Colombia tiene en grave riesgo otro tesoro: sus 68 idiomas
Pueblo Nuevo es un pequeño caserío en medio de la selva del Amazonas, en el departamento del Vaupés, que representa muy bien una joya desconocida de Colombia: la diversidad lingüística que es una de las formas en que se expresa la riqueza cultural del país, esa de la que tanto se habla y tan poco se defiende.
Está habitado por apenas 200 indígenas y allí se hablan 9 idiomas distintos que son, ni más ni menos, originarios de ese rincón de mundo. Son lenguas que sólo existen allí, no se encuentran en ninguna otra parte del planeta.
“Aquí hablamos principalmente el bará, el barasano, el siriano, el cubeo, pero son importantes las lenguas de todas las etnias”, manifiesta el capitán de la comunidad, Roberto Carrasquilla Morales, quien tiene como idioma principal el desano, pues pertenecer a ese grupo étnico. Sin embargo, también se sabe expresar en tucano y conoce algo de cubeo.
Eso no es extraño: en el Vaupés, cualquier indígena habla tres o cuatro lenguas distintas a la suya y existen quienes dominan siete o más. Muchos incluso saben español y portugués, para poderse relacionar con quienes no son indígenas.
Esa habilidad es casi necesaria allí, ya que solo en ese departamento colombiano habitan alrededor de 24 pueblos indígenas que tienen cada uno su propio idioma. Y es posible que sean más porque se cree que existen otros 5 pueblos aislados con los que aún no se ha tenido contacto, pero que han sido vistos desde aviones.
El relativo aislamiento en que viven igualmente muchos de los que sí se conocen ha preservado sus lenguas y formas de vida. Sin embargo, esa no es la condición de muchos otros, pues están en serio riesgo de desaparecer. Y eso significaría prácticamente el fin de unas culturas milenarias.
Los orígenes de la diversidad
Las lenguas indígenas están reconocidas por la Constitución Nacional y la ley, y son oficiales, junto al castellano, en los territorios donde se hablan. Ellas pertenecen a 13 familias distintas, en tanto que hay 8 lenguas aisladas que no tienen relación con las anteriores. En total, son habladas por un millón 400 mil personas.
“La variedad excepcional de lenguas y familias lingüísticas de Colombia se debe en buena parte a su geografía”, explica el profesor Jon Landaburo, uno de los mayores conocedores de las lenguas indígenas del país.
En un artículo académico que analiza esta realidad, Landaburo afirma que la posición geográfica cerca al istmo de Panamá llevó a que por el territorio actual de Colombia pasaran muchas de las primeras migraciones humanas que venían de Norteamérica.
Así mismo, “la extrema diversidad de sus nichos ecológicos (costas en el Océano Pacífico y el Océano Atlántico, tres cordilleras andinas con todos los climas según la altura sobre el nivel del mar, sabanas de los Llanos del Orinoco, selvas amazónicas, desiertos tórridos y mesetas frías, etc.) propiciaron en las poblaciones que se asentaron en ella una fragmentación cultural y lingüística notable”, asegura Landaburu.
“Estas lenguas son extremadamente variadas en su estructura, tipo y origen. Ellas son el resultado de la adaptación de distintos grupos humanos entrados al territorio colombiano a lo largo de los últimos 15 a 20.000 años y representan, por lo tanto, un patrimonio cultural y espiritual, una memoria invaluable”, dice el Ministerio de Cultura de Colombia en su documento titulado 21 de febrero Día Mundial de la Lengua Materna y Día Nacional de las Lenguas Nativas.
Y aclara que son pocos los países que tienen una variedad tan grande, en proporción con su tamaño. Pero la historia más reciente también ha jugado su papel.
El criollo sanandresano
En el extremo noroccidental del país, rodeados no de selva sino de mar, están otros colombianos multilingües: los raizales. Habitan el archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, y su lengua es el creole o criollo sanandresano el cual hablan unas cuatro mil personas. Su base es el inglés.
A lo largo de la historia, esas islas recibieron la influencia de múltiples culturas: primero, indígenas misquitos que atravesaron el mar desde las costas de Centroamérica; luego, una oleada de puritanos ingleses que poblaron varias de ellas; más tarde, militares españoles que buscaron allí un punto donde asentarse en tiempos en que abundaban piratas y bucaneros… Lo que siguió a toda esa mezcla fue el ciclo que dio origen a los raizales y a su cultura.
A los turistas que llegan hoy a las islas, los raizales les hablan español e inglés; en las gestiones ante entidades públicas utilizan el español; en los cultos religiosos, inglés; y en su música, fiestas y en general la vida cotidiana hablan su lengua materna, el creole.
El criollo palenquero
También en El Caribe pero ya continental, a una hora en carro de Cartagena de Indias, está San Basilio de Palenque. Es un corregimiento del municipio de Mahates conocido, más que por tener una lengua única, por haber dado varios campeones mundiales de boxeo. Allí se habla otra lengua criolla: el palenquero que, a diferencia del anterior, tiene una base española.(En la foto principal, el grafiti reza: “Los muchachos de Palenque tienen que insistir en la lengua palenquera para que no se pierda la costumbre de hablarla”).
San Basilio ostenta el honor de ser el primer pueblo libre en América luego de la invasión de los españoles y el tráfico infame de personas esclavizadas de África cinco siglos atrás.
