios de comunicación masivos ni el Estado generan la información necesaria para un clima de discusión nacional sobre asuntos de paz y el Gobierno se ve legitimado para aplicar políticas que rozan la inconstitucionalidad –como las propuestas de regulación de las protestas del Ministerio de Defensa-, porque se ve respaldado por una opinión pública obsesionada con la seguridad y desconectada de la paz.

John Rawls escribía en Liberalismo político que: “La idea de que la opinión mayoritaria favorable da legitimidad a aquellas prácticas de seguridad que burlan la constitución, una idea que respaldan muchos colombianos, contradice el núcleo normativo fundamental de la cultura política, a saber, que los derechos no pueden limitarse o negarse por razones de bien público o porque así lo decida un ‘procedimiento político’ o la mayorías”.

Jesús Flórez, en este medio, escribía hace unos días: «La que está secuestrada es la Paz, la cual no puede estar bajo discrecionalidad de un Gobierno, puesto que es un derecho y un deber, por tanto le pertenece a la sociedad. Emulando la consigna de los pueblos indígenas de ‘liberar a la madre tierra’, todos los colombianos y colombianas debemos ‘liberar la paz’ de quienes se afincan en la mezquindad partidista para no aceptar los avances del anterior gobierno frente a la paz, y además agregar un nuevo riesgo de avanzar hacia un conflicto con Venezuela, pues azuzar a los militares de allí a derrocar a ese gobierno no es otra cosa que abrir las puertas a una guerra civil de ese hermano país que, sin duda, se revierte a nuestro territorio en distintos ámbitos».

La pregunta es si «todos los colombianos» dispuestos a liberar la paz existen.