Comprender-nos pasados para emanciparnos en el presente. A propósito de enseñanza de la historia
Colombia no es el primer país en el que se juega con la enseñanza de la historia al vaivén de las coyunturas políticas. Basta mirar lo que ha sucedido en países como Uruguay, Chile, Argentina o República Dominicana durante las dictaduras, e incluso en la estructuración de sus democracias, o en la Sudáfrica del Apartheid. Si revisamos estos registros podremos ver como la narración del pasado y la enseñanza de la historia ha sido usada para cumplir con objetivos que apuntan a la estabilización de hegemonías políticas, económicas y culturales en el tiempo presente. En Colombia, por ejemplo, la enseñanza de la historia dejó de ser asignatura obligatoria en los colegios a comienzos de los años noventa en un contexto de pugna económica que hizo necesario dejar de enseñar una historia local. Se pensaba que ésta estaba de espaldas a las dinámicas de la economía global a la que el país debía insertarse. En esa coyuntura la historia desaparece y se “fortalecen” asignaturas como inglés y tecnología.
Para algunas personas este debate puede ser cercano pero para otras quizás no tanto. Propondré un par de preguntas para intentar ejemplificar lo que estoy enunciando: ¿Nos hemos preguntado alguna vez por qué la enseñanza de la historia durante tanto tiempo en los colegios públicos de Colombia se dividió en tres grandes y ramplones momentos: la llegada de la pinta, la niña y la santa maría; el proceso de independencia liderado por unos criollos blancos; y las memorias de nuestros heroicos presidentes? ¿Nos hemos preguntado por qué aprendimos más de Colón o de Santander que de Benkos Bioho, de Quintín Lame o de Ana María Matamba? ¿Nos hemos preguntando por qué un día decidieron llamarle al genocidio más grande de la historia conquista o colonización? Las preguntas podrían seguir…
Los lenguajes de la historia hegemónica encubren más de lo que dejan ver e instauran verdades a través de la narración de hechos del pasado que son seleccionados cuidadosamente y que en el presente pueden convertirse en activadores de identidades. Con la historia hegemónica se construyen explicaciones a través de argumentos que se presumen objetivos y se presentan problemas como la distribución de la tierra, de la riqueza y del conocimiento en Colombia no como expropiación, acumulación y despojo con unos responsables concretos, sino como un problema casi natural al que debemos responder de manera individual –a través de discursos como la superación personal o el emprendimiento empresarial- mientras adoramos en museos los rostros de quienes están detrás de muchos de los desastres que hoy vivimos. La historia hegemónica como recurso político permite enunciar y dar relevancia a determinadas versiones, mientras silencia otras y de manera descarada hace un llamado a la “objetividad”.
Ahora, si bien es cierto que la historia como engranaje discursivo de las hegemonías es un riesgo que debemos enfrentar, también es cierto que, en países como Colombia, se hace necesario preguntarnos por nuestro pasado para entender esos relatos de los que somos parte y esos juegos de poder que no nos han posibilitado construir y habitar una historia menos escabrosa e injusta. Quizás en este punto valga la pena decir que conocer y reconocer nuestro pasado cercano y lejano es un ejercicio sumamente importante y no solo como acción interpretativa sino como posibilidad para entender, hacernos parte y responsabilizarnos.
Hoy el debate en torno a la enseñanza de la historia se abre nuevamente para Colombia debido a la ley 1874 firmada el 27 de diciembre del 2017, la cual restablece la enseñanza obligatoria de la Historia de Colombia como una disciplina integrada en los lineamientos curriculares y tiene tres propósitos principales: 1) Contribuir a la formación de una identidad nacional que reconozca la diversidad étnica cultural de la Nación colombiana. 2) Desarrollar el pensamiento crítico a través de la comprensión de los procesos históricos y sociales de nuestro país, en el contexto americano y mundial. 3) Promover la formación de una memoria histórica que contribuya a la reconciliación y la paz en el país.
La ley es como un caramelito que endulzó muchas lenguas pero no llenará ninguna barriga. Al final, aunque el decreto recite líneas muy interesantes, la historia no será asignatura sino parte de los lineamientos de las ciencias sociales y seguramente tampoco contará con muchos recursos para dar debates más profundos y pensar en una enseñanza no hegemónica de la historia sobre la que ya se ha debatido ampliamente en el país. Me interesa más aprovechar la coyuntura para señalar algunos riesgos que pueden llevarnos a que el caramelito se convierta en un gran problema.
En una coyuntura política como la que atravesamos, las y los docentes preocupados por la historia podrán encontrar un pequeño orificio para hacer quiebres o para reafirmar discursos hegemónicos. Aportar a la transformación de las hegemonías capitalista, racista y patriarcal desde espacios como la escuela y a través de la enseñanza de la historia implica no solo pensar en qué se enseña sino en el cómo se enseña. Para esto, es necesario romper con enseñanzas dogmáticas de la historia, causales y memorísticas, salirse de los recursos tradicionales propiciados por algunos – muchos historiadores- y llenarse de creatividad escuchando relatos comunitarios, música, poesía, literatura y todo eso que nos han dicho que no cuenta como fuente para la historia.
Se hace necesario entonces que intentemos convertir los riesgos en posibilidades comprendiendo la enseñanza de la historia como un espacio de diálogos y tensiones, de encuentros y desencuentros. Pasar de lo memorístico a la acción transformadora, que nos vincula y que nos cuenta la historia como parte de lo que somos, es fundamental para comprender que las opresiones que vivimos o los privilegios que portamos hacen parte de la historia que hemos sido y en esa medida tenemos unas responsabilidades por asumir o unas luchas por dar. Que la historia se convierta en un medio para pensar en engranajes culturales, políticos y económicos y no solo en macro relatos lejanos a la existencia que somos.
Que esta generación entienda que la selección de hechos del pasado y la interpretación de los mismos es un acto en el que tenemos pasiones, compromisos y posturas, y en esa medida, que la subjetividad o la experiencia tome un lugar activo y emancipador.
*Historiadora, feminista, magíster en Estudios de Género. Integrante Red Feminista Antimilitarista de Medellín – Colombia.