“Este pueblo lo fundó Benkos Biohó, quien se fugó de quienes lo tenían en la esclavitud y levantó aquí una resistencia. Nosotros somos los descendientes de esos hombres y mujeres libres”, cuenta Laureano Tejedor, percusionista de Las Estrellas del Caribe, uno de los múltiples grupos musicales que existe en esta pequeña localidad negra situada al pie de los Montes de María.
Las lenguas criollas son “sistemas mixtos de comunicación lingüística que surgen en un tiempo relativamente corto entre un grupo humano que utiliza diversos idiomas”, explica María Stella González de Pérez en su libro Manual de divulgación de lenguas indígenas de Colombia.
El romaní
Es el idioma que hablan las personas que integran las comunidades Rrom o gitanas que son alrededor de 5 mil en el país. “Gitanos hay en todo el mundo pero nosotros no tenemos problema para comunicarnos con cualquiera de ellos porque nos une la misma lengua”, dice con orgullo Hernando Cristo, llamado también “Tosa”, uno de los patriarcas gitanos de la kumpania de Bogotá que es como se denomina a la organización de diversos clanes familiares.
En Colombia se dividen en dos grandes grupos, de acuerdo con las variantes de su lengua: uno está integrado por aquellos que hablan romaní o romanés, y viven principalmente en Barranquilla, Bogotá, Cali, Cartagena, Cúcuta, Girón, Envigado, Pasto y Sogamoso. El otro, llamado “ludar”, habla la variante rumeniáste. Ellos habitan en Cúcuta y algunos sitios de la Costa Atlántica.
La situación de peligro en que están
Los expertos afirman que muchas de estas lenguas están en una situación dramática por la poca cantidad de personas que las hablan. “La mitad de las lenguas habladas en Colombia lo son por grupos de menos de mil personas y están, por lo tanto, en una situación de precariedad preocupante. Este tamaño demográfico, que podía no ser problemático en épocas de aislamiento, cuestiona la sostenibilidad de la lengua en nuestra época de intercambios intensos”, precisa el Ministerio de Cultura que, en una de sus líneas, trabaja en el fortalecimiento de estos idiomas.
El panorama no es nada bueno, según esa sección del gobierno nacional:
Tinigua: 1 hablante.
Nonuya: 3 hablantes.
Carijona: más o menos 30 hablantes pasivos, es decir, la entienden pero no la hablan.
Totoró: 4 hablantes activos, 50 hablantes pasivos.
Pisamira: más o menos 25 hablantes.
Lenguas en serio peligro de extinción (19)
Achagua, hitnü, andoke, bora, miraña, ocaina, cocama, nukak, yuhup, siona, coreguaje, sáliba, cofán, muinane, cabiyarí, guayabero, ette o chimila, kamëntsá y criollo de San Basilio de Palenque.
Lenguas con “buena vitalidad” (15)
Bajo esa denominación del Ministerio de Cultura están las siguientes, aunque advierte que “hay señales de peligro y se debe construir su sostenibilidad”: wayuunaiki, kogui, ika, wiwa, tule o cuna, barí, uwa, sikuani, curripaco, puinave, cubeo, tucano, wounan, embera e ingano.
Entre “el gran peligro y la buena salud relativa” (30)
Los estudios del Ministerio de Cultura afirman que “están en una situación de equilibrio inestable y su suerte se va a definir en los 20 o 30 años que vienen”. Entre ellas están: huitoto, ticuna, yukuna, yukpa, piapoco y cuiba, así como muchas de las que se hablan en el Vaupés.
¿Qué hacer para protegerlas?
El problema de la pérdida de lenguas originarias no es exclusivo de Colombia. La Unesco (Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura) estima que cada dos semanas muere una de las 7 mil lenguas que hay en el mundo.
Ese es un proceso acelerado de pérdida de la diversidad cultural y de antiguos saberes. Las causas de esta tragedia van desde la pérdida del uso por la cercanía con idiomas dominantes, el contacto con otros grupos sociales y culturales, la homogeneización lingüística y cultural que van creando los medios masivos de comunicación, hasta un sistema educativo que hasta hace poco prohibió a los niños hablar en estos idiomas y el desinterés por enseñar o aprender la lengua de los ancestros.
En Colombia, a eso hay que sumar el estado de abandono en que viven muchas comunidades, las condiciones de pobreza y miseria que tienen los pueblos que las hablan, la exclusión y el marginamiento históricos, la presión de grandes intereses por ocupar las zonas que habitan (muchas de ellas ricas en recursos naturales) y el impacto negativo que ha tenido el conflicto armado sobre numerosas poblaciones originarias.
“Lo que toca es hacer un gran trabajo en la transmisión de saberes”, dice de manera tajante Ana Dalila Gómez, lideresa gitana y experta en derechos colectivos y culturales del pueblo Rrom.
El que se dejen de utilizar y mueran estos idiomas debería ser una verdadera tragedia para la humanidad, pues desaparece la transmisión de antiguas tradiciones culturales, de formas de ver y entender el mundo, de conocimientos heredados y construidos por el ser humano durante miles de años.
Finalmente, ocurre la pérdida de unas culturas que –así sean minoritarias bajo el paradigma homogeneizante de la globalización– lo que han hecho es enriquecer la existencia humana en este planeta.